Gonzalo Carod, Sandra Benítez y Guzmán Martín. Ros Caval / AGM

Un segundo que lo cambia todo: «Durante años soñé que me volvían a atropellar»

Gonzalo, Sandra y Guzmán, tres víctimas de accidentes graves de tráfico, advierten de los peligros al volante y dan ejemplo con su testimonio de la «dureza y el dolor» que suponen las secuelas

Domingo, 19 de noviembre 2023, 07:32

Hasta tres golpes cambiaron la vida de Gonzalo Carod en apenas quince años, después de que el conductor del coche en el que viajaba se saltase «por un despiste» un semáforo en rojo cuando circulaban por el centro de Barcelona. «Mi vida no se transformó en ese instante, pero todo lo que vino después fue consecuencia de ese momento», matiza este vecino de Murcia. Tenía 28 años y una colisión lateral seguida de otra frontal lo llevaron en el año 2000 a someterse a dos operaciones a vida o muerte en una misma noche. «Sufrí una hemorragia interna, tuvieron que meterme hasta seis litros de sangre, pero consiguieron salvarme la vida», asegura.

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Son precisamente los pequeños despistes, que se repiten cada vez con mayor frecuencia al volante, los responsables de seis de cada diez muertes en las carreteras de la Región de Murcia, según alerta la Dirección General de Tráfico, que señala que la Comunidad es la tercera con la tasa más alta de siniestros viales por cada 100.000 habitantes (375,9), solo por detrás de Andalucía y Cataluña. Según los datos de Tráfico, los siniestros con víctimas mortales hasta octubre han caído un 15,7%, al pasar 38 a 32 fallecidos. Los heridos graves también van en descenso: hasta agosto se habían registrado 57 en la Comunidad.

La Sociedad Española de Neurología avisa, con motivo del Día Mundial en recuerdo de las Víctimas de Accidentes de Tráfico, que se celebra este domingo, de que el 85% de hospitalizados por un siniestro vial sufren secuelas permanentes de carácter grave como daño cerebral o, como en el caso de Gonzalo, lesiones medulares.

Gonzalo Carod circula en su silla de ruedas motorizada por la zona norte de Murcia. Ros Caval / AGM

Él conserva muy nítido el recuerdo del dolor de las semanas que siguieron al accidente. Los médicos no detectaron en un primer momento una fractura vertebral en la zona lumbar, de la que fue intervenido en Madrid semanas más tarde. Ese fue el primer golpe. «Supuso mucho esfuerzo y dolor, pero tras meses de rehabilitación conseguí recuperar mi vida, volver a correr, a nadar», explica.

Cuando el accidente ya empezaba a quedar atrás, a Gonzalo le detectaron en 2008 varios quistes medulares derivados de una cicatriz que apareció por no haber tratado desde el principio la fractura. «Nadie era consciente de que me podía pasar. Tuvieron que abrirme toda la espalda y realizar una intervención aún más compleja que la primera. Rompieron muchos nervios, que luego hubo que coser, y vértebras para poder eliminar esos bultos. El dolor era insoportable y la recuperación, durísima. Pasé meses con morfina y dolor 24 horas, 7 días a la semana». Las secuelas de la colisión seguían poniéndole obstáculos: tuvo que volver a aprender a andar, «primero con andador, luego con muletas». No fue hasta 2010 cuando consiguió retomar su vida casi como la había dejado antes de la operación, ya que, aunque no lo alejó por completo de la práctica deportiva, a la que era muy aficionado, sí la limitó.

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Sin embargo, en 2013 llegó el tercero y peor de los impactos derivados del accidente: empezó a mostrar síntomas de pérdida de equilibrio y fue viendo cómo su capacidad motora se iba limitando hasta quedar en 2016 en silla de ruedas. «Fue poco a poco, hasta que ya no hubo vuelta atrás y no podía caminar ni con muletas. Es duro de asimilar y a lo largo de los años he tenido días de bajón», reconoce. «Tengo una lesión grave y a priori no puedo hacer casi nada, por eso hasta las más pequeñas me hacen muy feliz», explica. Lo que más disfruta es compartir tiempo con su hijo, que nació en 2014 y al que él mismo enseñó a montar en bici: «Yo ya iba en silla de ruedas, pero lo recuerdo como un gran hito, estoy muy orgulloso, no pensaba que pudiera conseguirlo», confiesa.

