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Nacho García / AGM
La moda sostenible planta cara a la 'fast fashion'

La moda sostenible planta cara a la 'fast fashion'

Diseñadores, colectivos y comercios de segunda mano dan alternativa al brutal impacto ambiental y social del creciente mercado del consumo ultrarrápido de ropa

Lunes, 13 de noviembre 2023, 01:08

Si hoy mismo dejara de producirse ropa y las fábricas del planeta pararan su actividad, en el mundo habría prendas suficientes para vestir a toda la población durante cinco años de la cabeza a los pies. La industria textil fabrica cada año más de 100.000 millones de prendas de vestir que, en cuanto salen a la venta, son un potencial residuo. Cien millones de toneladas acabarán en los vertederos, y apenas un 13% de las prendas tendrán una segunda vida.

El brutal impacto ambiental del mercado de 'fast fashion' ha dado además otra vuelta de tuerca exponencial con la moda ultrarrápida. Compañías como Shein envían miles de pedidos ejecutados en China –en algunos casos, fabricados con materiales sintéticos muy contaminantes– hasta cualquier domicilio de la Región de Murcia en el plazo de poco más de semana por transporte aéreo. Jóvenes en masa compran ingentes cantidades de ropa en marcas de moda ultrarrápida –y muy barata– para usarla dos o tres veces antes de tirarla a la basura y, con ellas, fibras sintéticas procedentes del petróleo, como el poliéster o el 'nylon' en muchos casos, según denuncia un informe de Greenpeace. Si una marca de moda tarda unos tres meses desde que planifica una prenda hasta que la saca al mercado, esas compañías asiáticas han acortado los plazos a solo tres o cuatro días, marcando un ritmo vertiginoso alimentado por redes sociales como TikTok, con novedades cada semana vendidas solo por internet a precios superbaratos «pero con un coste humano y ambiental muy elevado».

Nacho García / AGM

Las Culpass

El milagro del 'upcycling' (reciclaje creativo de tejidos) ha consolidado las icónicas pistoleras de Martaé Martínez y Alexandra Cánovas (Las Culpass) en un símbolo de la moda sostenible. Las confeccionan con vaqueros usados, cortinas sobrantes y restos de fábrica, que cobran otra vida en su taller de Ronda de Garay.

¿Puede una camiseta costar solo 5 euros? «Si pagamos esa cantidad por un top, o diez euros por un vestido de novia, debemos de tener claro que alguien está pagando la diferencia con el corte real: el planeta, las personas que las cosen... alguien paga, porque la camiseta no vale 5 euros», alerta Paloma Montosa, una de las impulsoras del colectivo murciano MODAlogía –el término fusiona moda y antropología– que tiene como objetivo investigar los flujos de la moda, tanto en el comportamiento de quienes la consumen como de aquellos que la producen, «con la finalidad de fomentar y concienciar sobre la necesidad de asumir nuestra responsabilidad socioeconómica y medioambiental en todo el proceso». Con diseñadores que han hecho de la confección respetuosa con el medio ambiente su afán, organizaciones sociales que transforman el residuo textil en una herramienta de lucha contra la exclusión social, los comercios centrados en la venta de ropa de segunda mano, y los compradores concienciados por vestir prendas eco-responsables, los actores murcianos de la moda sostenible ofrecen alternativa en un sector marcado por el abuso de los recursos, el consumo desaforado y la contaminación del planeta.

Las cifras y derivadas del residuo textil recopiladas por MODAlogía y otros informes abruman: la producción de ropa consume una décima parte del agua utilizada en la industria, y da lugar a un 20% de las aguas residuales en el mundo, muchas demasiado tóxicas para ser tratadas. «Las prendas más económicas y de baja calidad contienen plásticos, también los estampados de muchas camisetas de algodón, que se convierten en microplásticos; la fabricación de vaqueros también genera aguas residuales», desglosa la profesora de Ingeniería Química de la Universidad de Murcia (UMU) Asunción Hidalgo. «Suponen un riesgo para el planeta, pero también para quienes las visten. Greenpeace ha analizado las sustancias químicas en 47 productos Shein y ha encontrado que siete de ellos contenían sustancias químicas peligrosas que superan los límites reglamentarios de la UE», denuncia Montosa.

Nacho García / AGM

Segunda mano al peso

A 39 euros el kilo de camisas y pantalones 'vintage', Flamingo (plaza San Julián, Murcia) comercializa ropa usada desde hace nueve años. Sus principales clientes son extranjeros que conocen la franquicia y están concienciados y habituados a la segunda mano.

