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Alejandro Coma no solo comparte apellido y genes con su padre, Carlos. De él también ha heredado la pasión por un oficio que los han convertido en compañeros de trabajo durante dos días. Ambos son bomberos del Consorcio de Extinción de Incendios y Salvamento de la Región de Murcia. Uno está recién llegado tras superar «una oposición muy complicada» y el otro, recién jubilado después de 27 años de servicio que le han llevado a los parques de Cieza y Los Alcázares, siendo este último destino donde ha desarrollado la mayor parte de su vida laboral. Sin dejar de lado lo personal, ya que «los bomberos somos como una gran familia», destaca el veterano de los Coma.
Las realidades de padre e hijo son un claro reflejo de la evolución de un oficio que, según Carlos, «se ha ido profesionalizando mucho desde que yo entré en 1997, cuando muy pocos teníamos estudios universitarios y el perfil estaba más asociado a la fuerza física, la destreza manual y la pericia. Ahora los jóvenes llegan muy formados y el trabajo se ha tecnificado con el paso del tiempo, tienen una visión más global del puesto de trabajo».
En el caso de su hijo, ha accedido al Cuerpo con 25 años después de cursar el Grado de Seguridad y hacer un máster en el que ha profundizado en la gestión de crisis y emergencias. Una temática que su padre le ha inculcado desde bien pequeño. «Si a todo el mundo cuando es pequeño le dicen la frase 'mira siempre antes de cruzar la carretera' mil veces, mi padre a mí me lo ha repetido en cincuenta millones de ocasiones», apunta Alejandro ante la mirada de su progenitor, quien confirma sus palabras: «Veo el peligro antes de que pase».
Desde que era muy crío, Alejandro soñaba con dedicarse al oficio de su padre y ha cumplido su deseo de la infancia. «Siempre he tenido claro que quería ser bombero y estudié la carrera que más me cuadraba para enfocarme en el mundo de la seguridad y las emergencias», explica.
Este joven del barrio murciano de Vistabella se siente como en casa en un parque de bomberos. En estas instalaciones ha pasado muchos días señalados en los que su padre tenía que trabajar y su familia se desplazaba a Los Alcázares para verle. Ahora las tornas han cambiado y su padre será quien tenga tiempo libre para hacerle alguna que otra visita al parque de Jumilla donde hizo su primera guardia el pasado 5 de junio y continuará con el oficio familiar.
Al preguntarle a Carlos por las situaciones más complicadas con las que se ha encontrado durante su vida profesional, no duda ni un segundo en señalar las inundaciones que asolaron Los Alcázares. En concreto, rememora la DANA de septiembre de 2016. «Esa noche me pilló de guardia y lo que vivimos en las primeras 24 horas de la catástrofe fue impresionante. Hicimos un rescate detrás de otro y no olvidaré el de una pareja atrapada en su casa con un bebé recién nacido al que sostuve en un capazo durante diez minutos con el agua hasta el cuello».
Situaciones de emergencia que ahora tendrá que afrontar su descendiente. Ni Alejandro puede disimular la ilusión que siente cuando habla de su futuro próximo ni Carlos es capaz de ocultar el orgullo de un padre que ve a su hijo conseguir sus objetivos después de «más de un año de estudio y preparación física en el que ha tenido en todo momento un comportamiento ejemplar».
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