Ana Díaz Manzanera solo había visto, hasta este jueves, el mar por televisión. A veces, cuando aparecía en el telediario toda esa gente tumbada en sus toallas, disfrutando del sol plácidamente, se decía que algún día tendría que ir ella a vivir esa experiencia. También lo soñaba cuando, de repente, la pantalla se iluminaba de un azul intenso en alguna película de sobremesa. Pero la vida de Ana no ha sido fácil, trabajando día y noche en el bancal de la familia, en la fábrica de conservas, en su casa de Nonduermas. Soltera y sin hijos, puso toda su dedicación en cuidar de sus padres, hasta que fallecieron. Después, llegó la artrosis, los problemas de obesidad mórbida y la inmovilidad.
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«Había un hombre en el pueblo que conducía un autobús que iba a la playa, y siempre me decía: 'Anita, vente'. Pero yo le respondía: 'Si empiezo a las siete de la mañana y no termino hasta las diez, ¿cuándo quieres que vaya?», recuerda. A Ana no le gusta quejarse, ni dar la lata. Desde que hace siete años ingresó en la clínica Belén, asumió que ya no cruzaría el puerto de la Cadena. Desde hace algunos meses, tampoco es ya capaz de caminar por los pasillos de la residencia, y ni siquiera puede desenvolverse por su habitación. La llevan y la traen del comedor a la salita de la tele, y de allí de vuelta a su cama.
Pero eso no la ha convertido en alguien triste. Tiene 78 años y conserva el optimismo y la vitalidad. Cada mañana, recibe con una sonrisa a Antonio Andrés Romero, su enfermero favorito. Él le mide la glucosa, y charlan un rato. «Es una mujer encantadora, dicharachera; se hace querer. Hablamos cinco o diez minutos, lo que puedo porque hay más pacientes, y ella me cuenta alguna historia», explica Antonio. Un día, le preguntó si había ido alguna vez a la playa. «Yo no lo había contado ¿eh?, fue él quien lo preguntó», recalca Ana. El enfermero no pudo olvidar la respuesta. Estuvo rondándole en la cabeza hasta que coincidió con varios compañeros que se habían embarcado en un nuevo proyecto, la Fundación Ambulancia del Último Deseo. Se trata de una iniciativa creada en Holanda que un grupo de sanitarios murcianos ha traído a España y que empezó a andar hace escasos meses, como informó 'La Verdad'. La Fundación pretende ayudar a que enfermos crónicos e incapacitados, o en situación terminal, puedan cumplir algún deseo que sea especialmente importante para ellos.
El enfermero del 061 Manuel Pardo y el médico José Manuel Salas, impulsores de la Fundación en España, no se lo pensaron dos veces y empezaron a moverse: permisos, papeleo, medios materiales. Ana, escéptica, no las tenía todas consigo. Pero, este jueves, cuando fueron a recogerla después de desayunar, se dio cuenta de que aquello iba en serio. Por fin iba a ver la playa. Se montó en una ambulancia de la Gerencia del 061 del Servicio Murciano de Salud (SMS) y, acompañada por todo un equipo de profesionales volcado con la iniciativa, puso rumbo a Santiago de la Ribera. «No ha dejado de hablar en todo el trayecto, estaba muy animada», contaba el conductor de la ambulancia, el técnico de emergencias sanitarias Miguel Ángel Carrasco. «Es muy gratificante ver cumplido el sueño de una mujer que se ha dedicado toda su vida a los demás. La vida tenía que devolverle algo de lo que ella ha dado», confesaba emocionado.
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Cuando se abrieron las puertas del vehículo, pasadas las doce del mediodía, a Ana la esperaba un sol intenso que le dio de lleno en la cara. Tuvo que parpadear varias veces antes de ver, ante ella, el Mar Menor. Alguien, solícito, le colocó un sombrero de paja. Bajó la rampa de la explanada Barnuevo y, descalza, pudo por fin sentir la arena, y el agua salada en sus piernas, mientras recibía un aplauso espontáneo de los bañistas. «Tengo artrosis, pero hoy no me duelen los huesos- confesaba-; estoy muy bien, muy tranquila, muy feliz».
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Su sobrino, Francisco Díaz, es ahora prácticamente su única familia, y no quiso perderse este momento. «He vivido desde pequeño casa con casa, y siempre la he visto trabajando: en la conserva, en la huerta, y cuidando de su madre», recordaba. Este jueves, por fin, pudo disfrutar. Después del baño, hubo chiringuito y pastel de carne. Y, para terminar, un helado. Ahora, cada vez que vea por la tele las playas atestadas de bañistas, podrá decir que también ella ha estado allí, y todo gracias a la Fundación Ambulancia del Último Deseo. El de este jueves fue el primer traslado de esta organización en la Región, pero, a partir de ahora, vendrán muchos más.
El traslado de Ana a la playa de Santiago de la Ribera, ayer, representó el estreno de la Fundación Ambulancia del Último Deseo en la Región. Pero el grupo de sanitarios murcianos que ha puesto en marcha este proyecto ya ha llevado a cabo otras dos iniciativas en España. A principios de junio, Lucía, una niña de ocho años con un tumor cerebral, pudo conocer en su casa de Madrid a Angy, una de sus ídolos de 'La Voz Kids'. Un mes más tarde, la Fundación trasladó a una mujer de 38 años con cáncer de mama en fase avanzada desde Madrid a Barcelona, donde reside su madre, también con un cáncer metastásico.
«Las dos querían verse, pero les resultaba imposible. La madre estaba en una situación terminal, muy complicada, y la hija tampoco estaba en condiciones de hacer el viaje por sus propios medios», recuerda Sandra Martínez, enfermera de Urgencias del Hospital Los Arcos y miembro de la Fundación Último Deseo.
Para el traslado recurrieron al fundador de esta organización en Europa, el holandés Kees Veldeboer, que acudió a Madrid con una ambulancia. La fundación todavía no tiene vehículos propios en España. Primero deben conseguir los fondos y permisos necesarios, y para ello apelan a la colaboración del Servicio Murciano de Salud y a la solidaridad de todos.
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