Pepa García
Viernes, 22 de abril 2016, 22:44
No hay torreagüereño que no haya correteado de niño por las laderas del monte Miravete, ni adolescente que no haya disfrutado de una noche de luna llena sobre su cumbre. Son pocos los vecinos de este pueblo de la Costera Sur que no han entrado a las viejas minas, en las que se cuenta que hasta se llegó a buscar oro, tras la cueva donde hace casi siglo y medio Antonete Gálvez y sus tropas se refugiaron. Fue tras declarar la I República Federal enarbolando una bandera roja donde hoy hay una cruz.
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Con poco más de 400 metros, este mirador natural les pone en bandeja la frondosa huerta que estos días todavía huele a azahar. Esta vez no les propongo gozar de la alfombra de pétalos blancos que cubre las tierras de los cultivos de naranjos, mandarinos y limoneros. En esta ocasión les invito a seguir la huella de quienes han habitado su piedemonte, quienes han extraído de la fértil vega del Segura sus mejores frutos y han levantado sus casas con el yeso y la cal de las betas del Miravete.
La ruta comienza en el pacífico cementerio que cabalga por las laderas de este monte lleno de cicatrices. Calles empinadas de un camposanto en el que reposan los restos del padre del independentismo. Precisamente en el panteón familiar del líder del cantonalismo Antonio Gálvez Arce empieza este paseo en el que la historia, la naturaleza y la leyenda se dan la mano.
Muy cerca de la plaza central del cementerio (hacia la derecha, si miran de frente las dependencias del conserje), lo encontrarán. En él, un retrato de «nuestro héroe liberal, el héroe de la región murciana», como lo definió Manuel Muñoz Barberán en la biografía para 'Personajes Murcianos' de 'La Verdad'. Ese es el pistoletazo para salir a disfrutar de la primavera. Les animo a descubrir sus colores; los que las últimas y ligeras lluvias han despertado.
Huerto montaraz
Tras rendir los merecidos honores a este hombre que combatió con la misma energía las epidemias de cólera que las desigualdades y falta de libertades de los murcianos, salgan de nuevo a la puerta del cementerio y bordeen su muro dejándolo a su derecha. Asciendan por un empinado sendero que se interna en la pinada.
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Las tierras agostadas escupen enormes pinos que no resisten otro año de sequía. Respiren hondo y aborden el repecho. El recorrido de hoy es corto en distancia pero largo en oportunidades. Pasearán junto a un huerto doméstico y montaraz; se internarán entre los troncos de los altos pinos, ahora muchos de ellos grises y ajados. La jornada discurre por la umbría, junto al barranco de la Higuera, en unas laderas en las que, quizá ya en tiempos de los romanos, las canteras y los hornos yeseros convirtieron la sierra en industria.
En el pueblo cuentan que algunas de las muchas cavidades que horadan el monte se hicieron en busca del oro del Miravete. Pasarán junto a un par de pedrizas, sobre la segunda se oculta la que con más frecuencia los torreagüereños atribuyen a su ilustre vecino. Cuenta la leyenda que Antonete utilizaba un pozo para descender al Huerto de San Blas, donde estaba la casa familiar. Una vivienda de huerta que se desmorona olvidada junto al puente de la carretera que conduce a Murcia ciudad (RM-300).
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Sigan subiendo y pronto empezarán a ver a izquierda, derecha y frente hornos y caleras. Unas abundantísimas construcciones que dan idea de la actividad que concentró este espacio forestal hoy recuperado para nuestro disfrute. Si observan estas construcciones, en muchos casos poco más que unos montones de piedras que permiten intuir su planta, verán los bloques de cal junto a ellos.
Tras un par de repechos y un tramo que serpentea entre más hornos caleros, se encontrarán de frente con una antigua cantera a cielo abierto. Si siguen su corta en dirección contraria al sendero principal, llegarán, desfilando junto a unas terreras, a la boca de la cueva que con más frecuencia atribuyen a Antonete Gálvez. Lo cierto es que no es seguro entrar con niños, ni hacerlo sin ir pertrechados de linternas y mucho sentido común. Transitar por ella no es difícil, pero una de las bocas de las galerías perpendiculares a la principal oculta un enorme agujero. Es una larga y anchísima nave que acaba en El Caracol. En ese enorme túnel que parece mentira que haya excavado el hombre, nacen a derecha e izquierda otros más pequeños. Si deciden entrar, anden con mil ojos. Uno de los ramales oculta el agujero negro en el que los de Torreagüera sitúan el punto de fuga de Antonete y los suyos.
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Minas de varias plantas
Ya, sin subir hasta lo alto del Miravete, se disfrutan de unas impagables panorámicas. El Castillo de Monteagudo se levanta majestuoso sobre la picuda roca que domina la planicie, más allá del río. También se ve la Cordillera Sur perderse hasta su final en Carrascoy.
Pueden luego regresar al sendero que dejaron y volver a ascender por la umbría escuchando los reclamos de los pájaros, observando las flores multicolores y también encontrando la huella de los conejos. En el ascenso encontrarán más bocaminas, algunas de ellas, nos cuentan en el pueblo, son entradas a minas de varias plantas. Tras menos de dos kilómetros más, tras abrirse el sendero y convertirse casi en pista, afrontarán el último repecho que les llevará a los pies de la cruz. Respiren, observen, escuchen, piensen, rían,...
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Después, de vuelta al asfalto, bajen al jardín del barrio de San Blas y prueben bocado en El Sibarita. Cocina con producto de temporada y sabores del mundo para poner fin a la jornada.
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