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Uno de los voluntarios murcianos movilizados por la tragedia del 'Prestige' limpia en una playa gallega.

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Uno de los voluntarios murcianos movilizados por la tragedia del 'Prestige' limpia en una playa gallega. Laura Monedero

Los murcianos del 'Prestige'

Quince años después del hundimiento del petrolero, tres voluntarios de la Región recuerdan para 'La Verdad' cómo marcó sus vidas aquella experiencia

Domingo, 19 de noviembre 2017, 07:33

La impotencia y la frustración son uña y carne. También son la daga que se hunde en el pecho de los gallegos, de los trabajadores de la mar. Hace quince años del hundimiento del 'Prestige', pero la cicatriz de aquella barbarie todavía duele. Y no solo escuece al pueblo gallego.

Aquellas imágenes del petróleo inundándolo todo queman aún en el recuerdo de los voluntarios murcianos que, sin pensarlo dos veces, zarparon hacia Galicia para limpiar el desastre. Había que hacer algo. Es la frase que se repite en sus bocas como un padrenuestro.

“A la semana de que se hundiera el barco, dos estudiantes vinieron a la asociación y nos dijeron: 'Hay que hacer algo, no podemos quedarnos parados'. Nunca olvidaré las caras de aquellos chavales. Ellos fueron los que iniciaron todo”, reconoce Javier Morales, psicólogo y entonces coordinador en Murcia de Solidarios para el Desarrollo, la organización sin ánimo de lucro que, junto a la Universidad de Murcia, coordinó los primeros viajes hacia Galicia.

Limpiar las rocas con las manos

En el primero de esos autobuses llenos de voluntarios camino de la Costa da Morte iba Laura Monedero, albaceteña residente en Murcia por aquel entonces y redactora de 'La Verdad'. “Cada uno tenía su motivación personal. Desde la distancia, parecía que aquello tenía una magnitud enorme. Y a mí me movió el hecho de no quedarme parada ante una tragedia”, cuenta.

Un artículo publicado en 'La Verdad' fue el responsable de que Cristina Badín se embarcase en la primera expedición murciana de voluntarios. A sus treinta años, Badín trabajaba como técnico de medio ambiente en una consultora de Murcia. “Entonces leí en el periódico que al día siguiente se iba un autobús lleno de voluntarios. Llamé a 'La Verdad' para preguntar y me dijeron que eso lo llevaba la Universidad, pero que ya no había plazas. Entonces llamé a la Universidad y me dijeron lo mismo, pero insistí tanto que me dijeron: 'Mira, nos vamos a las seis de la mañana. Preséntate allí y si alguien falla, te subes. Pero no te aseguramos nada'. Y así lo hice”, relata.

-¿Por qué insistió tanto para ir a Galicia?

-Porque yo había estudiado Farmacia en Santiago de Compostela. Y me especialicé en Ecología. Aquello era un desastre muy grande y yo me empeñé en que tenía que ir.

Ninguno se imaginaba por completo lo que encontrarían al llegar allí. La periodista lo define como una “descoordinación total y absoluta”. El psicólogo asegura que lo peor “fue encontrarnos solos: allí no había nadie esperándonos, nadie sabía que íbamos a llegar”. La Universidad de Santiago de Compostela habilitó un pabellón para albergar a los voluntarios que iban apareciendo poco a poco. En cuanto a las labores de limpieza, “nos pusimos a quitar lo que podíamos con las manos, porque no teníamos otra cosa”, recuerda la farmacéutica.

Como una gota en un mar

Hay recuerdos tan afilados que se clavan en la memoria para siempre. Como el de la primera imagen de las playas de la Costa da Morte, al día siguiente de la llegada de los tres voluntarios protagonistas de esta historia.

“Era todo devastador. Si no has estado, no puedes hacerte una idea de cómo era aquello. Había tanta gasolina pegada en las rocas que tenías la sensación de que aquello no valía para nada. Era como quitar una gota en un mar. Estaba todo tan pegajoso que pensé que aquellas playas no se recuperarían nunca”, cuenta Badín.

