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Hace más de medio siglo que un grupo de médicos y periodistas fundó Médicos Sin Fronteras (MSF) para informar y atender con libertad en el genocidio de la etnia igbo en Nigeria. Fue el 22 de diciembre de 1971. En todo este tiempo, ha cambiado todo para que nada cambie, cumpliendo con la 'doctrina Lampedusa'. Entre Rusia y EE UU ya no existirá ese célebre teléfono rojo como entonces, en plena Guerra Fría, pero no es esperable que Biden y Putin se escriban un whatsapp todos los días si no es para reprocharse algo.
Aunque este seguramente sea el menor de los problemas que actualmente tienen lugar a lo largo y ancho del globo terráqueo. Algo que saben de primera mano en MSF, que presta labor humanitaria en más de 70 países. El desempeño de este trabajo no resulta sencillo, por lo que «basamos nuestra estrategia en la negociación con los actores de la zona, tratando de hacer ver que somos independientes y neutrales», expone Mila Font, delegada de la organización en la Región de Murcia.
En un margen del río Ubangui, la capital de la República Centroafricana bulle de actividad. En la otra, ya en la República Democrática del Congo, los voluntarios de MSF se afanan en atender a los cientos de desplazados que cruzan desesperadamente el caudaloso curso de agua, tratando de escapar del enfrentamiento desatado en su país de origen. Entre todos esos colaboradores se encuentra la murciana Aurora Egea.
Con el constante trasiego de gente, apenas tiene tiempo de mirar hacia la otra orilla. Ella ya cruzó su propio Rubicón cuando en 2016 se alistó en MSF para ayudar a los demás. Pocos imaginan que una ingeniera pueda colaborar en una organización que lleva la medicina por bandera. Pero vaya si lo hace.
«Desde el primer momento en que elegí la carrera, tenía claro que quería ser partícipe de alguna ONG», explica Aurora. A sus 37 años, ha visitado prácticamente todos los continentes, ayudando en países como Yemen, Etiopía o Colombia. Centra su servicio en la instalación y el mantenimiento de infraestructuras tan básicas y escasas en aquellas regiones como centros de salud o redes de saneamiento de agua. De hecho, ha estado vinculada durante meses a la unidad de emergencia: una suerte de equipo de alta disponibilidad para acudir en el caso de que se desate cualquier conflicto o desastre natural.
De este modo, visitó también Nigeria, país «donde más miedo he sentido», en palabras de la propia protagonista. Mientras que en la sabana los leones se pasean con la seguridad de quien se sabe temido e intocable, en la ciudad es otro el enemigo que aterroriza al resto. «Desde que te despertabas hasta que te acostabas veías tanques, fusiles...», recuerda Aurora. «La estadística juega a nuestro favor: la mortalidad en misiones humanitarias es muy reducida», explica con una naturalidad que asusta más al escucharla que a ella el hecho de revivirlo.
11.000 socios colaboradores tiene MSF en la Región, 4.500 de ellos en la ciudad de Murcia.
97,2% de sus fondos son de origen privado, lo que garantiza su independencia y neutralidad.
En una orilla del río, una manada de ñúes; en la opuesta, la promesa de alimento y libertad. Entre ellos solo se opone una fuerte corriente de agua... y un grupo de cocodrilos tan o más hambrientos que los ungulados. Los astados sumarán más de diez mil, mientras que los reptiles no alcanzan la centena. La estadística juega a su favor, sí, pero el primer ñu nunca se lanza al río voluntariamente, sino empujado por el resto.
Aurora no necesitó más que el impulso de lo que ella denomina «conciencia de reparación de daños». Para ella, la comodidad de la que disfruta Occidente debería ser motivo suficiente para intentar compensar en aquellas zonas que lo pasan peor. Sin embargo, siempre que regresa de alguna misión «siento una gran impotencia porque, por mucho que ayude, nunca va a ser suficiente».
Algo similar le ocurre a Francisco Toledo, también colaborador de MSF y jefe de la Unidad de Psiquiatría del hospital Virgen de la Arrixaca. Especializado en la atención a supervivientes de violencia sexual, estuvo prestando ayuda en la República Democrática del Congo, un país en el que las violaciones son utilizadas «como un arma más de guerra». Recuerda con especial dolor el caso de una adolescente que fue agredida sexualmente por cinco soldados, quienes acababan de degollar a su padre. La brutalidad llevada al extremo. La humanidad ante el espejo.
Y aunque Francisco imparte cursos «para enseñar cosas básicas, como que los hombres y las mujeres somos iguales», él también recibe valiosas lecciones. «El contraste emocional que te genera ver que son capaces de ser felices sin prácticamente nada», cuenta Francisco con un tono más cercano a la fascinación que a la sorpresa, «te quita las ganas de volver a quejarte por algo». La intensidad es lo que define la cultura emocional en aquellas latitudes. Tan pronto celebran eufóricamente la instalación de un punto de agua potable como se hunden en un pozo de tristeza cuando la muerte alcanza a alguien cercano.
La pérdida de una niña, víctima de la malaria, provocó que los lugareños se abalanzaran sobre el coche que trataba de trasladarla a las tiendas de atención inmediata y comenzaran a «tirarse al suelo y se rasgaran las vestiduras». Por esta razón, «la psiquiatría que ejerzo es muy distinta a la de España, es más de comprensión y apoyo», razona Francisco. Por las noches, un alambre de espino y un cerrojo lo aislaban de las amenazas del exterior, pero no impedía que los pensamientos asaltaran su cabeza, con imágenes de lo que había observado a lo largo del día. «Resulta difícil vacunarse de una crueldad tan extrema», dice apenado.
Después de estar involucrado en varias misiones humanitarias, este incansable voluntario tiene claro el sueño de todos los que trabajan en MSF: «Que no fuera necesario hacerlo». Y, pese a que considera insuficiente su labor, «porque siempre crees que deberías hacer más», trata de consolarse repitiendo la frase de «menos es nada». Su ayuda o la de Aurora no serán nada más que eso, pero tampoco nada menos.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Leticia Aróstegui, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández y Mikel Labastida
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