Como el mejor residuo es el que no se genera, desde MODAlogía apuestan por la reutilización de la ropa usada, hábito en el que conciencian con énfasis a los jóvenes con proyectos como El Intercambiardor (los usuarios entregan tres prendas y pueden llevarse otras donadas), la Give Box (unos ceden, quienes necesitan cogen) y la Fashion Revolution, una cita cultural centrada en la difusión del problema generado por el residuo textil. Montosa, también profesora en la UMU, está trabajando con sus estudiantes para celebrar un intercambiador de ropa durante tres días e instalar en el campus una Give Box permanente.

Así lo ven

  • Paloma Montosa | Colectivo MODAlogía «Si pagas 5 euros por una camiseta, alguien está pagando la diferencia con el valor real de la prenda»

  • Nuria García | Directora de Proyecto Abraham «Recogemos, clasificamos, vendemos y reciclamos dos millones de kilos de ropa de contenedor al año»

  • Dani Carreres | Tienda Locoloco Vintage «Los estudiantes 'erasmus' tienen más hábito de comprar ropa de segunda mano; vienen mucho»

  • Martaé Martínez | Las Culpass «La cultura de 'usar y tirar' no es solo de la moda; la sociedad es así también; nosotras nos salimos de esa dinámica»

El paradigma de usar y tirar encuentra en la Región la resistencia de los diseñadores, colectivos, consumidores y comercios que promueven la moda circular. En Proyecto Abraham –también en Cáritas y otras ONG– llevan 25 años haciéndose cargo de la recogida, clasificación y reutilización de dos millones de kilos anuales de la ropa que los murcianos arrojan a sus más de un millar de contenedores –los que llevan su nombre inscrito, hay otros privados– repartidos por las calles. El trabajo lo desempeñan medio centenar de murcianos en riesgo de exclusión que trabajan en las distintas fases del proceso para dar una nueva vida a las prendas. «La ropa que está en buen estado se ponen a la venta en las tiendas (disponen de tres, en Murcia, Cartagena y Caravaca) o se llevan al ropero regional», desde donde se atienden peticiones de los servicios sociales o emergencias como la guerra en Ucrania, detalla Nuria García, directora de la entidad.

Los descartes también son reutilizados en El Costurerico, donde mujeres en riesgo de exclusión desmontan las piezas y les dan una nueva vida. Rodeada de pantalones vaqueros destinados a convertirse en delantales y bolsos, la jefa del taller ubicado en Puente Tocinos, Antonia Antequera, forma y apoya a las mujeres que allí trabajan. «Tenemos un acuerdo con Ikea, que nos dona restos y contrata a mujeres que cosen allí cojines». Las piezas que salen del taller las compran particulares, pero también reciben grandes pedidos de la Universidad (bolsas, gorras...) y otras entidades.

Nacho García / AGM

Locoloco Vintage

Los clientes de Locoloco Vintage, muchos universitarios 'erasmus' ecoconcienciados, buscan entre los sorprendentes burros de su comercio -al lado de La Merced- moda sostenible y exclusiva que Dani Carreres selecciona y combina con una cuidada colección de vinilos.

La conciencia medioambiental, la inflación, y también el gusto por distinguirse de la uniformidad de las grandes cadenas marcando estilo propio, han despojado a la ropa usada de prejuicios. Lo usado es 'cool' y distinción para muchos de los jóvenes que curiosean entre los burros de Locoloco Vintage, que cuelgan parkas británicas impecables, chaquetas vaqueras Levis y sudaderas ochenteras a 10 euros que se rifan los universitarios que a media mañana se dejan caer por la tienda atraídos por la música y el evocador escaparate. «Vienen muchos 'erasmus', más concienciados y habituados a comprar segunda mano», cuenta el propietario del comercio, Dani Carreres, que este fin de semana celebra el tercer aniversario de la tienda, también punto de encuentro cultural y musical en la zona de Las Tascas. Judith, estudiante de Geografía y natural de Bonn (Alemania), viste casi al completo de segunda mano por hábito y conciencia. «En el mundo ya hay suficiente ropa para que se siga fabricando más», comenta mientras detalla la procedencia de las prendas que lleva puestas: una camiseta de mercadillo, sudadera de una tienda de segunda mano...

Curiosean entre el mismo perchero Alba Camacho y Edgar Parra, de Derecho y ADE, que combinan sus compras en comercios de segunda mano con las de grandes cadenas. Para su generación, comprar ropa usada ya no es cutre ni 'de pobre', más bien un medio para construir su identidad diferenciada. También tiran de aplicaciones como Wallapop y Vinted, que permiten la compraventa entre particulares, pero con la intermediación de una logística de transporte que aleja la sostenibilidad. «Me gusta la moda, y, sobre todo, miro el precio y cambiar de ropa. En Vinted puedes vender y comprar mucho para renovar», confiesa Alba, que presta más atención al precio que a la composición en la etiqueta.

