Gisbert 'El pintor de la libertad'
El Almudí inaugura el jueves una exposición con medio centenar de obras, prácticamente inéditas
PEDRO SOLER
Domingo, 18 de diciembre 2011, 11:22
Pese a la gloria que su nombre y su obra habían adquirido, durante gran parte del siglo XIX -a la altura de Rosales, Fortuny, Agrasot, Casado del Alisal...-, treinta años después de su muerte se había convertido en «un pintor casi olvidado». Y si del todo no era así, porque algunos de sus lienzos seguían reproduciéndose en revistas de arte, innegable era que los críticos ya no se ocupaban de la obra de este «genial autor». Se llamaba Antonio Gisbert, y algunas de sus más notables realizaciones habían marcado un hito en el ambiente artístico y en las tan contradictorias y trágicas experiencias políticas que España había vivido a lo largo de ese siglo. 'El fusilamiento de Torrijos y su compañeros', 'El desembarco de los puritanos en América' y 'El suplicio de los comuneros' fueron cuadros suyos, que apasionaron durante mucho tiempo a la ciudadanía y a la crítica, y que han conservado públicamente su imperecedera imagen. Gisbert dejó grabados momentos históricos inolvidables, pero también una serie de retratos de los más importantes o plebeyos personajes -desde reyes a criadas- y situaciones galantes.
Gisbert había sido un pintor que -como describía Alfonso Carbonell, el 23 de noviembre de 1930, en 'ABC'- «supo componer con sus pinceles y su inspiración los más enérgicos y admirables poemas de la libertad». El 7 de diciembre de 1901, la revista 'Blanco y Negro' comentaba, a propósito del fallecimiento del artista, que «caprichos de la muerte ha sido llevarse en pocos días a dos ilustres hijos de España: uno que supo como nadie pintar la historia; otro, que como nadie supo escribirla y juzgarla: Antonio Gisbert y D. Francisco Pi y Margall». El pintor había fallecido doce días antes (25 de noviembre) en Paris. Seguía diciendo que Gisbert, «precursor de los grandes coloristas de la pintura joven, fue el pintor de la libertad»; y recordaba «el indomable vigor y pujante sentimiento» vertidos en 'La ejecución de los comuneros', de 1860, y en 'La llegada de los puritanos a América del Norte', de 1864. Carbonell citaba, por fin, cómo veinticinco años después de realizar esta obra, el pintor, ya viejo, «conserva la lozanía de su alma y de su pincel, hasta el punto de concebir y ejecutar esa obra maestra suya, que se llama 'El fusilamiento de Torrijos'». También para Carbonell, en la pintura de Gisbert imperó la «idea de la independencia, de la libertad, del odio al opresor». Adrián Espí, biógrafo del pintor, recuerda en el catálogo de la exposición «la comunión de Gisbert con el pensamiento liberal», y «su actitud de querer pintarse -autorretratarse- en obras bien significativas, de rasgos históricos». Por eso, afirma que aparece sucesivamente en los cuadros citados como como el comunero que recibe bendiciones del fraile dominico; también es el puritano, que se encuentra en el centro del famoso lienzo con los brazos alzados; y es el capuchino que coloca el pañuelo al joven cogido de la mano con el general Torrijos.
Antonio Gisbert Pérez nació en Alcoy el 19 de diciembre de 1834. Pronto se manifestaron sus cualidades artísticas, puesto que, ya en la escuela, «realizaba verdaderos prodigios pictóricos». Con catorce años, fue enviado a Madrid, donde trabajó como aprendiz de un escenógrafo, hasta que estudió en la Academia de San Fernando. Siete años después de su llegada, consiguió una plaza de pensionado en Roma.
En 1858 participó en la Exposición Nacional con 'La muerte del príncipe don Carlos, hijo de Felipe II', que obtuvo Medalla de Oro de primera clase, y fue adquirido por la reina Isabel II. Su consagración llegaría dos años después con 'La ejecución de los comuneros de Castilla', que fue premiado también con Medalla de Oro. El diario 'La Paz', de Murcia, del 11 de marzo de 1869, informaba que «el magnífico cuadro» sería colocado en el salón-vestíbulo de la Asamblea. Otra obra suya, 'Doña María de Molina, presentando a su hijo a las Cortes de Valladolid', fue adquirida por el Congreso. En la Exposición Nacional de 1864, recibió Medalla de Oro con 'El desembarco de los puritanos en América del Norte', comprado por el marqués de Salamanca en 120.000 reales; posteriormente, perteneció al marqués de Azpeitia, que lo llevó a Cuba. Sería adquirido por el Senado, en 1907, por 3.612,50 pesetas.
