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Confesionarios de complicadas situaciones económicas y laborales, bares y restaurantes barruntaban este jueves el pesar por dos semanas en blanco. Sin ingresos a la vista, camareros, empresarios, cocineros, reponedores, limpiadores... liquidaban el género y servían sus últimos platos y cañas en quince días que se harán una montaña a la hora de ajustar miles de presupuestos familiares, aún dolientes del agujero que el anterior confinamiento dejó en sus balances. Entre las muestras de apoyo y de solidaridad de los clientes, los hosteleros recogían mantelerías, desinfectaban mesas y daban salida a parte del género, que en muchos casos terminará en la basura.
Agotados por los esfuerzos ya soportados desde que la pandemia empezó a penalizar a la hostelería, este jueves hacían por enésima vez las cuentas de un futuro que ven negro, y al que ni siquiera la perspectiva de la Navidad da esperanza. Confinamiento, aforos limitados, barras cerradas, gastos en la adaptación a las nuevas medidas... han pasado ya una factura difícil de soportar, y que, alertaban, pagaremos todos con la caída general del consumo que supondrán los días de cierre.
El 'persianazo', temen, puede alargarse más allá de dos semanas, y aunque entienden que la situación sanitaria no puede ser más complicada, tampoco comparten que la hostelería cargue con todo el peso mientras centros comerciales, parques, botellones y fiestas privadas siguen siendo focos de contagio para muchos.
Pedro Enrique Sánchez. Copropietario de la cafetería Hemerot. Lorca
«Doy el año por perdido», decía este jueves tras la barra Pedro Enrique Sánchez, copropietario de la cafetería Hemerot en la céntrica plaza Óvalo de Lorca, en pleno trasiego matinal de cafés y cortados. Durante la mañana se sobrepuso a la frustración de saber que tendrá que volver a bajar la persiana y atendió con diligencia a su clientela, como cada día desde hace 17 años. Durante el confinamiento decretado en marzo «pudimos ir tirando de los ahorros, pero eso se acabó, ahora no disponemos de fondos», decía apesadumbrado pensando también en los dos camareros y la limpiadora que tiene contratados. El cierre «nos aboca a la ruina», lamentaba el hostelero lorquino, que se queja de que nada se sepa aún de las ayudas al sector. Sánchez desconfía de que la medida sanitaria vaya a durar solo dos semanas, como anunció el Ejecutivo regional, y afirmó resignado que «si abrimos para Navidad será para cerrar de nuevo cuando pasen las fiestas».
Por Inma Ruiz
Mario Trasante Martínez. Dueño de la Cafetería Chajá. Cartagena
«Ni nosotros, como profesionales, ni nuestros clientes ven justo que nos cierren», explicó Mario Trasante Martínez, un uruguayo de 61 años que lleva 34 años en la hostelería y dos como artífice de la cafetería Chajá, en Ciudad Jardín (Cartagena). Mientras sirve cañas y tentempiés en una terraza concurrida, «siempre con distanciamiento y limpieza de cada mesa cada vez que cambia la clientela», Trasante admite que echará la persiana y cesará totalmente la actividad porque su negocio se basa en los desayunos, los aperitivos y los cafés y eso no es posible convertirlo en un servicio a domicilio. Tendrá que prescindir de dos empleados a jornada completa y de otro a tiempo parcial. «Esperamos que esto dure poco, porque aún estamos pagando el anterior confinamiento», dijo. Sin embargo, este empresario prefiere ser optimista y pensar que podrá reabrir dentro de dos semanas y recuperarse de cara a la Navidad. «Si no es así, lo podemos pasar realmente mal de cara al año que viene», lamentó.
Por Eduardo Ribelles
Rosa Sánchez. Camarera en El Tornasol. Murcia
Las dos décadas como camarera en la cafetería Tornasol, en plena Glorieta de Murcia, se las devolvían este jueves los clientes con sus muestras de apoyo durante toda la mañana. «La gente se está portando muy bien, es de agradecer», comentaba Rosa Sánchez, preocupada por la que se le viene encima. «Los pagos se acumulan: la casa, el coche, los seguros, dos hijos... se pasan fatigas para llegar a final de mes, y ahora esto». Rosa confía en que los pagos del ERTE le permitan tirar unas semanas, pero lo preocupa que algunos de sus compañeros no hayan cobrado aún el anterior. «Se presentan días complicados, y la Navidad no creo que sea mejor. De momento podemos arreglarnos, pero si la situación continúa así, no sé qué podemos hacer», comentaba mientras asistía al bajón general de clientes que ya comenzó a palpar el miércoles, cuando se anunció el cierre de bares y restaurantes. «Lo veíamos venir, pero no por eso hace menos daño».
