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Habitación con ventana a un pasillo, baño compartido y (mini) cocina para seis inquilinos en el barrio de L'Eixample de Barcelona. 550 euros al ... mes. «Y gracias, porque si preguntas esta tarde igual ya no está disponible. Es una jungla». Ya instalada en una habitación -«¡con ventana a la calle!»- la universitaria murciana María Díaz ha superado la odisea a la que se enfrentan miles de universitarios de la Región para encontrar habitación en un piso compartido en ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla y Pamplona, algunos de los destinos más frecuentes para los murcianos que salen fuera de su ciudad a estudiar, y en Europa. Hecho lo más difícil, sacar adelante el curso del doble grado en ADE y Derecho casi se presenta sencillo.
La tensión del mercado inmobiliario, con más demanda que oferta de alquiler y precios disparados desde hace años; la nueva estrategia de arrendar por habitaciones para sacar más rendimiento económico a una vivienda; y los giros de los propietarios para esquivar la Ley de Vivienda, en vigor desde mayo, han dado otra vuelta de tuerca al complicado lance de encontrar alojamiento a un precio asequible.
El alquiler de pisos para estudiantes ya era una jungla en las grandes ciudades, pero la coyuntura del último año ha propiciado un 'más difícil todavía' que ha complicado la tarea de encontrar habitación. El precio es un problema, pero la escasez de oferta que lo propicia también. «Quien no corre, vuela. Los pisos que salen al mercado en alquiler duran unas horas libres», explica el portavoz del Colegio Oficial y Asociación de Agentes de la Propiedad Inmobiliaria (Coapi), Jerónimo Jover. Por cada oferta de arrendamiento, calcula, llegan sesenta interesados en la vivienda. Una competencia casi salvaje que permite a los propietarios ajustar al alza los precios y seleccionar al inquilino.
«Después de mucho buscar, encontramos un piso bastante decente cerca de Lavapiés por 1.300 euros. En lo que tardamos en recopilar los datos bancarios de los padres de las tres compañeras que íbamos a compartir, nos llamaron de la inmobiliaria para decirnos que ya no estaba disponible», relata Nerea Hernández, estudiante de Psicología que cuenta los días hasta el 1 de octubre para entrar a la habitación que finalmente ha logrado arrendar por 550 euros.
La práctica de alquilar por habitaciones es cada vez más seguida por los propietarios que persiguen una rentabilidad superior de la que obtendrían arrendando el piso completo. La estrategia ha propiciado que muchos caseros con pisos grandes y antiguos los rehabiliten ya enfocados a ese mercado. «Es muy frecuente que te ofrezcan habitaciones sin ventana, o con una que da al pasillo. Son casas con seis, ocho y hasta diez habitaciones de las que han eliminado las zonas comunes (salones, despachos...) para dejar solo una cocina, los cuartos con cama y escritorio y dos baños para compartir», cuenta Lena Álvarez, quien pasará lo que resta de mes alojada en casas de amigos hasta tomar posesión de su piso en Madrid el 1 de octubre.
Los precios, que se encarecieron un 20% entre 2016 y 2021, según los datos del Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, limitan las posibilidades de miles de estudiantes murcianos, que ven cerrarse el abanico de opciones en cuanto inician la búsqueda. El último estudio realizado por el portal Idealista destaca incluso las divergencias de precios cuando las habitaciones se reservan a estudiantes, que pagan más que los trabajadores. «Únicamente el 32% de los anuncios de habitaciones en pisos compartidos se ofrecen para estudiantes. La divergencia entre la demanda y la oferta disponible genera mayores tensiones en los precios de los destinados a universitarios, en comparación de los reservados para trabajadores». Así, una habitación en un piso de estudiantes cuesta de media en Madrid 450 euros; sin embargo, si el piso es para trabajadores queda en 420; en Barcelona la media es de 500 euros para los estudiantes, diez euros más que en el caso de los trabajadores; en Valencia son 380, un sobreprecio de 10 euros, y en Pamplona de 50 con una media de 400 euros por cuarto.
