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En los últimos 30 años, el Área Urbana de Murcia se ha llenado de pavimento. Desde 1990, el suelo artificial se ha triplicado, llegando a representar más del 14% de toda la superficie. En concreto, ha pasado de ocupar 5.924 hectáreas en aquel año ... a 17.638 en 2018. Esto significa 11.700 hectáreas más de suelo compactado y a menudo impermeable, cubierto por asfalto, hormigón y construcciones que ha sustituido a huertos, superficies forestales y otros terrenos en estado natural.
En el mismo periodo, el área de influencia de Murcia ha experimentado un marcado proceso de dispersión urbana, cambiando el crecimiento compacto tradicional de la ciudad por otro más espaciado, salpicado de pequeños núcleos residenciales cada vez más alejados que se conectan con el centro, un modelo que diversas investigaciones vinculan con un aumento de la polución y de diversos problemas medioambientales, socioeconómicos y de salud pública.
El reciente estudio científico 'Expansión urbana de Murcia entre los años 1990 y 2018', elaborado por el doctor en Geografía, Urbanismo, Ordenación Espacial y Dinámicas Territoriales, Rubén Giménez-García, y el catedrático de Geografía Humana, Ramón García-Marín, de la Universidad de Murcia, y publicado por la Revista de Geografía Norte Grande, prueba esta tendencia en la aglomeración urbana asociada a la capital, un área que comprende 10 municipios que se comportan de forma interrelacionada. Así, junto al término municipal de Murcia, se incluyen otros nueve de su entorno que se nutren de su dinámica funcional, tanto a nivel económico, como laboral y demográfico. Estos son: Alcantarilla, Alguazas, Archena, Beniel, Ceutí, Molina de Segura, Lorquí, Santomera y Las Torres de Cotillas.
Los resultados obtenidos en el análisis de la evolución del suelo artificial y el desarrollo urbano demuestran que el peso de la ciudad se ha ido desplazando hacia el extrarradio.
De hecho, más de un tercio del suelo artificial existente en el área de influencia de Murcia se encuentra ya a más de 12 kilómetros del centro. Al mismo tiempo, la morfología urbana se ha transformado radicalmente, con el avance de zonas de baja densidad espaciadas entre sí. Este tejido urbano disperso ha pasado de representar el 35% del total urbanizado a casi el 55% en apenas tres décadas, pasando de 1.700 hectáreas a más de 5.700.
Para estudiar su avance, los investigadores definieron cinco áreas en forma de cinturones alrededor de la plaza Circular de Murcia, establecida como punto central del área metropolitana. El centro abarca desde ese punto hasta los 3 kilómetros de diámetro; el primer anillo se sitúa entre 3 y 6 km; el segundo, entre 6 y 12; el tercero, entre 12 y 24; y el cuarto, desde los 24 kilómetros en adelante.
El análisis revela que tanto el centro como los dos primeros anillos han ido perdiendo peso específico de forma paulatina en el total de suelo artificial del área metropolitana, mientras que ha ocurrido lo contrario en las zonas más alejadas. Especialmente destacable resulta lo ocurrido en el tercer anillo, entre 12 y 24 kilómetros, que ha pasado de representar el 22,9% al 35,6% de toda la superficie artificial registrada en esta región urbana, con una subida de más de 12,6 puntos porcentuales.
«Los anillos externos a la ciudad han crecido proporcionalmente más que el casco urbano», explica el investigador Rubén Giménez. «Un ejemplo es Molina de Segura, sobre todo con el conjunto de urbanizaciones con que cuenta. Hay en torno a una quincena, y muchas no existían hace apenas 30 años. Actualmente, solo en Altorreal viven casi 9.000 personas», afirma.
Además, en esos anillos exteriores, la dispersión de las áreas habitadas se ha ido acentuando. «Murcia es una de las ciudades españolas donde mejor se aprecia este fenómeno de la dispersión urbana», asevera. «Esto ocurre cuando el centro de una ciudad, que durante muchos años ha atraído muchos flujos demográficos, colapsa debido a la saturación poblacional, al aumento del precio de la vivienda, en alquiler y compra, y a la escasez de suelo urbanizable, de modo que una parte amplia de los habitantes comienzan a asentarse en las pedanías, y los municipios que hay en su entorno», explica el investigador.
La situación la favorecen factores como el desarrollo de las vías de comunicación que posibilitan una mejor comunicación tanto a través del transporte privado como el público. «En Murcia, por ejemplo, la autovía A30 ha facilitado ese desplazamiento hacia afuera».
Casi el 60% del total de suelo artificial de la zona de influencia de Murcia corresponde al tejido urbano, y la dispersión de este se acentúa al avanzar al extrarradio. En el centro se sitúa en el 28%, mientras que en el primer anillo supone el 47%; en el segundo, el 57%; y en el tercero alcanza ya el 70% del total.
El segundo anillo, el situado entre 6 y 12 kilómetros, es el que acumula mayor superficie urbana. En él se ejemplifica ese avance hacia una Murcia difuminada. En 1990, el tejido compacto casi doblaba al disperso en este cinturón, con 1.324 hectáreas frente a 740 de tejido disperso. En 2018 esta situación ya se había invertido, y el área dispersa superaba ya a la compacta, con más de 2.550 hectáreas frente a 1.886.
El estudio concluye que la transformación sufrida por el área metropolitana de Murcia en su expansión a lo largo de las últimas décadas, con una morfología cada vez más dispersa plantea retos de gestión y muestra la importancia de «una planificación urbana que minimice el impacto ambiental y promueva un uso racional del suelo».
El catedrático de Geografía Humana de la UMU, Ramón García Marín explica que «la ciudad compacta normalmente genera ahorros frente a la suburbanización orientada al mercado como la que ha experimentado Murcia». Así, una población más agrupada genera «un ahorro en el consumo de recursos básicos como el suelo, en la construcción de infraestructuras de transporte y en la dotación de agua y energía». Al contrario, un crecimiento desordenado y disperso eleva los costes en varios ámbitos. Por un lado, supone «un gasto creciente derivado de tener que desplazarse de casa al trabajo» y una mayor inversión para administrar sistemas de transporte. Y por otro «hay un coste adicional generado por la extensión de las infraestructuras urbanas y la prestación de los servicios básicos».
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