Por Fuensanta Carreres
Samuel Sánchez Gil. Cocinero de La Cangreja. Cartagena
«Ojalá que sean solo unos días pero...». Samuel Sánchez Gil lanza un suspiro de desaliento que delata que no tiene nada claro que las restricciones a los restaurantes acaben ahí. Lleva seis años en las cocinas del grupo La Cangreja de Cartagena, en cuyo local en el casco histórico está desde su apertura, hace dos. Y confiesa que, a la reducción de jornada y de sueldo que supondrá el cese parcial de la actividad, se une su preocupación por su familia. «Mi madre es cocinera y mis hermanos también se dedican a esto. Yo no tengo mujer o hijos. Pero ellos sí tienen niños pequeños y les afectará», subrayó este jueves, mientras preparaba uno de los últimos menús antes del cierre. «Volveremos al servicio a domicilio, aunque no podrá ser en todos los locales. No obstante, intentaremos mantener a la plantilla que podamos, para evitar que tengan que irse al paro y a su casa a pasarlo mal», dijo. «Una o dos semanas de cierre será duro, pero si pasa de un mes, otra vez, podría ser inaguantable», advirtió.
Por Eduardo Ribelles
Antonio Guillén. Comercial de bebidas. Murcia
La preocupación por un futuro laboral y económico incierto le roba el sueño a Antonio Guillén, comercial de bebidas, quien este jueves realizaba su habitual recorrido por bares y restaurantes de vacío. «No hay pedidos que entregar, solo tengo algunas facturas, a ver si las puedo cobrar», decía preocupado. La próxima semana estará inmerso, en el mejor de los casos, en un ERTE. «Eso si la empresa decide que no puede aguantarnos más y voy directamente al paro», comentaba resignado mientras aprovechaba su última visita a los clientes para despedirse «no sé hasta cuando. Es un palo muy gordo; esta noche apenas he dormido dos horas, la situación me quita el sueño, ya es mucho tiempo sobreviviendo». A sus 29 años, Guillén, que cuenta con el soporte económico de su mujer para mantener el hogar mientras dure la situación, no conocía un momento laboral «más duro. Es un palo muy fuerte que nos deja hechos polvo a miles de trabajadores».
Por Fuensanta Carreres
Juan Pedro Monreal. Propietario de El Jumillano. Murcia
Hace solo unos días que Juan Pedro Monreal y su mujer celebraron el aniversario de la puesta en marcha del restaurante El Jumillano. Lo hicieron con el augurio de que no tardarían en cerrar la persiana del restaurante, alma del barrio de Vistabella de Murcia, donde este jueves se palpaba el pesar de todos, clientes, camareros, cocineros, vecinos... por el cierre. «No solo somos nosotros y los once trabajadores, son los distribuidores, la plaza de abastos... alrededor de cada restaurante hay mucha gente ganándose la vida», lamentaba el empresario. Como muchos de sus colegas, Monreal mira con envidia hacia otras comunidades cercanas, menos apretadas por las medidas aplicadas contra la expansión de la pandemia. «En la Región se han aplicado condiciones más restrictivas, con las terrazas, los aforos, las barras... el cierre se veía venir, pero lo peor no son estos quince días... es lo que está por llegar», auguraba preocupado por la campaña de Navidad.
También como a muchos de sus colegas, le molesta el foco permanente sobre la hostelería. «No hemos tenido un solo contagio, ni uno solo, y dudo que la actividad de este local sea más peligrosa que la de los centros comerciales, que no dejan de ser espacios cerrados».
La buena marcha del restaurante los últimos años le permite aguantar un tiempo, pero sufre igualmente por los compañeros y los trabajadores. «Lo peor es la incertidumbre, no saber a dónde vamos. Las condiciones cambian, y así es muy difícil», decía preocupado por el futuro tras «muchos años de esfuerzo y trabajo», y apenado también por el ambiente sombrío: «Nada ha vuelto a ser como era».