Detrás de la creciente tendencia a alquilar por habitaciones, en lugar de pisos completos, hay otros condicionantes más allá de la rentabilidad: la Ley de Vivienda, que entró en vigor en mayo. «A muchos propietarios ya no les interesa el alquiler como vivienda habitual, y se están pasando al de temporada o turístico. A la larga, ese movimiento beneficiará a los estudiantes, que tendrán más oferta y encontrarán mejores precios», destaca Jover.
Los colegios mayores y las residencias son otra opción para los universitarios desplazados, pero solo cubren un porcentaje limitado de la demanda, con una cama por cada cuatro alumnos. Son además una alternativa algo más cara: los precios raramente bajan de 800 euros al mes (aunque incluyen los suministros) y conseguir plaza después de julio es complicado en las ciudades más demandadas, como Valencia, Madrid y Barcelona.
Si el mercado nacional es complicado, los alumnos de la Región que salen de Erasmus por Europa se topan en las ciudades más turísticas, como Roma y Florencia, con un muro. La irrupción de plataformas como Airbnb ha llevado a los propietarios a decantarse por ese tipo de alquiler, que les reporta más beneficios, y la oferta ha menguado. «Desde el Área de Relaciones Internacionales de la UMU ayudamos a los que vienen aquí con la plataforma Vimur, y a los que salen a Europa les facilitamos los contactos con los servicios de las universidades de destino, les asesoramos para que no caigan en engaños con información más precisa y les ponemos en contacto con las residencias disponibles», explica el jefe del servicio, Matías Balibrea. Resulta casi una ironía, apunta la presidenta del Consejo de Estudiantes de la UMU, María José Juárez, que una vez que las instituciones españolas y europeas han eliminado todas los trabas burocráticas y administrativas para que los universitarios puedan estudiar en cualquier universidad española y Europa, el alojamiento torpedee ese logro.
Las ciudades de Murcia y de Cartagena tampoco son la panacea para los estudiantes de otras comunidades que se instalan en la Región. En la capital, los precios de los pisos céntricos no suelen bajar de los 700 euros, y la oferta es limitada. Algunas pedanías, como Guadalupe y Espinardo, han experimentado un vuelco en su mercado inmobiliario en los últimos años al abrigo de los campus de la UMU y de la UCAM.
Rafael Carvallho reside con su familia en Reino Unido, y este curso lo pasará en la Universidad de Murcia con una beca Erasmus para avanzar en sus estudios de ADE y Francés. De momento se aloja en un hostal en la calle Trapería, y está tratando de encontrar habitación a través de la plataforma Vimur (Vivir en Murcia), promovida por el Servicio de Relaciones Internacionales de la Universidad de Murcia para facilitar la búsqueda de alojamiento a los estudiantes que vienen a Murcia con programas de movilidad internacional. «Me he interesado por varios y ya estaban ocupados. De momento no encuentro, pero algo habrá», asegura el joven.
En su país reside con su familia, pero sabe por sus compañeros de la universidad que la búsqueda de alojamiento para los estudiantes resulta «más sencilla porque hay residencias para universitarios dentro de los campus».
Las estudiantes napolitanas Francesa e Irene cursarán quinto de Medicina en la Universidad de Murcia. «Felices» con su estancia, las dos jóvenes comparten piso en la plaza Díaz de Revenga con otro estudiante. El alquiler de la vivienda les cuesta, gastos aparte, 900 euros. «Pagamos unos 300 euros cada uno. Estuvimos un mes buscando, pero estamos contentas con el resultado. La casa está bien, y sobre todo es céntrica. La ciudad nos está pareciendo cómoda», aseguran las dos alumnas, que la semana pasada participaron encantadas en el recibimiento a los 800 alumnos europeos que estudiarán este cuatrimestre en la UMU.
