Talavante lidia a su segundo toro.
TOROS | FERIA DE LA BLANCA

Buena corrida de Albarreal

Ni Castella ni Fandiño terminan de esmerarse ni inspirarse con los dos toros mejores del envío. Oreja larga para el torero de Orduña. Solo detalles notables de Talavante

BARQUERITO

Martes, 5 de agosto 2014, 23:33

Muy buenecita la corrida de Albarreal. Ni roma ni astifina sino todo lo contrario. Ni larga ni corta. Bien hechos los seis de envío. Se dice de un toro que está en tipo -en el tipo de la ganadería- cuando la estampa se asemeja al prototipo de su sangre. La rama que al tronco sale. ¿Qué tronco? El tronco se llama Juan Pedro Domecq. Es decir, el toro que en las hechuras se retrata con el gesto. El gesto de bondad, que no se hizo, por cierto, esperar apenas, pues el primero de los seis de esta baza fue un toro de carril, casi de encargo.

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¿Alegría? Parecía feliz al embestir. Fijeza en los engaños, compasito al tomarlos, docilidad al repetir. No se podía mezclar tanta dulzura con una sola gota de fiereza. Para torear de salón. Algo de eso hubo. Castella se abrió de capote con cierta majeza: tres verónicas de amplio vuelo. Y un quite. El toro sangró lo indispensable en un puyacito. No hicieron falta los picadores. Si acaso, el que sangró al quinto de la tarde, el único que se empleó medio en serio en el caballo. Todo lo que de bondadoso tuvo el toro que rompió plaza lo tuvo también de ligero. Embestida pautada, automática, predecible e inocua. Y una faena tan sencilla como larga de Sebastián Castella. Cuanto más larga, más plana. Cuanto más plana, más sencilla. O sea.

1ª de feria

  • 3.000 almas. Templado, bueno.

  • Seis toros de Albarreal, en tipo Juan Pedro Domecq, terciados, justos de fuelle, muy bondadosos. De carril el primero; con clase el quinto. De más a menos los otros

  • Sebastián Castella, saludos y saludos tras un aviso. Iván Fandiño, saludos y una oreja. Alejandro Talavante, saludos y palmas tras un aviso.

Es difícil torear tan fácil. Sí, pero. El toro escarbó de repente, y con eso no se contaba. Y por la mano izquierda no fue tan dócil como por la derecha. De modo que el trabajo del torero de Béziers fue de más a menos, que es lo que suele suceder. Alguna claudicación del toro cuando empezó a cansarse, una lenta agonía y con las orejas puestas al desolladero.

¿Quién dijo emoción? Nadie lo dijo. El segundo de corrida asomó desmochado e inerme. Fandiño lo escupió en los lances de recibo y tardó luego en ponerse o remangarse. El toro se movía, se fue corrido y por su cuenta al caballo, enterró pitones al salir del castigo y siguió vivito y coleando. Fandiño le brindó a Talavante sin apenas mediar palabras. Estaría convenido el trato. Un discreto trabajito, porque, a juego con la faena, este fue toro de más a menos. Exageradamente montada la muleta, muletazos cortos.

Ahora se habla de hacer las cosas "a favor del toro", y no fue el caso. Ni a favor ni en contra. La banda tocó el Martín Agüero, del maestro Franco, que se deja escuchar siempre a gusto. Muy encima Fandiño del toro. Sin darse importancia ni meterse a fondo. Una estocada soltando el engaño. Agüero tuvo fama de ser uno de los mejores estoqueadores de su época. Los años 30. Torero vasco de los "de hierro", según la historia que Antonio Fernández Casado tiene escrita sobre los toreros de Vizcaya. De hierro la espada bien forjada. En aquel tiempo estaba prohibido, o mal visto, soltar la muleta al reunirse con el toro para matarlo. Ya no.

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El tercero fue más toro que los dos jugados por delante. Más carita, engatillado. No mucha más fuerza. Talavante lo toreó de capa con calma. Lances muy despaciosos. Esa lentitud que en el toreo de recibo y salida parece un milagro. La misma calma lenta luego, en un comienzo de faena francamente bueno y bello. Pero solo duro la espuma un suspiro. Se vino abajo el toro, se rebrincó, desfalleció. No era cuestión de atacar. Largo trasteo. El toro llevaba rendido un buen rato cuando Talavante enterró una estocada defectuosa.

Un cuarto de hora de descanso. Sería por el hambre y no por falta de pan. Estaban a tope todos los garitos de Vitoria a la hora de comer. El cuarto toro salió al galope y fue el más elástico de la corrida. El de mejor cuajo también. Toro muy pronto, solo que estuvo gateando a los diez viajes. En corregir ese gateo se empeñó Castella con buen oficio. Y, sin embargo, luego de la enmienda, llegaron improcedentes tirones. Perdió las manos el toro, se acabó el combate. Un interminable trasteo. Toreo por horas. Media estocada, un aviso. "Jartibles" llaman en Sevilla a esa clase de faenas sin techo ni fondo.

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Todavía quedaban dos toros. No había pasado prácticamente nada. Y no pasó mucho más después. El quinto fue, como solían decir los escribidores taurinos franceses, el toro más interesante. El de más largo viaje. En el fondo de bondad, una chispa de bravura. Más ramplón que brillante Fandiño en una faena chilladísima. La música se resistía, y por eso retumbaban en la trama metálica de cubierta las voces de Fandiño. Una tanda de molinetes antes de la igualada. Se celebraron como un acontecimiento. Una estocada. Una oreja.

El sexto salió con brío y saltó al callejón con el estilo Fosbury, es decir, rozando con los lomos las tablas cimeras. Un espectáculo. Buen toro también. No hubo ninguno malo. No tan fino Talavante con el capote como el turno primero, pero tan decidido como antes. No es que se viniera abajo este sexto, pero se paró, que es casi lo mismo. Ni dándole distancias, ni dejándole reponer oxígeno y nitrógeno. Una estocada y se acabó.

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