Por Fuensanta Carreres
Eduardo González. Jefe de cocina de La Tapa. Murcia
El hogar de Eduardo González depende por completo de la hostelería. Él es jefe de cocina en La Tapa, en plena plaza de Las Flores, y su mujer ejerce el mismo puesto en otro restaurante. «Tenemos ahorros, supongo que podremos aguantar un par de meses, pero si la situación no mejora nos tendremos que volver al pueblo, a Puerto Lumbreras». Trabajando los primeros níscalos de la temporada, que terminarán confitados en conserva si no se agotan este viernes, al joven se le echaban este jueves encima los muchos años invertidos en su formación, que le han llevado a trabajar en los restaurantes de Jordi Cruz y en Lyon. «Me encanta mi trabajo, es mi pasión, y no nos importaría hacer las maletas para marcharnos a trabajar fuera, pero el problema es que está todo igual. Es un palo brutal para miles de familias que dependen de esto, y no hay tabla de salvación a la que agarrarse».
Tanto como su situación y su futuro económico, a Eduardo González le preocupa la de su ayudante de cocina, Hamza Elali, la prueba de que la hostelería «es un sector generoso que saca a mucha gente adelante». El chico llegó desde Marruecos oculto en un camión con solo 14 años, se formó en Cáritas y está encantado con su trabajo en La Tapa. «Espero que el ERTE me dé para pagar las facturas del piso que comparto con otros dos amigos en El Carmen», decía este jueves, apesadumbrado con la idea de perder un empleo que lo es todo para él. «Soy feliz en la cocina, me gusta mucho mi trabajo. A ver si salimos pronto y puedo recuperarlo, que me ha costado mucho».
Por Fuensanta Carreres
Daniel Bellera Medi. Camarero de Los Habaneros. Cartagena
«Solo pedimos que en el real decreto sobre este nuevo cierre quede claro en qué parte de nuestra actividad podemos seguir trabajando, pero no como una limosna, sino para poder seguir adelante, porque si paramos todos los que formamos este sector, se para España», explicó este jueves Daniel Bellera Medi, un melillense de 41 años que lleva seis como camarero en el restaurante del Hotel Los Habaneros de Cartagena. Al formar parte de este alojamiento, «creemos que podremos mantener el servicio a nuestros huéspedes, en el comedor y en el servicio de habitaciones, como pasó durante el primer confinamiento. Pero tendremos que esperar a ver cómo se plasma todo en el documento sobre el cierre de la hostelería», apuntó. A él y a sus compañeros ya les tocó reciclarse entonces. «Tuvimos alojados a militares, médicos, enfermeros y transportistas a los que pudimos servir», recordó. Ahora solo espera que las nuevas restricciones respeten al menos esa parte de su actividad. «Si tenemos que volver a reducir nuestro trabajo a lo esencial lo haremos, pero que nos lo digan claro», indicó. Casado y padre de un hijo, este profesional confesó que cuando se enteró del cierre le invadió «la incertidumbre» y también cierta sensación de desorientación. «Anunciar un cierre sin decir qué se permite y qué no, y sin distinguir unos negocios de otros, equivale a criminalizarnos a todo un sector y señalarlo como los culpables de la pandemia. Y eso no es así», añadió. De momento, no teme por su trabajo, pero reconoce que no sabe muy bien lo que pasara si las restricciones se mantienen.
Por Eduardo Ribelles
Gonzalo García y José Miguel Aguayo, socios y dueños del restaurante Ándele. Cartagena
Al rechazo a la medida, se suma en Cartagena la incertidumbre por no saber cómo aguantar para reabrir cuando la crisis remita. Gonzalo García y José Miguel Aguayo, socios y dueños del restaurante Ándele, se lamentaban este jueves de que la hostelería cargue con todo el peso mientras centros comerciales, parques, botellones y fiestas privadas siguen siendo focos de contagio para muchos.
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Fernando López Hernández y Rubén García Bastida
Martin Ruiz Egaña y Javier Bienzobas (gráficos)
David S. Olabarri y Lidia Carvajal
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