Francesa e Irene, que han buscado el piso a través de grupos de WhastApp y redes sociales que utilizan los 'erasmus' para ponerse en contacto, localizar y compartir alojamiento, no encuentran demasiada diferencia entre los precios de Nápoles y los de Murcia.
Lena Álvarez estudia el último curso del doble grado en Ciencias Políticas y Filosofía en la Universidad Complutense, y en su quinto año en Madrid tiene ya un máster en búsqueda de piso que añadir a su currículo académico.
«He visto auténticas porquerías, cuartos sin ventana por 450 euros en pisos compartidos donde han eliminado las zonas comunes para sacar más habitaciones, casas sin las condiciones mínimas...», lamenta la joven, que tiene que esperar hasta el 1 de octubre para entrar en el nuevo apartamento que ha alquilado con otra compañera en el barrio de Argüelles. «Pagaremos 500 euros cada una y los gastos aparte. Hasta que podamos ocuparlo el día 1, estoy sobreviviendo en pisos de amigos». Sus cinco años en Madrid han provisto a Lena de todo tipo de experiencias y anécdotas relacionadas con la vivienda, un lance cada curso que ha ido resolviendo con paciencia y mucha dedicación. «El piso en el que estábamos el año pasado no estaba mal, pero tenía sus problemas; las ventanas cerraban mal y entraba mucho frío, las sartenes estaban inutilizables y no había un solo cuchillo que cortara. Nada raro en un piso para estudiantes».
«Hay poquísima oferta, y lo poco que hay vuela. Si te interesas por un piso, las inmobiliarias te preguntan si puedes ir a verlo y firmar esa misma tarde; si dices que no puedes, ya te has quedado sin él». María Díaz, alumna del doble grado de Derecho y ADE de la Universidad de Murcia, ha dedicado buena parte del verano a buscar habitación en Barcelona, donde pasará este curso con un programa de movilidad. «Empecé en junio, pero 'online' era imposible. Me tuve que ir a un hotel y organizarme para ver cinco pisos cada día hasta que encontré hueco en uno en L' Eixample». María ha conseguido una habitación -«¡con ventana!», dice muy orgullosa del logro- en un piso con seis habitaciones y dos baños sin más zonas comunes que una pequeña cocina.
En Madrid y Barcelona, son muchos los propietarios que reforman viviendas antiguas eliminando salones para dejar solo dormitorios, baños y cocina, y exprimir así el beneficio de los metros cuadrados. La habitación le cuesta 600 euros al mes, y buena parte de la mensualidad la pagará ella misma con los ahorros de un verano trabajando en la empresa familiar. La universitaria pasó otro año de Erasmus en Letonia, y es plenamente consciente de que el mercado inmobiliario marca la vida de los estudiantes.
Lucía García siente que le ha tocado la lotería en forma de plaza en una residencia universitaria en el campus de la Universidad de Heidelberg (Alemania), donde pasará todo el año estudiando su tercer curso de Traducción. «Me costó mucho entrar, pero ha sido una suerte. Aquí encontrar piso es una odisea, no hay muchos para estudiantes, y lo poco que hay es carísimo», cuenta encantada con la habitación que le corresponde en la residencia.
Comparte baños y cocina con otros doce universitarios, que también tienen su habitación privada, en un formato de residencia oficial integrada en el campus muy frecuente en otras universidades europeas. «Esto puedo pagarlo, es asequible, me sale por poco más de 220 euros al año, un chollo comparado con otras cosas», comenta Lucía, una de los cerca de un millar de estudiantes de la Universidad de Murcia que este curso estudiará en una universidad europea gracias al programa Erasmus. Para todos ellos, encontrar alojamiento se ha convertido en uno de los retos más complicados de todo el año. Lucía pasará el curso en Alemania con Clara Martínez, otra compañera de la UMU que ha logrado plaza también en una residencia similar en otro edificio pero también de la institución.
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