Una mujer huida de Mosul visita a una pariente que vive desde hace dos años en el campo de Khazer.

Sobrevivir en una jaula

La batalla de Mosul desata la mayor crisis de refugiados del año. Han salvado la vida y poco más. Tras la alambrada, solo queda esperar

GUILLERMO ELEJABEITIA

Martes, 22 de noviembre 2016, 12:26

Al cruzar la alambrada se para el tiempo. Se abre un presente tedioso y deprimente, en el que el único verbo que se conjuga es esperar. A que cesen los bombardeos, a que pase la hambruna, a que los políticos se pongan de acuerdo... a que haya paz. Se calcula que más de 65 millones de personas en todo el mundo han tenido que salir de sus casas con lo puesto huyendo del peligro. Cerca de 22 millones tienen oficialmente el estatuto de refugiado, aunque probablemente son muchos más. Contar a quienes viven escondiéndose no es tarea fácil.

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La batalla de Mosul ha dejado imágenes sobrecogedoras que ilustran el penúltimo capítulo de una historia tan vieja como la guerra. La diáspora. Miles de personas saliendo de sus casas, con la angustia dibujada en el rostro y la incertidumbre de no saber si volverán. En el entorno de la ciudad iraquí se espera la llegada de 100.000 refugiados. ACNUR lleva meses preparando un operativo que constará de hasta once campamentos, pero sólo cinco están ya listos para ser usados. Las largas colas a la entrada delatan que serán insuficientes.

Quienes consiguen registrarse y disponer de una tienda dentro del perímetro vallado han salvado la vida, pero poco más. Acaban de entrar al purgatorio. ¿Sus pecados? Ser pobres y vivir en el lugar equivocado en el momento equivocado. Dentro del campamento podrán comer y dormir con cierta ilusión de seguridad. Pero sus inquietudes, sus planes de futuro, sus sueños, tendrán que esperar.

Les consuela pensar que se trata sólo de una solución temporal. Que pronto podrán volver a sus casas o seguir su camino. Pero la experiencia de lugares como Kenia o el Sahara Occidental vendrá a sacarles de su error. Allí varias generaciones han nacido en unos campamentos que ACNUR considera un mal menor, frente a la deseable integración en el país de acogida.

Pero la realidad es tozuda. La creciente conflictividad mundial y la política del miedo en Occidente no permiten abrigar muchas esperanzas en esa dirección. «Nos enfrentamos a la mayor crisis de refugiados de nuestro tiempo, y no es sólo una crisis de números, sino una crisis de solidaridad», advierte el secretario general de la ONU, Ban Ki Moon.

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Mientras tanto, en Líbano, Irak, Turquía o Afganistán la vida sigue transcurriendo para millones de personas detrás de una alambrada. Protegidos del peligro que les acecha, pero a cambio de convertir su vida en mera existencia. Encerrados en una jaula en la que sólo cabe esperar la libertad.

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