Miguel Ángel Perera, este lunes, durante la faena.

Calidad de Perera, a hombros El Juli

El torero extremeño no remata con la espada su bella faena

BARQUERITO

Lunes, 13 de julio 2015, 22:32

Abrió un toro colorado calcetero, regordío y fondón. Culata y pechuga para dar y tomar. 600 kilos. No tanto trapío. Su cara, más que trapío. Cara de bueno. Y buen toro. Pronto y pastueño. Parecía que los kilos iban a ser lastre. No lo fueron. Padilla en versión aparatosa de principio a fin: larga cambiada de rodillas a porta gayola -y el coro fiel de "¡Illa-illa-illa, Padilla maravilla!"-, otra larga en la puerta de toril pero en paralelo con las tablas y cuando venía de vuelta el toro bien abiertos los ojos. Un desarme, un puyazo trasero muy peleado -casi desmontado Alventus, que no se esperaría tanto empuje-, tres pares de banderillas de matador pero con visible y excesivo de los peones, un brindis al público -al de sol y al de sombra- y la apertura de rodillas que exigía el guión. Iba a ser faena para la galería. La exigencia justa. Padilla desplazó al toro por sistema, le perdió pasos, abusó de molinillos, reolinas y molinetes. Desplantes forzados o no, efímeros, sin convicción. Solo que ese toreo de artificio también fatiga. El efectismo es un tigre de papel. Un bajonazo, una estocada. Antes de enlazar el toro en las mulillas saltó por la zona de sol un espontáneo activista que llevaba pintados en pecho y espalda un mensaje antitaurino en inglés. Parecía bebido. Llovieron desde el sol botes y botellas, la bronca fue monumental, agentes de seguridad retiraron al espontáneo sin ruido y diligentemente. Padilla se pegó una vuelta al ruedo voluntaria.

Publicidad

Aplaudieron en el arrastre al toro. Por bueno. Hubo dos más de notable bondad: el cuarto, único del hierro de Garcigrande dentro del envío de Domingo Hernández y familia, que, además de bondad, sacó calidad sobresaliente; y un sexto despapado, cinqueño como el primero, que tuvo rico son mientras duró pero duró demasiado poco. Se vino abajo a los quince viajes, y justo cuando Perera acababa de meter a todo el mundo en harina. La cosa iba de faena de la feria: una primera tanda de siete muletazos de rodillas en tablas, ligados, templados, sacados por abajo, ajustados; y enseguida, una tanda de cuatro en redondo, y en el platillo, de severo y riguroso encaje, ritmo mayor. Con su remate cambiado a compás y por alto. En la tercera tanda se rindió el toro. Perera estaba lanzado. Le había hecho al tercero la faena mejor de la corrida. Un toro despuntado y justo de respeto, pero bravo de verdad en el caballo. Sacó en la muleta ese puntito díscolo que a veces brota en Garcigrande. El toro díscolo empuja, aprieta y ataca. Nada que ver con el feliz son pastueño del primero. Perera lo toreó embraguetado, a suerte cargada, en muletazos largos, ligeramente abierto el compás, ni de perfil ni el medio pecho, lacios pero poderosos los brazos, temple mayor. Son caro con la diestra, pero el toro, por escobillado, no terminó de provocar a la gente. Contraste tremendo después de seis corridas sanfermineras de pavorosa artillería. A pies juntos, la trenza inverosímil de toreo cambiado. Ni un engachón. En la suerte contraria y soltando el engaño, una estocada caída que no estuvo a la altura de la faena. Una oreja. Por eso saldría Perera tan por todas después. Lo particular del remate de capa en el saludo fue el broche de una larga que parecía de la firma de Talavante. Un gran quite por chicuelinas de costado, ceñidísimas. Este sexto, cinqueño, era el más abierto de cuerna de los seis. Por eso se atragantaría Perera con la espada. Ni pasó ni lo intentó siquiera. El mejor muletero de los sanfermines, sí, pero la muleta sola no mata.

     El cuarto fue de un garcigrande de pata negra: ritmo, descolgado, recorrido, nobleza, entrega, regularidad. Padilla repitió la jugada: todo para el pueblo pero sin el pueblo y tratando de dejar en segundo plano el toro. Con el toro estaba la gente mientras merendaba y después de merendar, porque la faena fue de las interminables. El terreno lo marcó el toro. Padilla anduvo muy ansioso. Sentiría que se le estaba yendo el toro de la feria. El más claro. Un aviso antes de cuadrar. Una entera defectuosa, un puntillero desafortunado. Un silencio de castigo.

     Para El Juli fue el lote menos propicio y lucido. De una ganadería que conoce casi tan bien como el ganadero. Un segundo noblón pero de los que no terminan de romper. Tal vez porque Julián abusara del toreo de poder y por bajo casi desde el arranque. Para eso no tuvo fuelle el toro. El quinto se escobilló al rematar. Dos alcachofas en los pitones. No paró de claudicar. El Juli llegó a asentarlo tras un trasteo casi sin pausas, metódico pero machacón. De pronto, una lujosa tanda con la izquierda. La mejor de la tarde por esa mano. Fue más airosa la primera faena, tan de torero técnico como la otra. Pero contaron casi lo mismo. El primer rodó sin puntilla de estocada perpendicular. El quinto, de pinchazo y gran estocada al salto. Una oreja y otra. El Juli a hombros en Pamplona. Una vez más.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

El mundo cambia, LA VERDAD permanece: 3 meses x 0,99€

Publicidad