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Recreación de Muñoz Barberán de la entrada a la ciudad en época medieval, dibujo publicado en 'La Verdad' en el año 1974. :: ARCHIVO MUNICIPAL
LA CIUDAD PERDIDA

¿Hubo alguna vez cien tabernas en Lorca?

ANTONIO SORIANO

Domingo, 28 de noviembre 2010, 12:13

La existencia de tabernas en Lorca es un hecho indiscutible desde la antigüedad, con independencia de que hayan pasado por periodos de restricciones o, incluso de cierre oficial. Pero lo cierto es que podemos remontarnos a la presencia romana para descubrir este tipo de establecimientos con ese nombre, claro que en su versión latina, «Tabernae». Unas excavaciones llevadas a cabo en el Carril de Caldereros pusieron al descubierto, según el informe de Manuel Pérez Asensio, restos de edificaciones correspondiente estas a tabernas romanas.

Conviene aclarar que el concepto de taberna no era entonces exactamente igual al que se puede tener ahora. Las tabernas de las ciudades romanas eran espacios típicos para ubicar, no sólo bares, sino también comercios, oficinas administrativas, talleres, lugares de almacenaje e, incluso, viviendas. Aunque en la literatura de la época frecuentemente se añade un adjetivo para especificar su función, por sí solo el nombre de taberna, sin apelativos, suele tener un sentido de albergue.

En aquella época estaban situadas junto a las puertas de entrada a las ciudades, a lo largo de los viales principales, con lo que se revela su principal sentido comercial. Pues bien, en este caso al que nos referimos del Carril de Caldereros, se trataba de un edificio para albergar cinco tabernas idénticas y, por los restos encontrados, alguno de esos espacios podría relacionarse con lugares de comidas.

Un salto en el tiempo nos lleva al medievo y a un artículo del pintor y escritor Manuel Muñoz Barberán, publicado en 'La Verdad' en los años sesenta, en el que se refería a este tipo de establecimientos que, junto con las posadas y paradores, solían estar situados también en las entradas de la ciudad. El escritor imaginaba, incluso, las peripecias del forastero para encontrar alojamiento y cómo un guía o un amigo le recomendaría la conveniencia de tener cercanos la posada, el bodegón y la casa parador. Y, desde luego, los situaba en la zona de San Ginés -entonces no había puente- y en las inmediaciones del Porche de San Antonio.

Un nuevo avance y nos encontramos en un periodo mucho más cercano, en buena parte gracias a una serie de diez artículos publicados por José María Campoy García sobre tabernas lorquinas, en un periódico regional, en el año 1974, incluidos en la 'Antología poliédrica', de este lorquino ya desaparecido que se publicó en 2009, en una edición coordinada por José María Campoy Camacho. Escribió Campoy de Vicente 'El Aleja', 'La Copón', 'El Borja', 'La Baralancha', Pedro el del 'Rincón', 'La Nicolasa' y 'El Huevos', entre otros. La introducción de esa parte de libro fue hecha por el archivero municipal y cronista de la ciudad, Juan Guirao García. En ella ofrece una panorámica tabernaria de singular interés.

Guirao recordaba que hace 80 años se decía aquello de «Lorca, tierra bravía/ la de las cien tabernas/ y una sola librería», apuntando que había algo de exageración. Pero después reseña una larga lista de este tipo de establecimientos y, además, los sitúa en los barrios, en las afueras o en el centro urbano, señal de que, por lo menos de oídas, sabía lo suyo del tema nuestro cronista.

El caso es que Guirao narra que el pintor Luis Tornero, que estaba en Lorca en 1900, había descubierto un vino muy notable que daban en la entonces llamada taberna del 'Tío Pepe el del Cañizo', más abajo de San Diego, ya en la huerta. Le contaba a don Joaquín Espín que «No sé que tiene aquel vino que, cuando bajo, veo el canal, sucio, maloliente, las cañas rotas y podridas… Llego, bebo, y cuando vuelvo, ¡veo el gran Canal de Venecia!".

Y, acto seguido, se pone manos a la obra y traslada a los lectores el censo de establecimientos de esta guisa en las cercanías de la ciudad. Recuerda la 'Taberna del Tiznajo', la del 'Perola', y 'El Jardinero', esta dos en Santa Quiteria. La de 'Perico el Malaspatas', en la carreteras de Águilas; La del 'Tío Blas' junto a la almazara de Arcas.

En el barrio de San Cristóbal sitúa nuestro archivero un buen número de tabernas, y de su listado entresacamos las de 'Pedro el Cáliz' en la calle Mayor de Arriba, donde estaban también el 'Mochuelo', la 'Tía Roja' y el 'Tío Raseras'. Frente a la plaza de la Estrella, la de 'El Malacatero', más tarde 'Bar Habichuela'. En la calle Mayor de Abajo abrían sus puertas el Bodegón de Andrés y la taberna de la 'Señá Antonia la Obispa'; y más abajo, cerca del cuartel, la de la 'Tía Mochirra o la 'de Ambrosio'. La taberna de 'Diego el Pavo' estaba en la calle del Charco, y la del 'Pesebre' en la Cañada de Morales.

La nómina es más extensa, pero damos el salto al barrio de San José en el que abrían sus puertas las tabernas de 'Alfonso el Garrote', la 'Del Corneta', la de la 'Tía Guirreta', la del 'Caracas', la de los 'Casianos', la de 'Antonio el Posaero'. Y en el centro, las del 'Morico', de la 'Ceremonias', la del 'Pajarero', la de Meca. En los bajos de San Patricio estuvo la taberna del 'Tío Ángel el Tinajicas'.

Otras que reseña Guirao son 'La Cueva', en el Callejón de los Frailes; 'El Colmao', en la glorieta de San Vicente; 'El Chirinos', en los bajos del Casino; 'La Adelina', en La Alberca; y la que continúa prestando servicio como tal, 'Las Escalericas', muy cerca del Porche de San Antonio, parada habitual en sus recorridos tabernarios del poeta lorquino Eliodoro Puche.

Como el mismo Guirao dice, las tabernas eran un «lugar muchas veces modesto, humilde, estrecho, pequeño. Un lugar democrático, una reducida ágora, donde reunirse, hablar con otros, tomar un vaso, o dos, o los que fueren, de ese vino fuerte, que ha venido en carro desde Avilés o Jumilla. Pero, ojo, ese vino, en ocasiones, puede ser excelente".

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