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Dos veces atacó la enfermedad los pulmones del escritor lorquino José María Castillo Navarro. El primer golpe se lo dio la tuberculosis que, según contó, le acabó empujando a escribir, incapaz de retener en su interior la huella que le había dejado la visión del traslado de los cadáveres en el sanatorio alicantino de Torremanzanas, donde había ingresado enfermo, mientras la vida se abría paso por otras rendijas. El segundo impacto, todavía más violento, llegó de la mano del Sars-Cov-2 en octubre del pasado año, que se llevó para siempre su cuerpo pero nunca su obra ni su memoria.
La marcha de Castillo Navarro cerró uno de los episodios más brillantes de la literatura regional y dejó huérfano al 'Niño de la flor en la boca' cuya escultura rinde homenaje en su ciudad natal a su relato de título homónimo.
En su recorrido infeccioso de cuerpo en cuerpo, el coronavirus ha repartido en estos diez meses la fatalidad salpicando a talentos y personalidades de la sociedad de la Región de Murcia y arrebatando a la Comunidad parte de su patrimonio más frágil e insustituible: el humano. Escritores, pintores, arquitectos, empresarios y servidores públicos que dejan un legado imborrable.
«La pintura es un ir y venir, una marea que sube y baja hasta volver a su cauce», le confesaba el pintor José María Falgas al cantautor y periodista José María Galiana en un encuentro con motivo de su exposición retrospectiva en El Almudí en el año 1996. La hemeroteca de LA VERDAD guarda aquella coincidencia en el espacio, el tiempo y el papel de dos grandes nombres de la cultura murciana arrebatados por el coronavirus.
A Galiana, músico, escritor y periodista, le asaltó la Covid en el primer brote surgido en la residencia Cáser de Santo Ángel, en uno de los momentos más dramáticos de la primera ola. Falgas, retratista aliado de la luz, enamorado de la huerta, los paisajes y las tradiciones de Murcia, a los que sus pinceles volvieron una y otra vez, falleció hace tan solo una semana, cuando contaba 91 años, después de entregar más de 70 de ellos a la pintura hasta convertirse en uno de los puntales de la herencia cultural de la Región. Entre uno y otro el virus no ha dejado de cercenar vidas.
La Covid se cebó con las letras. Además de a Castillo Navarro se llevó a Manuel E. Mira y Maruja Sastre Fernández. Él, ingeniero técnico industrial con una tardía vocación literaria que no le impidió alcanzar reconocimientos como el premio Libro Murciano de Año en 2014 por 'El murmullo del tiempo' o ser finalista del Premio de Novela Ateneo de Sevilla de 2018 por 'La última llave'. Ella, nacida en Baza pero lorquina de adopción, rindió con sus escritos e investigaciones sobre la historia local homenaje a esa tierra a través de diversos libros, de los que 'Gente de Lorca', escrito junto a Eulalia Martínez, fue de los más populares.
La pandemia también puso fin a las vidas de José Egea Ibáñez, ingeniero agrónomo y presidente honorario de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Murcia, que donó bajo su mandato 33 documentos históricos de gran valor al Ayuntamiento de Murcia; del empresario cartagenero Pedro Saura Cabello, presidente del consejo de administración y alma de Mecánicas Bolea; y, más recientemente, de Salvador Martínez Hernández, concejal de La Unión con Francisco Bernabé y Julio García como alcaldes y edil en la oposición hasta 2019.
Cabe recordar el fallecimiento por Covid del arquitecto vallisoletano Pablo Puente Aparicio, íntimamente ligado a la cultura murciana, ya que dio vida a exposiciones como 'Huellas' en 2002 y 'Salzillo, testigo de un siglo' en 2007, y fue el responsable de la reforma del Museo Salzillo en el año 2009.
Sus vidas dejaron importantes trazos en el cuadro de la historia reciente de la Región. Son algunos de los rostros de una tragedia que, tristemente, tiene ya más de mil caras.
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