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CON TACONES Y A LA CALLE

Me suena el run run de mi declaración

«Quiero pensar que detrás del borrador de Hacienda que me acaba de llegar al buzón hay mucho amor, pero me cuesta»

MAR & CLEO mar.cleo@yahoo.es

Lunes, 31 de mayo 2010, 17:46

Hay ocasiones en las que me declaro por amor y otras que lo hago por pura obligación, y es que a todos, tarde o temprano, nos toca pasar por la vicaría o por la ventanilla. En una, abro mi corazón dejando al desnudo mi alma y en la otra, abro mi bolsillo y dejo al desnudo, nada menos que, mis intimidades económicas. En serio, me entran unas ganas de contar un montón de inocentes mentirijillas, como que tengo varias propiedades repartidas por el mundo y un par de castillitos en la campiña francesa, que sólo uso para relajarme de tanto estrés que me da ver cómo suben los ceros en mi cuenta corriente. Quiero pensar que detrás del borrador de Hacienda que me acaba de llegar al buzón hay mucho amor, pero me cuesta. Ahora las nuevas tecnológicas han hecho que todo pierda su encanto. ¿Acaso no sería más bonito que apareciera un caballero del fisco? Me lo imagino cogiéndome de la mano, con su rodilla hincada ante mí diciéndome: -En nombre del Reino de España vengo a pedir su tesoro más preciado. Puede que visto así, igual hasta me animo y termino por darle propina y todo. Pero no, ahora recibes un sobre con cuatro folios en los que te dicen que tienes de plazo hasta junio para pagar, con la misma facilidad que el hombre de tus sueños va y te manda un mensaje diez minutos antes de la cena con un simple: «No puedo ir, estoy liado». Y yo aquí, como cada año, a hacer mi declaración, porque ésta sí que es una declaración con mayúsculas. Al menos en una cosa estuve acertada, me busqué al asesor más encantador de toda la ciudad. Ya puestos, que por lo menos le encuentre el gusto por algún lado. Así que, ningún año falto a la cita que tengo con él, no sé cómo lo hace pero siempre acaba sacándome una sonrisa. -¿Casada?- me pregunta nada más empezar. -¡Pero si ya sabes la respuesta! -Es por si te habías arrepentido… Estás a tiempo de cambiar tu estado civil. Supongo que una mujer como tú tendrá una interminable cola de admiradores- me dice para tirarme de la lengua. Y claro, llegado a este punto ¿qué contesto? Porque si le miro con cara de pava y le digo: «Pues no…». No se lo cree nadie, mi caché se cae por los suelos y, además, no me da la gana. Pero si le suelto: «Uff, tengo la agenda repleta», entonces me paso de…, ya se sabe. Así que me callo y sonrío, que es la mejor solución para salir de esta encerrona. -Si yo estuviera con alguien como tú, jamás la dejaría escapar- dice disimuladamente mientras hace cuentas entre rendimientos y deducciones. Vale, me sale a pagar y no hay quien me salve. Lo asumo y listo. Pero de pronto me entra un run run y no lo puedo evitar. Total si empeorarlo es imposible, me envalentono y apoyándome en su mesa y le miro a los ojos y suelto: -Oye, eso de que «Hacienda somos todos» ¿a ti qué te parece? Porque digo yo, en el «todos!» ¿también entramos tú y yo?- Al fin y al cabo yo había venido a hacer mi declaración y está claro que cada uno entiende las cosas como mejor le parecen ¿no? Aunque hay declaraciones para todos los gustos, porque… como hay que ser sincero, de pronto te lanzan una sin parpadear: -Estoy enamorado de ti, pero no podemos estar juntos. -¿Es que te vas a las Américas a hacer fortuna? -No amor mío, es que lo nuestro se ha terminado. Vaya una estrategia. Si está acabando, para qué dice amor mío y cosas de esas. Pues mira, cántale eso de: «Lo siento mi amor, pero ya no siento nada al hacerlo contigo…», que para eso están las canciones. Anda que no me han sacado de líos ni nada. Yo cuando estoy enamorada, soy de las que necesita declarar mi amor a los cuatro vientos. Entonces me dejo llevar por «El run run de mi corazón y saco mi bandera negra con una calavera y llego al cielo trepando por tus caderas…». Es que no me callo, porque me recome y no lo puedo controlar, se me escapa tanta pasión desenfrenada. Y te llamo, te lo digo y si es necesario hasta te lo canto y todo, porque «A mí me suena el run run y no se me quita el gusanillo de ti…». Tú vas y te haces el sordo, pero en el fondo sé que los dos tarareamos la misma melodía. Después de confirmar mi borrador y saber que Hacienda somos todos, ya te pillaré yo en una evasión y me las pagarás todas juntitas y sin cómodos aplazamientos.

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