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GUILLERMO ELEJABEITIA
Domingo, 17 de julio 2016, 08:04
«No estoy embarazada, estoy harta». Así zanjaba ayer Jennifer Aniston la enésima especulación sobre su supuesto estado de buena esperanza. Su paciencia la han colmado unas fotografías en las que se la ve disfrutando de sus vacaciones en un barco. En ellas su figura no luce todo lo escultural que se espera de una estrella de Hollywood, simplemente se ve a la actriz de 47 años relajada y tranquila. Sin embargo las imágenes han servido a los tabloides para afirmar tajantemente que espera un bebé y Aniston ha dicho «¡basta!». En una carta abierta al diario 'Huffington Post' ha cargado contra quienes miden a las mujeres en función de su estado civil o maternal: «No necesitamos estar casadas o ser madres para estar completas. Lo estamos con o sin pareja, con o sin hijos», clama.
Su enfado ha servido para echar leña sobre un debate que hace apenas una semana encendió la campaña para suceder a David Cameron como primer ministro del Reino Unido. Andrea Leadsom dijo en una entrevista que estaba más capacitada para el puesto que Theresa May por el mero hecho de ser madre. «Al menos tengo una participación real en el futuro del país», fueron sus palabras. La polémica no se hizo esperar y, consciente de su error, Leadsom se retiró de la carrera allanando el camino para el nombramiento de May. La flamante primera ministra británica se mudó ayer al 10 de Downing Street junto a su marido, y sin hijos.
Representa a una proporción cada vez mayor de mujeres occidentales, las que no han dado a luz y probablemente nunca lo harán. El caso de May, que ronda los 60, es menos común en su generación, pero entre las nacidas a partir de 1975 una de cada cuatro no será madre. ¿Les hace eso menos válidas? A tenor de los comentarios que siguen teniendo que escuchar parecería que sí. «Me decían que una mujer sin hijos es como un jardín sin flores», recuerda todavía dolida Carmen García Hidalgo. Esta cordobesa de 43 años tuvo claro desde pequeña que no quería niños. «Simplemente no me atraía la idea», admite. Cuando estaba en la veintena, el comentario más común era «ya se te despertará el instinto». Pero fueron llegando los treinta e incluso los cuarenta y aquello no se despertó. «Cuando vi que se acercaba el momento comencé a verlo como una obligación, hasta que me di cuenta de que sencillamente no me lo pedía el cuerpo», se sincera.
De hecho, hay quien pone en duda esa llamada de la naturaleza. «Entendido como algo innato que nos impulsa a tener hijos, el instinto maternal no existe», asegura la psicóloga y sexóloga Marisa Díaz, para quien se trata más una construcción social, cultural o religiosa. Pedro Font, del Instituto de Estudios de la Sexualidad y la Pareja, precisa que «el instinto maternal está ahí, pero en el conjunto de la especie, no necesariamente en todos y cada uno de sus individuos».
Creced y multiplicaos
Aquel mandato de «creced y multiplicaos» que aparecía en el Génesis sigue teniendo peso en la sociedad actual y hace que las personas que renuncian voluntariamente a procrear todavía se sientan estigmatizadas. Especialmente las mujeres. «Cuando no los tiene porque no puede se la compadece, cuando es porque no quiere se la considera fría, calculadora e irresponsable», sostiene la autora Meghan Daum, una de las representantes del movimiento 'Childfree' (Libre de hijos). Bajo esta denominación nació en los años 60 una corriente que, alentada por el desarrollo de métodos anticonceptivos, hizo que muchas personas tomaran la decisión de no alumbrar nuevas vidas.
Las razones son de lo más diversas. Hay parejas que sencillamente prefieren dedicar el tiempo y el dinero necesarios para criar la prole a otros menesteres. Reciben el nombre de 'Dinks', acrónimo en inglés de 'Doble ingreso, sin niños' y, teniendo en cuenta que la crianza puede suponer el 50% de las ganancias de un hogar medio, son un grupo social de jugoso poder adquisitivo. Se les tacha de «egoístas» e «irresponsables», pero lo cierto es que viajan más, viven en mejores casas y algunos estudios aseguran que son más felices que las parejas con hijos. Carmen García y su novio José Carlos, que llevan 11 años juntos, podrían incluirse en ese grupo. «La principal ventaja es que yo dirijo mi vida, tenemos más tiempo para viajar o para hacer planes», reconoce. ¿Inconvenientes? «De momento no veo ninguno. Hay amigas que me dicen que de mayor me sentiré sola, pero también veo muchas madres mayores que no se sienten acompañadas por sus hijos», advierte.
Frente a una postura más hedonista, también están quienes deciden no traer niños al mundo guiados por una fuerte conciencia social. Ven en la renuncia una forma de proteger el planeta. «El mundo está superpoblado, no necesita que yo traiga un niño al mundo que va a contaminar, a consumir recursos que están mal distribuidos y a provocar un daño al planeta», afirma Audrey, de 35 años. Este activismo antinatalista está llevando a algunos jóvenes occidentales a abogar incluso por la esterilización definitiva.
Vasectomía
La mayoría de los médicos l desaconsejan. Lola, barcelonesa de 36, se queja de que, cuando ella y su pareja le plantearon al urólogo una vasectomía, su respuesta fue «no sabéis lo que es» tener un hijo. «No nos dio ninguna otra razón de peso, simplemente pensó que no era ético dejarnos decidir por nosotros mismos». Pese a lo fuertes que puedan parecer sus convicciones, «conviene dejar cierto margen a la rectificación», recomiendan los expertos. El doctor Font, biólogo y sexólogo, reconoce que es relativamente frecuente que «en un momento dado uno de los miembros de la pareja cambie de opinión, y la consecuencia más habitual es la ruptura».
La mayoría de las mujeres que renuncia a la maternidad lo hace para centrarse en una carrera profesional en la que tener hijos puede constituir un obstáculo. El mundo de la política, los negocios o el del espectáculo están llenos de ejemplos, desde Angela Merkel a Oprah Winfrey. «Muchas mujeres con profesiones muy exigentes son conscientes de que si dejan de trabajar durante un periodo prolongado para dedicarse a sus hijos, todos sus competidores las adelantarán y será muy complicado volver a coger el ritmo», reconoce Font.
Los límites entre la elección personal y la que es fruto de las circunstancias se difuminan. El hecho de que el peso de la crianza siga descansando mayoritariamente sobre ellas coloca a las mujeres en una posición de desventaja que mediatiza la decisión final.
Aunque el 20% de las europeas no son madres, se calcula que solo el 5% lo hace por decisión personal. El resto no lo será porque carece del soporte socioeconómico para tener descendencia, no encuentra a la persona adecuada o porque llegado el momento su fertilidad se ha deteriorado.
De ir a más, esta tendencia supondrá un desafío demográfico, social y económico para Occidente en las próximas décadas. Pero la solución no pasa por afirmar, como el presidente turco Erdogan hace apenas un mes, que «las mujeres que no son madres son la mitad de mujeres». Él parece que poco hombre.
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Fernando López Hernández y Rubén García Bastida
Martin Ruiz Egaña y Javier Bienzobas (gráficos)
David S. Olabarri y Lidia Carvajal
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