IÑAKI CASTRO
Martes, 19 de abril 2011, 04:07
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La UE no quiere sorpresas con Finlandia. En plena negociación del plan de rescate de Portugal, Bruselas ni se plantea que la formación del nuevo Gobierno nórdico pueda afectar a la ayuda prometida a Lisboa a cambio de dolorosos ajustes. La Comisión Europea recordó ayer a Helsinki que confía en que «hará honor a sus compromisos» al margen de si la extrema derecha euroescéptica -ganadora moral de las elecciones del domingo- acaba formando parte del Ejecutivo. Alemania envió un mensaje similar y subrayó que «siempre ha sido una buena tradición» mantener los acuerdos «adquiridos».
El toque de atención de Bruselas y Berlín obedece a la oposición frontal manifestada por los ultras finlandeses a los planes de rescate en la Eurozona. El carismático líder de la extrema derecha del país nórdico, Timo Soini, insistió ayer en que si entran en el Gobierno deberán introducirse cambios en el plan de ayuda a Portugal. «Lo importante es que nuestro país no tenga que pagar por los errores de los demás», proclamó el cabeza de lista de la formación Verdaderos Finlandeses, que se alzó con el tercer puesto en los comicios con el 19% de los votos.
Consciente del problema que se le puede venir encima, la UE ha empezado a marcar su territorio. Los 17 países miembros de la moneda única -entre ellos Finlandia- acordaron hace apenas diez días abrir las negociaciones con Portugal para pactar un fondo de rescate. La Unión no quiere que los resultados en el país nórdico condicionen estas negociaciones cuando se le ha obligado a Lisboa, que celebra comicios anticipados en junio, a cerrar un acuerdo en las próximas semanas con el compromiso de que no será alterado tras las elecciones. «No ha cambiado nada», sentenció la Comisión en referencia a la situación abierta en Finlandia.
Solo 8.000 millones
El temor de la UE es que Helsinki, si finalmente la extrema derecha forma parte del Ejecutivo, niegue el salvavidas económico a Portugal. Los programas de ayuda financiera a un país ahogado por la deuda se toman por unanimidad, lo que otorga a Finlandia un gran margen de presión. Aunque solo aporta 8.000 de los 440.000 millones de euros con los que cuenta el fondo europeo de rescate, Soini amenaza con «renegociar» con Bruselas la participación de su país.
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Las quinielas sobre la formación del Gobierno de Helsinki todavía no han arrojado un pronóstico claro, pero los Verdaderos Finlandeses tienen importantes opciones de participar en el reparto final de carteras. La formación de Soini, que en 2007 logró poco más del 4% de los sufragios, obtuvo el domingo un espectacular 19%. Solo le superaron en las urnas los Social Demócratas (19,1%) y la conservadora Coalición Nacional (20,4%), que por primera vez desde la independencia del país de Rusia en 1917 logró la mayoría parlamentaria. Su jefe de filas, el actual ministro de Finanzas Jyrki Katainen, será el encargado de elegir a sus socios.
Los analistas del país no descartaban ayer ninguna opción para formar el nuevo Ejecutivo. Con una fuerte tradición de consenso incluso con las más heterogéneas combinaciones, Finlandia podría acabar dirigido por una coalición de los tres partidos principales pese a sus marcadas diferencias ideológicas. En ese escenario se cumpliría uno de los grandes sueños de Soini: llegar a ser ministro.
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El líder ultra, de 48 años, ha sabido granjearse una fama de hombre común con un discurso sencillo y directo. Graduado en Ciencias Sociales, dio su gran salto político en 2009 al lograr un escaño en la Eurocámara tras lograr el mayor número de votos nominales (10%) del país. En Bruselas, su partido se unió al grupo parlamentario Libertad y Democracia en Europa, donde comparte asiento junto a la Liga Norte italiana y a los euroescépticos del UKIP británico. Precisamente su marcado perfil anticomunitario le ha valido para conectar con un importante sector de la población que rechaza ayudar a los países europeos en problemas.
Soini aboga directamente por enterrar el euro y convertir a la UE únicamente en una zona de libre comercio. Casado y con dos hijos, se convirtió al catolicismo -solo el 1% de los 5,3 millones de finlandeses reconocen al Papa- tras sus numerosos viajes a Irlanda. Su partido tiene su origen en una formación rural que defendía a los trabajadores y los pequeños granjeros.
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