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Una mujer atraviesa curiosa la puerta de un nuevo negocio de comidas situado en el barrio murciano de San Andrés. Es media mañana y el trabajo en la cocina no cesa. «¿Qué hacéis aquí?», dice antes de bajarse con una mano las gafas de sol y echar un vistazo sobre los cristales oscuros a los mostradores llenos de comida congelada. El local, ubicado en el número 2 de la calle Los Bolos, en el entorno de la estación de autobuses de la ciudad, acoge desde el pasado 8 de abril todo un hito para la comunidad ucraniana llegada a la Región de Murcia huyendo de la guerra en su país, aunque eso ella lo desconoce por completo. Solo quiere saber qué venden. Quizá llevarse algo.
Tetiana Oliinyk, una trabajadora procedente de este país encargada de las ventas, se apresura a explicarle con un esforzado castellano todo el catálogo de productos de que disponen mientras un equipo de cuatro personas prepara raviolis frescos a la vista de todos en una amplia mesa de trabajo al otro lado de un gran cristal que conecta el mostrador y la cocina. Pero lo más importante es lo que no le cuenta a su clienta: que la tienda, perteneciente a una franquicia llamada Multicook y especializada en la preparación de comidas frescas que posteriormente se ultracongelan, es el primer negocio emprendido por una de las familias ucranianas que tuvieron que salir apresuradamente de sus casas en 2022 y cruzar la frontera ante el asedio ruso, mientras escuchaban pasar los cazas de combate sobre sus cabezas y las bombas detonar demasiado cerca. El negocio es el sueño cumplido de Pavlo Chistyi y Svitlana Shabelnyk, un matrimonio de Járkov cuya adaptación a Murcia ha sorprendido a los trabajadores de la ONG Accem que los atendieron a su llegada y que les han acompañado en el intento de que se sientan en casa.
Pavlo y Svitlana llegaron a la Región en los primeros días de marzo, apenas dos semanas después del inicio de la invasión rusa. Aparcaron su coche en la capital de la Región tras un agotador y arrebatado viaje en coche con su hijo Roman, que entonces tenía 5 años, y las mellizas Sofiya y Aleksandra, que este mes de junio cumplirán dos años, todavía en el vientre de su madre.
La actitud de ambos ha sido un ejemplo desde entonces. «Encontraron una vivienda en Puente Tocinos por sí mismos, fueron los primeros en pasar a la fase de autonomía, y ahora son los primeros en emprender», subraya Ana Navarro, la técnica de empleo de Accem que se ha ocupado de acompañarles y ayudarles en el proceso de puesta en marcha del negocio.
Y no será el último. La ONG cuenta con un programa llamado AccemAriadna destinado a facilitar la inserción laboral de las personas refugiadas. «Ya estamos trabajando con otro ciudadano ucraniano para la apertura de un gabinete de estética en Murcia», explica Navarro. Solo en 2023, el programa atendió a 392 personas, de las que 180 eran hombres y 212, mujeres. De ellas, 177 accedieron a formación y 85 lograron un trabajo.
En esto, la pequeña tienda de Pavlo y Svitlana también aporta su granito de arena, ya que ha supuesto una nueva oportunidad para otros nueve ciudadanos ucranianos que se han incorporado a la plantilla.
El trabajo allí no cesa. Uno de los cocineros rebana una col con la que recubrirá después unas albóndigas de carne. El recetario incluye todo tipo de platos de distintas nacionalidades. Entre ellas, muchas españolas. Hay empanadillas, pimientos rellenos, croquetas. Pero, como no podía ser de otro modo, abundan las opciones de cocina ucraniana. «Esta es una sopa de remolacha típica de Ucrania. Se llama borsch», explica Tetiana sosteniendo una bolsa que cuenta con todos los ingredientes preparados, listos para meter en una olla, mientras la clienta observa atenta.
Para la puesta en marcha de la cocina se desplazaron a Murcia tres personas de Ucrania. «Como las explicaciones eran en ucraniano, buscamos a gente de nuestro país, pero en el futuro podemos contratar también a trabajadores de otros lugares», asegura Svitlana.
Pavlo tenía claro desde el principio cómo quería ganarse la vida en España. En Ucrania gestionaba cuatro tiendas del mismo tipo que tuvo que cerrar apresuradamente. De modo que, desde el mismo momento en que puso un pie en la capital de la Región, cuando todavía no sabía ni decir 'hola', la idea de replicar el negocio comenzó a crecer en su interior.
En sentido contrario iban, en cambio, todos los pensamientos de su hijo Roman, que se resistía a la idea de crecer en Murcia. «Siempre preguntaba cuándo podríamos regresar a Járkov», explica Svitlana. Pero sus padres sabían que sus vidas de antes ya no podían existir en Ucrania, aunque no se lo dijeran.
Lo sabían porque nunca dejaron de estar en contacto con los familiares y amigos que decidieron quedarse allí. «Hablamos habitualmente con ellos, porque nos preocupamos mucho, y están muy cansados. La vida sigue sin ser normal allí. Siempre están inquietos, con miedo, y las alarmas siguen sonando en la ciudad todos los días», explican.
La madre de Svitlana murió solo siete meses después del inicio de la guerra, a los 69 años. «La mató la preocupación», defiende ella. «Falleció de un infarto en septiembre, por los nervios por la guerra».
La de Pavlo llegó el miércoles para hacerles una visita. La segunda desde el inicio del conflicto, pero igual que ya ocurrió la otra vez, volverá a Járkov. «La gente mayor no quiere abandonar su país. Prefieren morir allí», cuenta Pavlo.
Él, en cambio, ya no ve su futuro en otra parte. «Esto empieza a ir bien», afirma. «Y me gustaría que esta sea la primera tienda de muchas». Otro que ya no quiere moverse es Roman. «Ahora tiene a sus amigos. Ya nunca pregunta cuándo volvemos».
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