Uno de los petroglifos geométricos que se repiten sobre los losares del poblado más antiguo del cerro, en la zona norte. 2. Vista de la actual ciudad desde Moratalla La Vieja con sus campos teñidos de ocre por el otoño. 3. Huellas de los animales que habitan la zona. 4. Raedera extraída de un nódulo de canto rodado y encontrada en las ruinas del poblado. 5. Olivas sin recoger del campo que se extiende bajo el legendario cerro.
PLANES

Desde el cerro milenario

Pepa García

Lunes, 15 de diciembre 2014, 12:00

Como la boa-sombrero con la que el narrador de 'El Principito' pellizca la imaginación de los lectores, el cerro-sombrero sobre el que se alzó Moratalla La Vieja araña la curiosidad de los visitantes.

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A unos 7 km. de la actual Moratalla se encuentra el cerro de Moratalla La Vieja, una elevación montañosa en las estribaciones de la sierra del Cerezo, a la que se llega por la carretera que une Moratalla con Calasparra. Este cabezo, formado hace más de 15 millones de años cuando se originó el estrecho Norbético, es el epicentro de numerosas leyendas que siempre han acompañado a los moratalleros; a él también se atribuye el origen de la actual población. Desde tesoros enterrados, buscados y nunca encontrados, hasta la existencia de túneles, no hallados, que conectaban este asentamiento con la ciudad actual, ya que popularmente los vecinos de la zona han atribuido este poblado a época islámica.

Nada más lejos de la realidad, ya que en su cumbre permanecen olvidados los restos de un poblado de origen calcolítico (con triple muralla y petroglifos sin catalogar esparcidos por los losares que cubren esta elevación) y posterior ocupación por los visigodos; así como otro de origen argárico, habitado hasta tiempos de los romanos. Un cerro superpoblado del que todavía queda constancia y que pese, a su indudable valor (desde Cultura se incoó su catalogación como bien de interés cultural) no ha sido investigado en profundidad.

Para acceder al cerro deben aparcar junto al camino de tierra que les conduce a la base del cabezo y caminar por la pista hasta el final. En la pinada en la que acaba y pegado al bancal de almendros, parte un sendero empinado y serpenteante que les lleva hasta el collado del cerro con forma de sombrero. Ya en la subida, se aprecian los restos cerámicos de sus antiguos pobladores arrastrados por las escorrentías de las lluvias, así como los del antiguo camino de acceso, probablemente amurallado. Una vez arriba, a su derecha se encontrarán con una increíble elevación, un montículo levantado por el hombre, un túmulo argárico que un vecino de Moratalla ordenó desmontar, piedra a piedra, a mediados del siglo XX en busca del legendario tesoro, pero que solo sacó a la luz cistas con las cenizas y algún adorno de sus moradores. Este túmulo, recrecido en tiempos de los romanos y naturalizado tras el tiempo transcurrido, sirvió de muralla protectora al poblado más 'moderno'.

Deben atravesar el collado en dirección al acebuche, para luego girar a la derecha y penetrar en la superpoblada ciudadela. Caminar por esta lengua elevada de tierra, en la que crecen acebuches, espino negro, sabinas negras y retamas, es hacerlo sobre el pasado remoto de estas tierras.

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Unas tras otras se suceden, abigarradas, decenas de casas construidas a sotavento. Sus muros, pese a llevar milenios construidos, siguen bajo las estrellas dibujando el urbanismo de nuestros antepasados remotos. Unas construcciones de paredes recias, algunas se elevan más de medio metro sobre el nivel del suelo revelando su técnica constructiva, otras permiten ver dónde estuvieron las jambas y sus primitivos accesos; piedras talladas hablan de cuál fue su utilidad; los restos cerámicos de distintas épocas dan idea de la intensa vida que albergó este altozano amesetado; herramientas confeccionadas en sílex y cantos rodados (raederas, buriladores, cuchillos,...) hablan de pobladores anteriores,... La visita puede transformarnos en 'indianajones' improvisados en busca de una historia apasionante que nos habla a través de sus vestigios, incluso comprender que la población que habitó su zona sur fue mucho más numerosa que la norte y que explotó un acebuchar que sigue conservando testigos vivos de su existencia y del aprovechamiento que de él hizo el hombre.

Dibujos tallados

Pese a los escasos 5 kilómetros que se recorren al realizar la ascensión y dar la vuelta en sentido contrario a las agujas del reloj a toda su altiplanicie, la aventura permite dedicar toda una jornada sin tiempo para aburrirse. Una vez que se hayan cansado de ver el poblado más 'moderno' y hayan disfrutado de la privilegiada panorámica que ofrece (en un día despejado se ve La Pila, Sierra Espuña y hasta El Carche, el Almorchón, la sierra del Buitre, la de Los Frailes y una poética vista de la localidad rodeada por el otoñal paisaje), salgan de él por donde entraron (junto al túmulo) dejando todo donde y como lo encontraron. Continúen por su extremo este, atravesando una pinada nutrida, para llegar a otra explanada con restos de muros anchísimos y sostenidos por enormes piedras a ambos lados, que sus constructores rellenaron con ripio (mezcla de tierra y piedras más pequeñas). Aquí las bases de las edificaciones hablan de recintos mucho más amplios. Además, si ascienden en dirección a la pared natural de esta parte del cerro, por su zona norte y de más fácil acceso, háganlo sin levantar la vista del suelo, es muy probable que encuentren petroglifos en los losares (dibujos de antiquísimo origen tallados en la piedra). Motivos geométricos que se repiten y de los que muy probablemente ustedes sean sus descubridores y los primeros lectores en siglos de la historia que cuentan. Nosotros leeímos 'dibujos' que hablaban de Tricta (nombre primitivo de Moratalla) y de un meteorito cayendo a la tierra, una interpretación libre de unas representaciones sin traducción alfabética.

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Observen, aprecien, disfruten y dejen volar su imaginación, pero sobre todo respeten una historia que todavía está por descubrir y contar.

Y cuando ya hayan saciado su curiosidad entre los muros de esta fortaleza natural, vuelvan a Moratalla y repongan fuerzas en El Sitio, antes de dejar atrás estas tierras de leyenda. Prueben sus viandas: presa de ibérico, bacalao encebollado, carpaccio de cecina, crepes de bacalao, ensalada de la casa (con palmito y ahumados) y llévense, si es posible, un mejor sabor de boca del Noroeste murciano.

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