Llegaban a las playas a primera hora de la mañana. Trabajaban junto a los marineros gallegos, junto a la gente que vivía en la zona. En silencio. Como hormigas blancas imperceptibles en mitad de la negrura. La faena acababa a última hora de la tarde, cuando los contenedores estaban tan llenos que ya no cabía ni un miligramo más de chapapote.

Entonces empezaba otra jornada para Laura Monedero: “Cuando terminábamos de limpiar las playas, a mí me llevaban a 'El Correo', con la peste a petróleo todavía en el cuerpo. Y entonces me ponía a escribir mis crónicas para el día siguiente, para 'La Verdad'. Fue muy duro trasladar todo lo que estaba pasando para un periódico. Yo intentaba recoger todos los testimonios de mis compañeros y de la gente de la zona. Me gustaba citarlos con nombres y apellidos. A veces me resultaba imposible ser objetiva y separarme del relato, porque la sensación de destrucción era tan intensa, era tan fuerte lo que estábamos viviendo, que no podía contarlo de otra forma”, explica.

Los primeros españoles en llegar

Al día siguiente, la rutina se repetía. Y la impotencia también: “Bajábamos a unas tres o cuatro calas en las que las olas venían negras. Y la frustración era enorme, porque cada ola que llegaba traía otra vez una masa gelatinosa que te destrozaba todo lo que habías limpiado y tenías que volver a empezar. Te escocían los ojos, el olor era horrible. Teníamos la sensación de que aquello no valía para nada. Era como quitar una gota en un mar”, repite la periodista.

Imagen principal - Los murcianos del 'Prestige'
Imagen secundaria 1 - Los murcianos del 'Prestige'
Imagen secundaria 2 - Los murcianos del 'Prestige'

Cinco días duró aquella primera expedición. Laura y Javier recuerdan que el primer autobús de ayuda murciana fue de los primeros en llegar de España. “Cuando la gente nos preguntaba y decíamos que éramos de Murcia, se sorprendían. Nos habíamos hecho más de 600 kilómetros y la gratitud que te demostraban era tan inmensa que abrumaba. Sentíamos su dolor, estábamos allí para ayudarlos, y eso les reconfortaba mucho, aunque en la práctica no era gran cosa lo que pudimos limpiar”, recuerda el psicólogo.

Para él, una de las cosas más bonitas fue el mensaje que transmitió la marea blanca: “La sociedad civil reaccionó antes que las instituciones. Eso fue lo más impresionante de todo. La marea blanca nos enseñó a todos que, ante la duda de los políticos, los vecinos españoles estábamos allí”, sentencia.

La repercusión política

La periodista tiene muy claro que la movilización ciudadana “sirvió para que la noticia saltase a primera página en todo el país. Y eso también hizo que los políticos reaccionasen”. Javier considera que gracias a la marea blanca, “la gestión política de catástrofes como aquella es mucho más delicada ahora. El 'Prestige' sirvió para decir que desde un primer momento hay que gestionar las cosas y no tomar decisiones arbitrariamente, porque las mareas nunca olvidan esos errores”.

Después de aquella primera experiencia, Solidarios para el Desarrollo volvió a organizar otro viaje con la Universidad de Murcia. Una empresa murciana colaboró proveyendo a la segunda expedición con material químico: monos, guantes y mascarillas. “La segunda vez que fuimos, ya estaba allí el Ejército y había personal médico. Y ya sí que nos coordinaban para limpiar por zonas”, cuenta Javier. Los siguientes viajes se realizaron bajo la directriz única de la Universidad de Murcia, enmarcada en el movimiento de cooperación que se inició entre todas las universidades españolas.

El 13 de noviembre de 2002, una brecha se abrió en el costado de estribor del 'Prestige' mientras navegaba, a 27 millas y media de Fisterra, al norte de Galicia. Por esa abertura estuvo derramando fuel hasta que el barco se partió en dos. El hundimiento se produjo seis días después, a 138 millas de la costa. Dejó en el mar 63.000 toneladas de fuel que inundaron las playas gallegas, llegando incluso hasta la costa francesa.

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