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Algo importante tiene que suceder cuando el teléfono comienza a sonar al filo de la una de la madrugada. «Hay un corazón para ti en el hospital», informaron a Esther. «Ya estaba metida en la cama, pero nunca es tarde para algo así». Para recibir «el mejor regalo» de Navidad posible, define esta paciente de 45 años de Molina de Segura, afectada por una grave miocardiopatía que ponía su vida en peligro. «Podría haber muerto en pocos meses. Hay muchos pacientes que fallecen en lista de espera», recuerda la cardióloga Iris Garrido, jefa de la Unidad de Insuficiencia Cardíaca del Hospital Virgen de La Arrixaca, solo una de las integrantes del equipo de médicos que ha participado en el trasplante del corazón programado para Esther Mondéjar el 26 de diciembre.
Aunque el órgano presentaba una importante particularidad. El donante, un paciente joven de poco más de 20 años, había superado una infección por Covid-19, tenía anticuerpos, pero seguía presentando una PCR positiva. Y el protocolo de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) es muy claro al respecto. «Está prohibido trasplantar un órgano de un donante con una prueba positiva por Covid», recuerda el coordinador médico de Trasplantes del hospital, Mario Royo-Villanova. «Aunque no toda PCR positiva revela una infección activa. Y perder un donante joven, con muchos órganos sanos, solo por el resultado de una prueba, a lo mejor no está justificado. Hay que valorar mucho los riesgos y los beneficios», matiza.
Fue el propio Royo-Villanova quien pidió autorización a la ONT para realizar la intervención. No fue fácil, ya que puede ser más sencillo trasplantar un órgano que sobrevivir a la burocracia y a la normativa impuesta por la pandemia. «Recibí varias negativas, no sé cuántas. Y lo entiendo, porque los técnicos solo estaban aplicando el protocolo establecido», empatiza.
El médico de La Arrixaca no se rindió y siguió quemando el teléfono a sus colegas de Madrid. Pidió hablar directamente con la directora general, Beatriz Domínguez-Gil, a quien informó sobre «los matices del caso. Le hice ver que el beneficio del trasplante era mucho mayor que el riesgo que suponía esa PCR positiva. Que se trataba de un paciente prioritario». No hicieron falta más llamadas ni más explicaciones. La máxima responsable de la ONT dio el visto bueno en aquella conversación para que La Arrixaca se convirtiera en el primer hospital de España en realizar este tipo de intervención, y Esther entró al quirófano esa noche «sobre las cuatro de la madrugada», llena de incertidumbre pero con las pilas vacías: «Ya no tenía las mismas fuerzas; el corazón estaba flojito. No tenía calidad de vida», relata desde la habitación del hospital en la que sigue subiendo, con paso firme, los peldaños de su proceso de recuperación.
«Sabes a lo que te enfrentas, pero no sabes cómo vas a salir», admite, a pesar de que la confianza de Esther en sus médicos era, y es, máxima. «No tengo suficientes palabras de agradecimiento para todos ellos, por su humanidad y su cercanía, y tampoco las tendré nunca para la familia del donante, por su generosidad. Son todos fantásticos», aplaude.
Si aquella PCR no supuso grandes problemas para el equipo médico de La Arrixaca y tampoco para la cúpula directiva de la ONT, tampoco iba a generar muchas dudas en Esther, que ya tenía bastante con lo suyo como para replicar el criterio de los profesionales sanitarios y poner reparos a un corazón que «encajó perfectamente desde el primer momento», admite. Ni siquiera se queja Esther de los muchos hisopos que le han tenido que meter por la nariz estos días para atajar cualquier indicio de infección por Covid. «El riesgo de transmisión de la enfermedad dura dos semanas, aproximadamente», recuerda Sergio Cánovas, jefe del Servicio de Cirugía Cardiovascular. Todas esas pruebas, tanto de PCR como de antígenos, han dado negativo. Otro peldañito más.
Superadas ya las mínimas preocupaciones de un posible contagio por coronavirus, y tras pasar unos días en la UCI, esta administrativa solo tiene la mente puesta en seguir cumpliendo etapas hasta alcanzar la meta del alta hospitalaria. En ganar la carrera de la vida. Porque su único objetivo, el único plan que ronda en su cabeza, es «vivir, vivir y vivir». Una hoja de ruta que dibuja con una inmensa sonrisa. Una alegría que no pueden esconder ni el teléfono ni la mascarilla.
En el flamante velero que le proporciona a Esther su nuevo corazón, fuerte y sano, hay un pasaje preferente para su hija María, de 10 años: «Tengo unas ganas tremendas de verla y abrazarla. Ya queda menos». En cubierta también hay sitio de sobra para Alfonso, su marido, y el resto de la familia, «que ha sido un apoyo fundamental». Solo falta soltar amarras y poner rumbo a deseos aplazados. Próxima parada: Hawái.
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Javier Bienzobas (Gráficos) y Bruno Parcero
Melchor Sáiz-Pardo y Álex Sánchez
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