:: LA VERDAD
ZONA FRANCA

Tolstói para tiempos de crisis

ÁNGEL GARCÍA PINTADO

Miércoles, 11 de mayo 2011, 03:22

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Quién fue realmente este hombre que con 82 años abandona furtivamente su casa, a su mujer, a su prole numerosa y huye en pos de una vida de soledad y meditación, como un asceta integral, dejando atrás la asfixiante atmósfera familiar, con sus insufribles rencillas hereditarias? ¿Un loco?, ¿un iluminado?, ¿o simplemente un viejo chocho severamente afectado por demencia senil? ¿Quién fue realmente este hombre que con toda su fama, su prestigio universal de escritor y conductor moral, ve detenerse su tren, y espera la muerte en la cama de un jefe de estación? Hace de todo esto cien años. Al fugitivo León Tolstói se le recuerda y celebra ante todo por sus novelas 'Guerra y Paz', 'Ana Karenina', 'Resurrección'…. perfectas culminaciones del realismo narrativo del XIX. Su otra faceta, la de activista rebelde, anarquista pacifico, cristiano heterodoxo… nos fue escamoteada durante la noche franquista. El que dijo que «el verdadero fundador de la anarquía fue Jesucristo» y que «la primera sociedad anarquista fue la de los apóstoles», el pacifista, vegetariano, ecologista, repartidor de sus bienes, excomulgado por el Sínodo ortodoxo, no podía ser un hombre cómodo. Ya su aspecto físico, con sus luengas barbas, melenas de hippie madrugador, sus ojos inquisitivos a la sombra de unas cejas pobladas y por supuesto rebeldes, lo delataba. Su influencia en Ghandi, en Martin Luther King, en Nelson Mandela…en los movimientos de resistencia antibélicos y antinucleares, en los teólogos de la liberación…o su impacto en el pensamiento y la escritura de Unamuno o Leopoldo Alas Clarín, entre otros de los nuestros, resulta de obviedad apabullante, sobre todo cuando se leen libros recién aparecidos en este centenario, como 'Lev Tolstói: aristócrata, cristiano y anarquista', de Pepe Gutiérrez-Álvarez, ed. 'Los Libros de la Frontera', que nos sumerge en el enriquecedor pensamiento tolstoiano, donde vemos a un conde ruso que habita en finca de 800 hectáreas, con 200 siervos, predicar con el ejemplo. Esa Yásnaia Poliana -180 kilómetros al sur de Moscú, cuyo nombre significa 'llanura luminosa", con su parque, sus lagos y aldeas, es hoy museo que atesora los manuscritos de los dos millones y medio de cuartillas que escribió, los 90 volúmenes de sus obras completas…

Todo en este fugitivo crepuscular parece inmenso. 'Intelligentsia' indignada, se erige en conciencia del país en vísperas de tiempos revolucionarios. Y va a la cabeza de ese grupo minoritario de hombres cultos que, como escribe Gutiérrez-Alvarez, «cada vez soportaba menos la crueldad, la ignorancia y la terrible miseria en que se hallaban sumidos los campesinos». Con Puschkin, Gogol, Turguéniev, Dostoiewski, Chejov, Gorki… El patriarca llegó a fundar en sus tierras compartidas una escuela para una pedagogía sin horarios, programas ni disciplina, sin premios ni castigos, sin exámenes…, que naturalmente fue cerrada por la policía. Ejercía coherentemente su fórmula sobre la felicidad: «No hay más que una manera de ser feliz: vivir para los demás»; o «mi felicidad consiste en que sé apreciar lo que tengo y no deseo en exceso lo que no tengo». Y quería fundar una religión nueva despojada de la fe y los misterios, una religión práctica que no prometiera la felicidad futura, sino que diese a los hombres la felicidad en la tierra. ¿Cabe algo más subversivo, aun hoy?

Una gavilla de cuentos breves, sencillos, como parábolas ejemplares completa este libro. Allí, el titulado '¿Cuánta tierra necesita un hombre?', contundente alegato contra la codicia del que llegó a hacer hasta 33 versiones y del cual, el vanguardista James Joyce dijo que era «el mejor cuento jamás escrito».

Se permitió dar consejos a los zares, a los banqueros... Y, contestando a una carta de Rockefeller, en la que el archimillonario le preguntaba hasta qué punto la riqueza era compatible con la doctrina cristiana que él profesaba, Tolstoi le contesta que «el dinero que se guarda en un arca o en banco constituye, sin la menor duda, una orden de cobro para aquel que no lo posee, para el pobre». A continuación, el mismo Tolstoi se avergüenza por verse obligado a decir estas «vulgaridades» y lugares comunes. Tan necesarios, sin embargo, entonces como ahora.

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