Nacho García / AGM

Broken Finger

Miriam García, diseñadora y patronista, confecciona ella misma su colección anual de principio a fin con tejidos que son restos de fábricas, serigrafía tradicional y tintas ecológicas. Broken Finger produce bajo demanda, lo que reduce desperdicio de materiales y ropa no vendida.

En Cartagena, la calle San Fernando concentra varias tiendas que venden prendas usadas. My Mystic Sol está regentada por Kim Patricia Ellis desde 2019. Para la británica afincada en Cartagena, lanzar su mensaje de concienciación sobre el coste ambiental de producir ropa es «mi misión en la vida». Comenzó a vender ropa usada en los 80 en su Londres natal, y defiende una posición critica contra el 'fast fashion' y la compra compulsiva de moda. «La gente se aburre, no sabe qué hacer y se va a una tienda», resume. A 39 euros el kilo de camisas y pantalones 'vintage', la tienda Flamingo de Murcia comercializa ropa usada 'con rollo' desde hace nueve años. Sus principales clientes son extranjeros que conocen la franquicia y están concienciados y habituados a la segunda mano. Iniciativas locales, como el mercadillo de segunda mano que organizan los vecinos en Vistabella (el próximo, el 29 de este mes) inciden en el consumo circular.

La cultura del aprovechamiento del residuo ha propiciado el 'upclycling', el reciclaje creativo de tejidos y prendas rescatados del residuo textil para generar otra creación de doble valor. En el taller de Las Culpass (Alexandra Cánovas y Martaé Martínez), en Murcia, el diseño se sustenta en la autogestión, la producción ética y el compromiso feminista y medioambiental. Confeccionan con retos de tejido que encuentran en fábricas, mercados y donaciones sus icónicas pistoleras, casi un símbolo del 'upcycling'. «Ahora estamos trabajando con unas cortinas que nos donaron; todo es recuperado», cuenta Martaé, que asiste a la fabricación de «casi basura» propiciada por las compañías de 'fast fashion' con preocupación. «Es muy complicado hacerte un hueco en ese contexto. Nosotras casi hemos dejado de hacer ropa y nos centramos en los complementos porque cuesta vender un producto por lo que realmente vale».

Modalogía

Colectivo Modalogía

Fusión de 'moda' y 'antropología', el colectivo tiene como objetivo fomentar y concienciar sobre el consumo responsable de moda y denunciar las malas prácticas. Entre sus proyectos, intercambiadores para canjear prendas, la 'given box' para donar o coger, y las jornadas Fashion Revolution.

El valor emocional que la moda ultrarrápida ha eliminado de muchos armarios va cosido a pespunte en las piezas de Las Culpass. «Duran mucho, como las prendas buenas, pero es que además las reparamos; vienen clientes y nos las traen para que cambiemos hebillas, repasemos...». La cultura de 'usar y tirar', reflexiona Martaé, no es exclusiva de la moda. «Nada dura, todo es 'fast', no creo que sea un problema de la moda», comenta feliz porque «conseguimos irnos a la cama muy tranquilas porque sabemos que no hacemos basura».

El bajo precio de las prendas 'fast fashion' provoca que el coste percibido por el consumidor al desprenderse de la ropa baje después de dos puestas, pese a la inversión en recursos y residuos que ha generado. El valor emocional desaparece, imponiéndose el de 'lo nuevo'.

Javier Carrión | Nacho García / AGM

Proyecto Abraham/Costurerico

La ropa usada que los murcianos dejan en el contenedor de Proyecto Abraham se transforma en una herramienta para hacer frente a la exclusión social y reducir la contaminación por textiles. Recogen, clasifican y reciclan dos millones de kilos de ropa al año en la Región.

«Muchos consumidores se mueven en una disyuntiva: por un lado, entienden 'lo nuevo' como algo maravilloso por el hecho de ser nuevo, pero al mismo tiempo, son conscientes del desgaste del planeta», expone Salvador Ruiz de Maya, catedrático del Departamento de Comercialización e Investigación de Mercados y responsable de Investigación de la Cátedra de Responsabilidad Social Corporativa de la Universidad de Murcia. «¿Cómo resuelve el consumidor la disyuntiva? –cuestiona–. Los beneficios de comprar se perciben a muy corto plazo, mientras que tenemos la sensación de que los costes ambientes lo serán a medio y largo plazo. En esa coyuntura, muchos consumidores retrasan su compromiso con el medio ambiente y compran».

Prácticas como la producción a demanda limitan el residuo al mínimo. La diseñadora y patronista Miriam García, creadora de la marca murciana Broken Finger, confecciona un prototipo de cada pieza y producen solo la cantidad de prendas encargadas por el cliente. «Creo todas las prendas de principio a fin, utilizo restos de fábrica y diseño una colección al año», explica la creadora, que busca con las prendas sostenibles de su marca autogestionada «un diálogo con el cliente más allá del consumo».

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