Durante mis años de estudiante universitario, en la asignatura de Producción Animal, nos enseñaban a calcular la densidad de animales óptima para distintos tipos de ... explotaciones, en función de distintos factores, como la especie, si la explotación era intensiva o extensiva, etc. Posteriormente, conforme mi carrera profesional y mi vocación me han llevado a formarme en diferentes aspectos de la ecología, encontré en esta disciplina conceptos análogos como la capacidad de carga de un espacio natural protegido, tanto en términos de capacidad de soportar uso público como, por ejemplo, en las poblaciones de ungulados que pueden habitar ese espacio.
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Métricas y fundamentos similares ayudan a profesionales de otras disciplinas a establecer limitaciones que todos entendemos como necesarias: el aforo de un local abierto al público, de un medio de transporte o de un evento, valores que recientemente han estado de actualidad debido a la pandemia, dado que ha habido que rebajarlos para disminuir la probabilidad de contagio.
Bajo estos conceptos subyace una idea común que resiste cualquier desafío de la lógica: creo que todos estamos de acuerdo en que todo tiene un límite, y cuando nos acercamos a ese límite, aumentan los riesgos de distinto tipo: riesgo de avalancha, riesgo de hundimiento, riesgo de pandemia, riesgo de colapso económico, o riesgo de daños ecológicos.
Sin embargo, mucha gente se resiste a aceptar que este concepto también es aplicable a la capacidad de este planeta para sostener un determinado nivel de población humana. Es un tema que parece tabú y que recibe argumentos en contra tanto desde la religión como desde el optimismo tecnológico; es decir, la creencia de que para cuando superemos la capacidad de carga de la tierra, seremos capaces de colonizar otros planetas.
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Desde luego, el derecho a reproducirse es un derecho humano inalienable, pero como ha demostrado el siglo XX, la mejor manera de bajar las tasas de natalidad es conseguir un adecuado desarrollo económico, matizado por distintos factores sociales y culturales. No obstante, hay que señalar la paradoja de que ese desarrollo económico también viene acompañado de un incremento del consumo per cápita, con lo que la huella ecológica resultante podría ser incluso superior.
Personalmente opino que es un debate legítimo y que debe acompañar a todas las negociaciones internacionales en asuntos globales (ya sean de naturaleza política, económica o ambiental), como la recientemente finalizada cumbre del cambio climático en Glasgow. Aun siendo un tema complejo y en el que no me atrevería a establecer un número cerrado, creo que la lógica es aplastante, y que en algún momento el género humano debería plantearse que, a largo plazo, debemos estabilizar el crecimiento de la población para evitar que nuestro propio éxito como especie nos arrastre a un futuro distópico, lleno de catástrofes, pandemias y guerras por los escasos recursos; fenómenos que, irónicamente, aplicarán implacables un ajuste de la población con un carácter más injusto, brutal y traumático que el que se podría obtener con un consenso internacional sobre el tema.
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