En busca de alternativas agrícolas adaptadas a las cada vez más adversas condiciones del clima que padece la Región de Murcia, más caluroso y de mayor escasez de agua, agricultores de once municipios y la Consejería de Agricultura se lanzan este otoño al cultivo de turmas o trufas del desierto ('Terfezia claveryi'), un hongo autóctono hipogeo -se desarrolla bajo el suelo- con un prometedor futuro, tanto a nivel económico como medioambiental.
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La Asociación Española de Turmicultura, con sede en Murcia, ayudará en los próximos meses a agricultores de Águilas, Totana, pedanías altas de Lorca, Fuente Álamo y Tallante (Cartagena), Corvera (Murcia), Ojós, Mula, Bullas, Caravaca y Moratalla a poner en marcha plantaciones profesionales de este hongo con cualidades gastronómicas muy apreciadas, creciente demanda y unas propiedades nutritivas muy beneficiosas para la salud, que, además, aporta grandes ventajas en la adaptación al cambio climático y contra la desertización del territorio.
Junto a estos agricultores, «de muy variado perfil, entre los que hay mujeres jóvenes que quieren combinar su trabajo por cuenta ajena con la gestión de este cultivo, pasando por pequeños y medianos agricultores que ya manejan otros cultivos, como olivo, almendro o cereal, hasta una empresa hortícola norteamericana especializada en agricultura ecológica», explica el secretario de la asociación, Paco de Lara, la Consejería de Agricultura se ha querido sumar a la experiencia para trabajar con la trufa del desierto en los campos de ensayo del Centro Integrado de Formación y Experiencias Agrarias (Cifea) de Lorca.
525 kilos por hectárea y año se han obtenido este año en el cuarto año de la plantación aplicando riegos de socorro.
400 kilos por hectárea y año se recolectan a partir del octavo año en plantaciones de secano.
4.500 euros por hectárea y año es el beneficio neto de este cultivo a 15 años.
De esta forma, los nuevos turmicultores «se adelantan a las cada vez más difíciles condiciones climáticas de la Región, que, en las próximas décadas, pueden ser letales para buena parte del modelo actual agrícola, tanto de secano como de regadío», explica De Lara, ingeniero agrícola y turmicultor, que colabora desde hace años con el departamento de Micología y Micorrizas de la Universidad de Murcia (UMU), pionero mundial en este sector y liderado por la catedrática de Botánica Asunción Morte.
Cultivo innovador, orgánico y con un mercado en expansión por delante, desde la Asociación Española de Turmicultura destacan que la trufa del desierto es «un fruto totalmente respetuoso y beneficioso para el medio ambiente, en especial en lo que se refiere a la lucha contra la desertización, beneficiar a las abejas y los polinizadores silvestres, ser un potente sumidero de CO2 y 100% libre de fertilizantes, fitosanitarios y herbicidas, además de tener un bajo requerimiento hídrico y costes de mantenimiento reducidos». Y, sobre todo, con un mercado comercial amplísimo del que, «actualmente, no se cubre ni el 1% de la demanda». Una demanda que el sector espera que crezca exponencialmente, ya que en China empieza a ser un alimento muy solicitado. De hecho, el precio de mercado de este hongo, que oscila entre los 20 y 50 €/kg. en campo, puede alcanzar en los países del Golfo Pérsico, los mayores consumidores, un valor de hasta 220 €/kg. Y la Asociación Española de Turmicultura estima que el beneficio neto de este cultivo, que comienza a dar fruto entre el segundo y tercer año y su mayor productividad a partir del octavo, es a 15 años de 4.500 euros por hectárea y año.
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Todas estas razones han despertado el interés de numerosos agricultores, que han solicitado plaza en el curso que la Asociación Española de Turmicultura imparte hoy en la Finca Torrecillas de Corvera y que se repetirá el próximo 5 de octubre para dar respuesta a todos los solicitantes.
El maná caído del cielo, con el que han identificado los expertos la trufa del desierto, es un hongo que, en simbiosis con la jarilla ('H. almeriense', 'H. violaceum' y 'H. hirtum'), tiene predilección por los suelos calcáreos, pobres en materia orgánica y con escasos requerimientos pluviométricos por lo que la Región es terreno abonado para él. Pero, más allá de sus cualidades gastronómicas, «la clave de su éxito es que es un alimento altamente beneficioso para la salud. Su consumo aporta, por kilo, entre un 16% y un 22% de proteína, entre un 7% y un 20% de lípidos, de un 8% a un 13% de fibra y del 36% al 64% de carbohidratos, además de ácidos grasos insaturados, poliinsaturados y monoinsaturados y ácido oléico. Pero su más potente valor son sus propiedades antioxidantes, con una capacidad de inhibición del daño causado por radicales de entre el 87,8% y el 94,3%. Esto lo convierte en un nutriente esencial para la salud, aún más si se valora que es orgánico y beneficioso para la tierra».
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