De aquel Claustro de La Merced que los catedráticos de Filosofía y Letras atravesaban solemnes y altivos sin cruzar palabra con estudiantes como Francisca Moya del Baño, quien años después llegaría a ser la primera catedrática de la Universidad de Murcia, a la pizarra oculta ... en brumas por el humo del tabaco en la que el investigador Pablo Artal trataba de adivinar lo escrito apoyado en su silla de pala. Del campus que era efervescencia y hervidero político y cultural en plena Transición, a las aulas donde solo cabían «listos y ricos», sin becas para que pudieran entrar los que no lo eran tanto. De los ladrillazos en las protestas estudiantiles contra la Policía frente al campus, a los temidos catedráticos de Derecho que aconsejaban a sus alumnas centrarse en las tareas del hogar y dejar los libros, pasando por los inocentes copieteos manuscritos de medio párrafo a bolígrafo en un trabajo. De la recogida de papeletas con las calificaciones a manos trémulas, a la burocracia ingente para completar indicadores, trámites, competencias, objetivos...
Publicidad
La universidad que se fue se aleja un poco más con la derogación del decreto que regulaba la disciplina académica de los Centros Oficiales de Enseñanza Superior y Enseñanza Técnica, firmado por Franco en 1954 y vigente hasta hace unos días, que sancionaba manifestaciones contra la Iglesia o «palabras indecorosas». El primer paso en la tramitación de la nueva Ley de Convivencia Universitaria, que tipifica las faltas muy graves, como las novatadas que menoscaban la integridad o el plagio en las tesis doctorales, castigadas con penas que van de los dos meses a tres años de expulsión o la anulación de parte de la matrícula.
Demasiadas leyes, a juicio de la primera catedrática que tuvo la UMU, que evidencian que «la sociedad está enferma. Hay que educar en valores. ¿En qué cabeza caben esas novatadas que consisten en hacer daño al otro?», se cuestiona la docente jubilada, que conoció una universidad que, entre 1960 y 1965, se organizaba en apenas tres facultades en las que solo cinco administrativos gestionaban la hoy ingente burocracia, y donde las relaciones profesor-alumno eran verticales y de usted a tú. «Han cambiado mucho; si no aprobabas, no aprobabas, no se discutían las notas», recuerda el presidente del Consejo Económico y Social, José Antonio Cobacho, de la promoción de Derecho de 1976, quien ha asistido en estas décadas al empoderamiento de los estudiantes. «Conocen mejor que nunca sus derechos, y los reclaman; los profesores están muy sujetos a esas valoraciones que hacen los alumnos de su función como docentes, que tienen consecuencias», coincide Luis Javier Lozano, exdirector de Universidades y vicerrector de profesorado en la UPCT.
José Guirao, exministro de Cultura y Deportes: «Ir a la universidad era ir al centro de la vida cultural, política, todo nos interesaba; dormir, dormíamos poco»
Francisca Moya del Baño, primera catedrática de la UMU: «Si hacen falta tantas normas contra el acoso, el plagio... es porque la sociedad está enferma»
José Antonio Cobacho, presidente del CES: «Era una universidad para ricos y listos; las becas han acabado con ese elitismo»
Marta Garaulet, nutricionista e investigadora: «Los profesores ni te conocían; hoy los alumnos conocen muy bien, mejor que nada, sus derechos»
Juan María Vázquez, senador y catedrático: «No recuerdo que hubiera novatadas, y si se hacía algo, nunca tuvieron ese toque vejatorio de hoy»
Pedro Lozano, decano de la Facultad de Química «No digo que no se copiara, pero desde luego no se vendían trabajos de fin de grado a través de internet a 150 euros»
Manuscrito o en formato 'copy paste', el plagio siempre ha circulado en la Universidad, pero quienes la conocieron hace décadas no recuerdan una profusión como la actual. «No es normal que se anuncie la venta de Trabajos de Fin de Grado (TFG) a 150 euros por internet, y eso hay que atajarlo», lamenta el decano de Química, Pedro Lozano, consciente de que, igual que existen programas para descubrir el plagio, hay herramientas de parafraseo automático.
Publicidad
En un campus que era pura cultura, efervescencia política en plena Transición, y preludio de largas noches en 'las tascas', las novatadas encontraban poco encaje; al menos, en su versión más cruenta de hoy. «Quizá porque mi promoción fue la primera de Veterinaria, pero no las recuerdo», asegura el senador y catedrático Juan María Vázquez. Tampoco el catedrático de Matemáticas Luis Alías, encantado con que queden reguladas en la futura ley. «Están desfasadas, fuera de lugar», reivindica.
Pablo Artal, físico y catedrático de Óptica: «Costaba ver la pizarra entre la humareda del tabaco, todo el mundo fumaba en clase»
Luis Javier Lozano, vicerrector de Profesorado en la UPCT: «Todo era artesanal, incluso en las relaciones con el profesor; hoy se mide todo con indicadores que cuentan hasta para recibir fondos»
Joaquín Cánovas, catedrático de Historia del Arte: «La Universidad estaba en efervescencia, era un hervidero, había inquietud; estábamos agradecidos de poder aprender»
Luis Alías, catedrático de Matemáticas: «Las notas no se discutían con el profesor, y la burocracia no ocupaba tanto tiempo; para cambiar una bombilla, llamabas al conserje, no hacías siete trámites»
José Miguel Martínez Carrión, catedrático de Historia e Instituciones Económicas: «Las aulas eran pasivas: el profesor dictaba y tú copiabas; y si intentábamos que cambiara el método de enseñanza, algunos nos dictaban más rápido»
Si las novatadas no centraban la vida de los estudiantes fuera de los muros de los campus, la inquietud por conocer y aprender lo impregnaba todo cuando promociones como la que compartieron el exministro de Cultura, José Guirao, y los catedráticos Joaquín Cánovas y José Miguel Martínez Carrión, con el fallecido Miguel Rodríguez Llopis, dinamizaban la vida cultural y política en el campus y en piso compartido que fue escenario de aquella ebullición a finales de los setenta. «Venir a la universidad desde el pueblo era llegar al centro de todo; el aula de poesía, la de teatro... era una época en la que dormíamos poco», recuerda con ironía el exministro. El afán por cambiar las cosas se topaba en ocasiones con la resistencia de una institución que siempre ha evolucionado a un tempo más lento que la sociedad. «Intentábamos cambiar ese modelo de clases en las que el profesor dictaba y tu copiabas, y si dabas con alguno duro, lo que hacía era dictarte más rápido», rememora Martínez Carrión, quien no cree que los estudiantes tengan hoy menos interés. La inquietud era plena para Cánovas, quien recuerda el proceso de apertura a la sociedad de la institución que impulsó el vicerrector Morales Meseguer. «Los alumnos estábamos agradecidos de aprender», resume. La incorporación de la mujer en todos los estamentos de la Universidad y la internacionalización han sido, recuerdan todos, dos de los principales avances que han modificado la fisionomía y el alma de la universidad que se fue.
Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Te puede interesar
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.