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Mido Nijim se ha criado entre bombas y sus primeros recuerdos están asociados al horror de la guerra. «Mi infancia ha sido un infierno; he vivido una locura que la gente no puede comprender si no la sufre en su propia piel», asegura este palestino de 25 años, nacido en la Franja de Gaza, que salió del 'territorio de la discordia' en 2019 en busca de una segunda oportunidad. La ha encontrado en la Región de Murcia, una tierra que le recuerda mucho a la suya por «el buen clima y el campo». «Allí también tenemos árboles que dan limones y naranjas», apunta sobre sus raíces, de donde tuvo que huir escapando del horror. «No volvería aunque se convirtiera en el paraíso», dice consciente de la crudeza de lo que dejó atrás.
«La gente me dice que tengo que olvidar mi pasado, pero no puedo sacarme de la cabeza todo lo que he visto, ni de mi corazón lo que he sentido con tanto dolor a mi alrededor», destaca sobre el conflicto entre Palestina e Israel. Una ofensiva que, aunque se recrudeció en octubre del año pasado, lleva enfrentando a ambos pueblos históricamente. «Estamos así desde 1948 y, por desgracia, no creo que el problema se vaya a solucionar nunca», lamenta. «¿Por qué los palestinos no podemos vivir en paz? Es lo único que queremos», se pregunta.
Sus primeros años de existencia estuvieron marcados por la muerte y la destrucción provocada por una guerra enquistada que se ha cobrado miles de vidas. «Siempre nos han atacado, aparecían los aviones israelíes lanzando bombas a los edificios y mucha gente moría bajo los escombros. Tengo grabada la imagen de mi madre sacándonos a la calle a mi gemelo y a mí cuando venían los aviones. Como éramos muy pequeños, nos cogía en brazos para bajar corriendo las cinco plantas del edificio donde vivíamos con mis abuelos y refugiarnos en la calle», explica sobre sus primeras experiencias con el horror.
«Aunque el bombardeo se produzca a kilómetros de distancia, la tierra tiembla como en un terremoto y el ruido de las bombas es horrible. Yo aún no he podido sacármelo de la cabeza y a mi hermano lo dejó totalmente sordo», cuenta este joven que ha crecido en el campamento de refugiados palestinos de Nuseirat, una zona especialmente castigada por el conflicto armado. «Vivir allí es como estar muerto en vida; igual que una cárcel, pero sin rejas», resalta con los ojos vidriosos al pensar en todos los seres queridos que ha dejado en el camino hacia su nueva vida.
Sobre su recuerdo más traumático, confiesa que en 2014 salvó la vida «de milagro». «Ese año hubo muchos ataques y uno de ellos fue contra mi edificio. Me pilló en el balcón jugando con mi hermano y un misil cayó justo en el de arriba, pero no se derrumbó, aunque la metralla me impactó en la cara provocándome una fractura en el lado izquierdo de la mandíbula. Cuando llegué al hospital, recuerdo que había mucha gente tirada en el suelo y algunos eran niños como yo. Tuve mucha suerte».
Mido es el segundo de ocho hermanos que han estado separados por la guerra y que se han vuelto a reunir –casi al completo– a su llegada a la Región. «En 2017, mi padre y mi gemelo consiguieron salir de la Franja. Ellos fueron los primeros en llegar a Europa. Después se fueron mi madre y el resto de mis hermanos, excepto Dina, que sigue allí, huyendo de los ataques con un pequeño de año y medio y otro bebé de cinco meses que ha nacido en plena guerra», detalla temeroso sobre la situación de su hermana, mientras llora la pérdida de su tía abuela. «Hace seis días lanzaron una bomba sobre su casa en la operación en la que liberaron a cuatro rehenes israelíes y más de 270 palestinos murieron. Es muy duro, ya van más de 40.000 víctimas», remarca.
También comenta las dificultades para huir de la guerra. «Cuando yo salí en 2019, tuve que pagar 5.000 euros, pero ahora piden más del doble y no todo el mundo se lo puede permitir». En su caso, el primer país que pisó cuando abandonó Palestina fue Egipto y de allí voló a Bélgica, donde pasó ocho meses en un campamento del que no guarda un buen recuerdo. Cuando pidió asilo en España, la Región apareció en su vida y llegó la segunda oportunidad que ansiaba. «Me alojé en un piso en Cartagena, donde aprendí el idioma antes de irme a Barcelona una temporada. Desde diciembre de 2022 vivo con mi familia en Torreagüera. Estoy muy agradecido; Murcia se ha convertido en mi segundo hogar».
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