En un mundo cada vez más industrializado e hiperacelerado parece que los oficios tradicionales que fabrican objetos a mano están condenados a extinguirse. Sin embargo, hay un grupo de artesanos de la Región que rechazan desistir contra un cambio de paradigma en estos nuevos tiempos. Incluso, confían plenamente en que su labor se valore como en los buenos días de antaño. Algunos de estos trabajadores que desempeñan tareas castizas cuentan a LA VERDAD los retos a los que se enfrentan hoy en día para evitar caer en el siempre amenazante olvido.
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Antonio Salmerón
Aún no proliferan las fundas de teléfonos móviles o de 'tablet' de esparto, aunque bien podrían elaborarse, cree Antonio Salmerón, espartero ciezano de 26 años. Esta profesión estuvo bien cotizada durante el pasado siglo para confeccionar capazos, esteras, cernachos o cestos. Pero, este material tradicional se resiste a desaparecer; hoy en día, se manipula con fines muy dispares. «Me piden muchos artículos modernos y novedosos que nunca se habían hecho antes, como lámparas, alfombras o flores de esparto, entre otros muchos», relata este joven, que «mamó desde crío» su pasión por este tipo de hojas cuando observaba de manera atenta a su abuelo cómo manejaba el material. «Desde bien pequeño, jugaba a hacer trenzas con el esparto y columpiarme con ellas», prosigue Salmerón, que lleva dedicándose a este oficio desde hace once años. Todo lo que se hace con esparto es a mano, no se puede suplir con maquinaria, asegura. Le vienen muchos clientes de la Región y de Alicante y le va bien gracias al boca a boca, pero siempre guarda consigo lo que dice el refrán: «En el pueblo que se hace esparto, de pan no se muere harto».
Juan Francisco Alcántara
Uno de los oficios que está en auge en la actualidad es el de sopladores de vidrio. Hay menos de cinco empresas que se dediquen a esta profesión tradicional a nivel nacional. Una está en Alcantarilla, la única en la Comunidad. «Tenemos mucha demanda de dentro y de otros países como Alemania y Holanda; aquí, nos piden muchas tulipas de cristal para los tronos de Semana Santa y, fuera, muchas copas de champán, entre otros», cuenta Juan Francisco Alcántara, de 54 años, dueño de Vidrio Soplado, compañía que fundó en 1996, tras aprender en Segovia el oficio, que muy pocos saben hacer actualmente. En su empresa trabajan cuatro personas a los que él mismo enseñó y recalca que es capaz de transformar el vidrio en cualquier objeto. También se muestra orgulloso de haber realizado un encargo para el Papa Benedicto XVI.
«Se hace un molde y soplas, una manipulación que casi se ha perdido», prosigue el artesano, que ha visto un considerable incremento de peticiones gracias a la hostelería. «Los restaurantes se están poniendo a la moda, quieren diferenciarse de los demás con una línea artística exclusiva de vasos y copas», señala el artesano, que también imparte cursos en toda España.
Ángel Gómez
Antes de la Guerra Civil, la Región gozaba de tres escuelas de constructores de guitarra: la caravaqueña, la lorquina y la murciana. Después desaparecieron, hasta que en la década de los 80 artesanos de este instrumento musical intentaron rescatar este oficio añejo. Sin embargo, volvió a caer en desgracia al poco tiempo y, ahora, está resurgiendo de las cenizas de la mano de guitarreros –como les gusta denominarse– como Ángel Gómez, de 40 años. Tras dos décadas dedicándose al diseño, decidió mezclar sus dos pasiones: la música y la artesanía. Está inmerso en este mundo desde hace siete años.
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No le paran de llover pedidos incluso de fuera de España porque el cliente sabe que va a construir una guitarra desde cero, sin piezas prefabricadas. «Estoy especializado en todos los instrumentos originales de la Región y del sureste español que acompañan a un grupo de animeros o auroros, como la guitarra mayor, el guitarro tenor o el requinto», precisa Gómez, quien revela que tarda unos dos meses y medio en fabricar una guitarra lo más próxima a lo que se escuchaba en el siglo XIX. «Hay un auge de guitarreros porque hay una cierta sensibilidad e inquietud por parte de los músicos por intentar recuperar el sonido puro», subraya.
Antonio Hernández
Tampoco quedan muchos trabajadores que se ocupen de la fabricación de toneles. Antonio Hernández, que cumplirá la próxima semana 35 años, seguirá la saga que empezaron su abuelo y su padre al crear la tonelería Herfe en 1975. «La profesión de tonelero se ha perdido porque se necesita mucho tiempo para aprender y fuerza física, y la gente se suele cansar rápido; es una tarea complicada porque tienes que estar concentrado, ya que puedes cortarte un dedo o pillarte la mano», cuenta Hernández, quien define el oficio: «Ser tonelero significa coger un tablón y convertirlo en un barril; eso implica armarlo, doblarlo, darle un buen tostado y tomar bien las medidas de los aros, entre otras cosas».
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Hernández afirma que quedan menos de ocho tonelerías en España, aunque se muestra satisfecho por la demanda. «Además de las peticiones de la Región, nos piden que hagamos barricas de bourbon para Tennesse (Estados Unidos) y de whisky para Escocia; esta demanda es una vía de escape para capear la incertidumbre económica», señala el tonelero, que se especializó en enología, pero ejerce como tonelero desde los 18 años.
Juan Paredes
La caída de las ventas y la falta de mano de obra casi exterminan la almadraba, un arte genuino de pesca de atún. Juan Paredes, de 63 años, mantiene viva la única empresa del Mediterráneo, que fundó su abuelo en 1947 y del que tuvo que hacerse cargo sin contemplaciones a los 20 años tras el fallecimiento de su madre, Josefina Gil, después de luchar con uñas y dientes por conservar lo iniciado por su marido difunto.
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«Hemos tenido años malos, hemos empatado y también hemos registrado otros buenos, pero hemos visto cómo este oficio ha ido desapareciendo», explica Paredes, quien tiene la sensación de que la temporada, que empieza la primera semana de febrero –la cala dura entre abril y julio–, es la última. «Es un negocio que ha descendido porque es un arte que tiene cada vez más gastos; hemos modernizado al máximo las embarcaciones para realizar el menor esfuerzo posible a la hora de recoger el pescado y llevarlo en las mejores condiciones», indica el almadrabrero. Sin embargo, incide en que se trata de «un arte trampa» porque, en realidad, «no se puede modernizar como en otras modalidades como el arrastre. Es consciente de que su trabajo lo está haciendo bien cuando le viene gente a pedir trabajo. Con 14 hombres en la mar y tres en tierra intenta cada año desempeñar una oficio que corre el riesgo de extinción porque nunca sabe lo que sucederá en el mar, «porque dependemos de los vientos», concluye Paredes.
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