PEPA GARCÍA
Miércoles, 7 de mayo 2014, 19:22
El castillo de la arpía del cuento derritiéndose; mastodónticas vértebras y caderas de extintos dinosaurios fosilizados; ciudades abandonadas a su suerte que se desmoronan; duendes y señores de la naturaleza ocultos tras enormes enredaderas pétreas; bóvedas 'mudéjares' cuyas aristas ha dulcificado la fuerza del agua; enigmáticos personajes y mil y una historias asaltarán su cabeza si se concede una relajada visita, con los ojos bien abiertos, a la Cueva del Puerto; en lo alto de la calasparreña Sierra del Puerto sobre un monte que llaman Chatres. El silencio es sobrecogedor, si se para escucharlo.
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Hay que tomar la autovía de Madrid (A-30) y coger la salida Jumilla-Calasparra, para seguir las indicaciones hacia Calasparra. A unos 10 km. de la salida de la autovía, por la C-3314, llegará a Venta Reales. Punto de referencia para tomar, a la derecha, el camino que les lleva directos a la Cueva del Puerto.
Lo que nada más entrar parece una cueva muerta, pronto se transforma. Aunque «el verano se nota y como todavía no ha llovido nada, está muy seca», constatan Mavi y Noelia, experimentadas guías en este viaje al centro de la tierra, que recuerdan que, tras el muro de roca que separa al visitante del exterior, la temperatura es cambiante, pero dentro los 18 grados son constantes y la humedad relativa del ambiente ronda el 98% dejando el aire espeso. Y, para vigilar que así siga siendo, tienen repartidas por el interior cuatro estaciones metereológicas que vigilan que no se alteren las condiciones de la cueva que, explorada desde finales de los sesenta del pasado siglo, ha permanecido décadas abierta y siendo objeto de expolio.
Sin reserva previa, se puede acudir los sábados (17.00, 18.00 y 19.00; una hora antes en horario de invierno) y domingos y festivos (10.15 h., 11.15 h., 12.15 h. y 13.15 h.). Los grupos de 15 personas en adelante pueden concertar visitas entre semana. Precios 6¤ (visita turística), 10¤ (espeleología cero) y 30 ¤ (espeleoturismo). Teléfonos de información y reservas
La visita turística es cómoda, húmeda pero cómoda. La sala Gaudí impresiona. Una enorme bóveda fabricada a base de un panal de pequeñas cúpulas perfectamente ovaladas que, Noelia dice, recuerda a La Pedrera -Casa Milà- del arquitecto catalán, por eso el nombre de la sala.
Unos metros más abajo, por un estrecho paso, el sótano de Gaudí alberga otra sorpresa: estalactitas y estalagmitas se encuentran en un punto intermedio. Han diseñado precisas cañerías. Algunas gotas, rebeldes, han decidido desafiar las leyes naturales y han dejado su huella imitando a las raíces. Algunas formaciones echan de menos su pasado marino y han acumulado los minerales como si de un arrecife coralino se tratara. La medusa exige otro alto en el camino. Y unos metros más adelante, la gran oreja y la enorme cortina; cientos de estalactitas cimentan el gran pasillo.
El agua que circula por las paredes de la cueva dibuja venas y arterias como estas cortinas o crestas que se pueden observar en distintas salas.
Las raíces de la tierra. El sótano de la sala Gaudí ofrece un amplio muestrario de espeleotemas -diversas formaciones- como este cúmulo de estalactitas.
Esculturas del agua. Con un poco de imaginación y mucha observación, las esculturas talladas a golpe de agua salen al paso del visitante, como lo hace este caballo.
La medusa. La corriente de agua talló un gran disco y su curso residual dejó estas estalactitas que los espeleólogos llaman la medusa, dando nombre a la sala en la que está.
Siete kilómetros de salas, grutas y galerías excavadas por el agua, primero marina, durante millones de años dan para mucho; siete mil metros de entrañas de la tierra topografiadas y esculpidas por la mole de agua del sinclinal de Calasparra, que la han convertido en la cueva más larga de toda la Región y una de las más atractivas de España. Corrientes que han pulido y redondeado aristas, jugando a dibujar con luces y sombras fantásticas o terroríficas historias. Persistentes cursos de agua que, aún perdiendo toda su fuerza, se han resistido a abandonar su destino. Infinitas gotas que han ido tejiendo este espacio desde el albor de los tiempos a un ritmo de centímetro por siglo.
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La Sierra del Puerto, calcinada por el incendio que en 1994 asoló 30.000 hectáreas de masa forestal en el Noroeste, guarda en su laberíntico y mágico interior un oasis particular poblado de fantasmagóricos habitantes: relucientes medusas, enormes gorilas, amenazantes tigres, picassianas cabezas de caballo o rígidos delfines; una estatua olvidada en épocas remotas, la primera palmera de todos los tiempos fosilizada, arrecifes coralinos Todo es posible. Todo tallado por el paso del tiempo, y por las corrientes de margas, y por los ríos subterráneos, y por la paciente naturaleza, y por el carbonato cálcico que, con mano maestra, se ha ido depositando para dar forma a todo este mundo imaginario que sólo puede visitarse con guía, los sábados y domingos, y previa reserva (los grupos de más de 15 personas) entre semana.
Ahora, el recorrido sólo permite contemplar 350 metros de estalactitas, estalagmitas, columnas, garbanzos, estalactitas excéntricas, cortinas, crestas, pero pronto -a finales de 2011 o principios de 2012, anuncian desde el ayuntamiento- se abrirá al público otro tramo de 350 m. que dejará boquiabierto al personal. La propuesta se completará con el nuevo centro de visitantes que el Ayuntamiento de Calasparra ha construido para complementar la atención al turista: con cafetería, taquillas, boutique, centro de interpretación, duchas para los recorridos de espeleología deportiva,
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Recorrer la cueva en la modalidad de espeleología cero -por la ruta turística pero sin iluminación general- o de espeleología deportiva -por salas y galerías que normalmente no se visitan- es radicalmente distinto, el itinerario se realiza con la escasa iluminación de los frontales que los espeleólogos ocasionales llevan en sus cabezas, se recorren salas que están fuera del itinerario turístico y las sensaciones se multiplican. Escoja la opción que escoja, saldrá maravillado. Y, cuando lo haga, y sus ojos se acostumbren a la luz del sol, no salga corriendo. Miren al frente, verá la Sierra del Molino, El Almorchón, La Palera y el valle de esta tierra arrocera que mira al Segura, mientras que, a su izquierda, la deforestada Sierra del Puerto va perdiendo altura.
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