El renacer del agua
Las minas de agua de San Joy devuelven a la vida una aldea de montaña abandonada el siglo pasado
Pepa García
Lunes, 5 de mayo 2014, 21:00
Este mes de marzo ha sido el más lluvioso desde que en 1947 comenzaran a hacerse mediciones, pero no es ese el motivo por el que tres de las fuentes de agua que convirtieron las laderas de la Sierra de la Pila en un territorio pujante hayan vuelto a manar con más fuerza que nunca desde que sus habitantes, animados por la prosperidad alcanzada y empujados por la falta de comodidades de la vida montesina, abandonaran la aldea blanqueña de San Joy en la segunda mitad del pasado siglo. Es el fruto del trabajo de un grupo de jóvenes convencidos de que es necesario volver al contacto con la naturaleza y recuperar los conocimientos de un modo de subsistencia, el que permite el respeto a la tierra, que para ellos estaban perdidos.
Con su esfuerzo, han conseguido recuperar tres sistemas hidráulicos de origen remoto (su existencia se remonta al siglo XVIII) que aprovechan las aguas subálveas de la vertiente Sur de la Sierra de la Pila (aguas subterráneas superficiales que se captan mediante minas y a través de balsas) para dar vida a los campos aterrazados de almendros y olivos de los que vivieron varias generaciones y junto a los que ellos pretenden vivir hoy.
Cómo llegar
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Coja la A-30 y luego la del Altiplano (A-33) y déjela en la salida 5 (Abarán-Estación de Blanca). En la rotonda, siga hacia El Rellano, en 9 km. encontrará una pista de tierra a la izquierda que le conducirá hasta San Joy. Tiene un cartel indicador de Sierra de la Pila.
La ruta comienza en el pueblo de San Joy y desde allí se remonta la ladera en dirección a la pista principal (por la que se llega a la aldea) para visitar la Fuente del Lobo. En apenas 500 metros, una senda a la izquierda asciende la loma atajando el recorrido. Se continúa luego un tramo por la pista hasta que, tras una rambla (que en una curva sale a la izquierda), otra nueva senda, ésta marcada con mojones y también a la izquierda, vuelve a ascender la ladera para llevarnos directamente a una era de olivos en la que los juncos delatan la presencia de agua. No hay más que seguir su huella para llegar a la Fuente del Lobo. Antes, concédase un tiempo para mirar a atrás y observe toda la panorámica, con la aserrada cresta de la Sierra del Viar atrapando al valle de San Joy; y al fondo, la Sierra de Lúgar.
Hace unos meses la balsa del Lobo estaba cegada por el barro y los restos vegetales; hoy, a falta de remozar sus paredes, está lista para volver a almacenar la rica agua que mana de la tierra. Y la mina por la que antaño los habitantes de la zona consiguieron conducir su agua ha sido recuperada con sumo respeto. Una galería subterránea, construida con altos muros de piedra y cubierta con enormes losas, que María, Jorge, Erika, Mauri y Amaya, con ayuda de otros muchos amigos, han desatascado dedicando su tiempo a un bien común, el de devolver la productividad a estos campos hoy abandonados y baldíos.
Recomendaciones
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Si tiene dudas sobre la ruta, pregunte a los 'sanjoyanos', que le atenderán amablemente. Lleve calzado de montaña. Si se le acaba el agua, la de las fuentes es potable. La ruta discurre a pleno sol, así que gafas, gorra y crema son imprescindibles. Si quiere colaborar con estos jóvenes que intentan demostrar que la autogestión ecológica es una opción, puede saber más de ellos en Facebook o contactarles en sanjoyrehabilitado@gmail.com
En el recorrido nos acompañan Nacho, Roja y Barriguitas, también Joya y otros tres cabritillos que esta 'troupe' han adoptado para integrarlos en su vida. Siete cabras que les abren un mundo de posibilidades, como los 600 plantones de almendros con los que pretenden volver a poner en funcionamiento los cultivos de la zona, o los olivos que han podado (unos con más mimo que otros) para sacar partido a sus frutos, o la cerda a la que estos días se han llevado para que la cubran, o los tres burros que les ayudarán a llevar las más pesadas cargas, o los huertos de los que extraen ricas habas y pronto, otra vez, tomates, patatas, calabacines y berenjenas.
Siguiendo un camino que parte a la izquierda del nacimiento de la Fuente del Lobo, se sale de nuevo a la pista, y unos cientos de metros más adelante hay que tomar un desvío por otro caminillo que sale a la izquierda para llegar a la Balsa Redonda, el maná que les da la vida. «Es la fuente más productiva», observan. También al nacimiento de agua que llena esta pequeña reserva se llega siguiendo una estrecha mina, hoy sin cubrir, que han sacado a la luz a base de extraer tierra y lodo a cubo y pala.
Justo en este punto se encuentra el límite del pueblo de San Joy y el Bosque Negro, una mancha de pinos maduros cuya titularidad municipal salvó de la tala y que hoy ofrece un refrescante y sombreado refugio a los paseantes. Pinos altos, fornidos y retorcidos que ponen un tupido techo verde a las peladas laderas de San Joy.
Siguiendo la guía del agua, que discurre por un superficial canal, y tomando, cuando se pierde su rastro, la rambla que discurre a la derecha se llega (descendiendo por terrenos aterrazados) a la tercera fuente de vida, la de San Joy. Senda abajo se regresa de nuevo al pueblo y se puede dar por finalizada la ruta. Pero, si está en forma y se encuentra con ganas, le recomiendo que se conceda el lujo de asomarse a la ventana que las paredes de esta sierra ofrecen al visitante.
El camino es empinado y discurre por una pedriza que es incómoda para caminar (no es recomendable con niños), entre espartales, jaras y otras plantas silvestres en flor, persiguiendo las huellas que han dejado los jabalíes (los numerosos chicles de esparto que van escupiendo), pero el premio final no tiene precio: un mirador hacia el Oeste de la Pila que pone a sus pies el valle de Ricote y su sierra, y la del Oro, y el Almorchón No obstante, le aviso de que no hay senda y que deberá sortear un par de ramblas para llegar al premio, un gruta en la última cresta rocosa, junto a un pino con una escoba de bruja casi tan grande como la propia copa, que se puede ver desde abajo.
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