«No tengo trauma y me gusta conducir mi coche adaptado, pero hay que tener mucho cuidado de con quién te montas, qué condiciones atmosféricas hay, vigilar los movimientos del resto de vehículos. No es simplemente montarte y ya está porque puede ocurrir cualquier cosa en un momento», insiste.

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  1. Sandra Benítez: «Cuando veo un paso de peatones paro dos metros antes»

Sandra Benítez cruza el paso de peatones en Murcia en el que fue atropellada hace seis años. Ros Caval / AGM

La vida de Sandra Benítez dio también un giro de 180 grados en apenas unos segundos, los que tardó en cruzar con su bici un paso de peatones en Murcia hace ahora seis años. Esperó a que el semáforo se pusiera en verde y con el ciclo entre las piernas, caminando, avanzó varios metros, pero una conductora con prisa no frenó a tiempo y se la llevó por delante. Desde entonces, Sara, de 54 años y vecina de Puente Tocinos, no ha podido practicar ciclismo, lleva ocho operaciones a su espalda, perdió el olfato y ha sumado 20 kilos por la medicación. Trabajaba con personas con discapacidad y ahora tiene una incapacidad permanente.

«Recuerdo perfectamente cómo impactó contra mí: mi casco desapareció del golpe y fui a parar contra el asfalto, no dejé que nadie me tocara porque tenía miedo de seccionar la femoral, me dolía muchísimo la pierna». Aún continúa inmersa, junto a sus abogados de Pérez Gil y Traficalia, en un proceso legal para reclamar una «indemnización justa» que no va a devolverle su vida anterior, pero que espera que le haga más fácil esta nueva a la que aún se está adaptando y en la que el dolor es una mochila de la que nunca se deshace.

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A las secuelas físicas se le suman las psicológicas. «Cada vez que veo un paso de peatones paro dos metros antes porque tengo pánico, cuando veo a un ciclista cometiendo alguna imprudencia o conductores para los que los pasos de cebra no existen lo paso muy mal», confiesa. Este miedo desarrollado a consecuencia de su accidente la llevó a visitar al psicólogo: «Ahora duermo con pastillas porque durante años, por las noches, soñaba que me volvían a atropellar a mí o a mi familia, o que yo atropellaba a alguien».

  1. Guzmán Martín: «A veces sigo pensando 'por qué a mí'»

Guzmán Martín posa en su silla de ruedas para LA VERDAD. Ros Caval / AGM

«El coche o la moto son máquinas de matar. Para ti y para otros vehículos o peatones. Hay que estar atento siempre. En una milésima de segundo cambia todo», asegura Guzmán Martín, de 38 años y vecino de La Ribera de Molina. Él da testimonio con su propio cuerpo de que cualquier imprevisto en la carretera puede resultar fatal. Cuando tenía 15 años e iba como paquete en una moto por la localidad de San Pedro, una piedra que transportaba un camión saltó de la zona de carga y acabó en el carril por el que circulaba con su amigo. No lograron esquivarla, perdieron el control y Guzmán salió disparado hacia un quitamiedos. «Estuve en coma dos semanas, no sabían si saldría adelante. No recuerdo nada de ese verano, el accidente sucedió en agosto y yo un mes antes había conseguido ser campeón de España de atletismo, no guardo ningún recuerdo de aquello», lamenta.

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Cuando dejaron de temer por su vida llegó la noticia: no volvería a caminar. «Siempre tienes momentos de bajón, me sigue ocurriendo 23 años después, pienso por qué a mí. Pero todo el mundo vive situaciones complicadas y yo me quedé sin movilidad de cintura para abajo, pero si el golpe hubiera sido unos centímetros más arriba no lo estaría contando. Al poco de recibir la noticia decidí que si había sido campeón de atletismo lo intentaría ser también en silla de ruedas», explica.

Hoy participa en maratones y carreras populares, pero la recuperación no ha sido sencilla: «Pasé cuatro meses en el hospital, volver a moverme fue complicado y doloroso, la rehabilitación es muy dura». Con toda esa experiencia, Guzmán, al igual que Gonzalo, intenta concienciar a través de Aspaym sobre los peligros de las distracciones al volante, además de mostrar que, pese a que la silla de ruedas pueda limitarles, con esfuerzo pueden recuperar cierta normalidad.

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Gonzalo, Sandra y Guzmán dan fe de que «un pequeño error te fastidia la vida entera». Los tres hacen frente ahora a las secuelas, sabiendo que el camino para mantener su autonomía no será fácil. Ellos al menos podrán recorrerlo.

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