Era una época en la que las cámaras y estamentos políticos se mostraban abiertamente interesados por el arte en sus más diversas tendencias; además, respecto a Gisbert, también se imponían determinadas relaciones de amistad, como en el caso de su nombramiento como director del Museo Nacional de Escultura y Pintura, debido en parte, asegura Adrián Espí, «al momento político que vivía España. Resulta básico que el duque de Aosta -futuro Amadeo I- y Gisbert coincidieran en Suez, en ocasión de la inauguración del istmo, porque la amistad entre el pintor y la Corona va a ser importante».
Fue el 29 de junio de 1872 cuando el ministerio de Fomento nombró a Gisbert director del que sería posteriormente Museo del Prado. A los pocos meses, surgieron duras criticas: cada día «aumentaban las quejas que hay contra el director del Museo, señor Gisbert, por los artistas que van a aquel templo del arte a copiar y estudiar los cuadros de los grandes maestros». Se le acusaba de ser «un autócrata que ejerce una autoridad tan arbitraria como caprichosa». Se decía que «ha hecho amontonar en un cuarto todas las copias que se estaban haciendo e impide que más de dos copien un mismo cuadro» y «cerraba las puertas del museo a los jóvenes. Y lo peor es que los domingos están cerrados gran parte de los salones del Museo, por falta de personal». El 12 de agosto de 1873 'La Paz' informaba de su dimisión. Poco después, Gisbert fijó su residencia en Paris, donde se iniciaba el movimiento impresionista, pero prefirió recordar las formas y los asuntos más academicistas y alegres, lo escenarios galantes, «y, como gran dibujante que es, crea unas escenas de tranquila belleza, a veces hasta versallesca, pletórica de detallismos y miniaturismos».
La mayor gloria le llegaría a Gisbert con el encargo y la realización de 'El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros', "plasmado con una riqueza de detalles, una luminosidad de matices y una exactitud de caracteres, que subyugan el alma del espectador con la fuerza inmaterial de una tragedia espartana», escribiría Alonso Carbonell. Pero también gozó el pintor de otro campo de acción enormemente atractivo, como fueron sus retratos -con los que alcanzó «un singular prestigio»- de miembros de la alta aristocracia española y francesa y de hombres públicos -Amadeo de Saboya, Prim, el general Serrano,..- además de una serie de situaciones y momentos tan distintos y distantes de los citados, como pueden ser 'Romeo y Julieta', 'Venus naciendo de la espuma del mar', 'Fausto y Margarita', 'Dama de los tirabuzones', 'El enterramiento de don Álvaro de Luna'... etc. Amén de sus testimonios históricos, «hay que admirar la delicadeza de los rostros femeninos, el dibujo maravilloso de las telas, la armoniosa disposición de las figuras, la poesía del ambiente; todo tan minucioso, tan perfecto, que parecen escucharse el ritmo del baile señorial, las palabra de amor de los galantes y los susurros candenciosos de la orquestina». La trayectoria del pintor alcoyano quedó impresa en «obras de la mente y del corazón, de la cultura y del sentimiento, y por ello casi no tuvo discípulos; era su senda difícil y laboriosa del triunfo».
Para Martín Páez, comisario de la exposición del Palacio del Almudí, Gisbert fue un «pintor riguroso y perfecto dibujante. La valiente pincelada, su forma de atacar los efectos con el pincel de marcada modernidad y sus luces que preludiaban la futura pintura son las cualidades más destacadas de su obra».
Algo que siempre se ha destacado en la obra de este artista son sus características neoclásicas. Con motivo de una «extensa y representativa» muestra sobre dibujo mediterráneo, que se celebró en el Museo de Arte Moderno de Madrid, Francisco de Cossío exaltaba el «empaque clásico» en los dibujos de Gisbert, quien lograba «todas las posibilidades de creación» cuando cogía la paleta y se plantaba ante el lienzo.
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