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Javier Carrión / AGM
La cara y la cruz de las orillas del Mar Menor

La cara y la cruz de las orillas del Mar Menor

Con la turbidez en ascenso, los turistas llenan este verano las playas de la costa norte y abandonan las del tramo sur

Domingo, 8 de agosto 2021, 07:23

«Oiga, ¿cómo está este verano el Mar Menor?». Es la consulta que infinidad de turistas hacen a camareros, pescateros o lugareños. Los hosteleros se persignan mentalmente cuando los bañistas foráneos les ponen en tal brete, porque un 'safari' por la costa de la albufera reafirma la máxima reconocida de que todo depende de la orilla en la que te bañes y las gafas con las que mires. Abundan las quejas por los lodos, incrementados tras las inundaciones, pero algunas playas especialmente afectadas por los fondos fangosos, como Villananitos en Lo Pagán, o las Pescaderías en Los Alcázares, rebosan de bañistas, mientras que Los Nietos y Los Urrutias -al sur de la laguna- pagan la factura más alta del desdén turístico.

En la campaña estival interviene además el deseo postpandémico de sol y mar, por encima del estado del agua. «La gente tiene muchas ganas de mar y de hacer cosas», cuenta José Carrión, monitor de kite en la escuela de vela Maskite, en el kilómetro 3 de La Manga. Es lo que ha dejado el confinamiento y las restricciones sanitarias, que en algunas tertulias ocupa más que la salud del Mar Menor, aunque el ecosistema preocupa más que nunca a los científicos en este ecuador del verano por el repunte de la clorofila y el 'bloom' de fitoplancton.

Las frases

  • Natalio y Gema, bañistas en Lo Pagán: «Otro año más que nos decepciona la playa de Villananitos».

  • Manuel Díaz, gerente del Club N. Mar Menor: «La gente asume el estado del mar. Tenemos casi sesenta niños haciendo vela cada semana».

  • Marisa Miñano, churrera de Los Nietos: «De pequeña jugaba con los caballitos de mar, pero ahora no puedo enseñárselos a mis hijos».

  • José Carrión, monitor de la Escuela Maskite: «Las aguas no son tan cristalinas como en otros mares, pero mucho más seguras para el kite».

«La eutrofización persiste y es la expresión de que continuamos con el mismo problema: un exceso de nutrientes», explica Juan Manuel Ruiz, científico del Instituto Español de Oceanografía. Si hay orillas en las que el agua turbia echa para atrás a los bañistas, los aficionados a sumergirse para retratar la vida submarina constatan que la transparencia se ha reducido de forma drástica en los últimos días. «Sigo viendo mucha vida, anguilas, peces juveniles e incluso algunos caballitos, pero en cuatro días se ha perdido mucha visibilidad», describe el fotógrafo submarino Javier Murcia.

La Manga

Salvados por las playas del Mediterráneo

Playa del hotel Cavanna a orillas del Mar Menor, en La Manga, con pocos turistas. Pablo Sánchez / AGM

Si La Manga fuese un transatlántico, navegaría inclinado a estribor. Mientras cientos de bañistas llenan las playas y los chiringuitos del Mediterráneo, la orilla paralela del Mar Menor queda sumida en la paz, cuando no el silencio, excepto en los tramos más populares como el Pedruchillo o en las escuelas de vela. Por la de Sandrina -kilómetro 5-, todo un clásico, pasan unas 300 personas al día, afirma el monitor Pedro Samper. «Algunos se quejan de que el agua está mal, y es que las entradas están un poco feas, con barro, pero la gente se lo pasa bien con el windsurf, la piragua o alquilando motos de agua», explica.

A la altura del puerto de Tomás Maestre, Elayne, dueña del chiringuito que lleva su nombre, cree que «los clientes hablan sobre todo de los contagios y las vacunas, no del Mar Menor». Le basta con la buena marcha del verano, ya que recibe a más turistas que el año pasado.

Algunas escuelas de vela están batiendo el récord de alumnos en un solo día, como las de kite de La Manga

En el kilómetro 3, por la isla del Ciervo, el monitor de kite José Carrión asegura que «el agua no está igual que antaño, pero aquí no hay fango, aunque sí muchas algas». Su escuela, Maskite, ha batido esta semana el récord de alumnos de kite en un solo día, con 70 turistas agarrados a la cometa. «Las aguas no son tan cristalinas como en otros mares, pero a la gente le da igual, porque no hay como el Mar Menor para hacer kite, tan seguro y sin olas», comenta Carrión.

La faena de los operarios limpiaplayas le parece inútil a la profesora de kite Isabel Martínez de Velasco. «Pueden estar con el tractor todo el día, pero al día siguiente vuelven a salir la ova y el fango», afirma quien ha conocido un Mar Menor cristalino y siente que «no hagan nada para protegerlo, porque es una joya para la vela».

A Paula y Adrián, pareja toledana de vacaciones en La Manga, les parece mentira que por dentro el Mar Menor sufra mientras la superficie ofrece un paisaje de postal. «Hemos visto las puestas de sol y nos encanta hacer paddle surf, pero es raro cuando pisas», señalan hacia la orilla de Matasgordas, por el kilómetro 12 de La Manga.

Los Nietos

Demasiadas algas y desesperanza

Operarios limpian una playa de Los Nietos. Vicente Vicéns / AGM

La zona más castigada por la crisis ambiental de La Manga tiene en Los Nietos y Los Urrutias la bombilla roja. «La gente está resignada, algunos enfadados y otros aburridos porque ven que no se consigue nada», explica Santiago Valverde, con casa en Los Nietos pero buceador de todas las latitudes de la laguna. En los últimos días ha encontrado medio metro de visibilidad en Lengua de Vaca, cerca de Islas Menores, pero ya en Lo Poyo asegura que tuvo que meterse para sacar a un perro atrapado por el fango.

«Hemos visto en los cultivos descargar camiones de estiércol, que después han acabado en el Mar Menor con las riadas», lamenta Valverde, que ve la cubeta sur de la laguna convertida en «un pantano». Frente a su casa de Los Nietos, los vecinos han limpiado un tramo de algas «y allí nos agrupamos como borreguicos», afirma. Este verano nota que «hay menos gente». «Yo vengo porque tengo casa de toda la vida», explica.

Coincide con Marisa Miñano, churrera en la plaza de las Cuatro Fuentes, en que «ya solo venimos los que tenemos casa, porque gastamos lo mismo». Su padre, Miguel Miñano, amasó churros durante 50 años en el mismo sitio donde ella sirve cucuruchos de masa frita con azúcar. «De pequeña jugaba con los caballitos de mar y ahora no puedo enseñárselos a mis hijos. Nos vamos a bañarnos a La Manga», comenta en su puesto móvil.

Las zonas de baño de Los Nietos y Los Urrutias pagan la factura más alta del desdén turístico frente a Los Alcázares y Lo Pagán

Bernardo Gutiérrez, 70 años, ocupa en verano la casa que su abuelo compró «hace 180 años». Frente a su puerta se extiende una de las pasarelas que la Comunidad Autónoma instaló para salvar los fangos de la orilla, pero Bernardo asegura que «nadie se baña. La usan para pasear y para jugar con los patinetes». «Aquí había zorrillos y caracolas, pero han desaparecido. Esto es la filosofía de cuanto peor, mejor», comenta resignado.

Sacra González tiene desde hace 26 años el quiosco más frecuentado de Los Nietos, justo frente al puerto deportivo. Los arrastres de tierra han terminado por convertir esta orilla en una zona pantanosa, cubierta de ova. «Si te arrimas, ves el agua sucia y la peste», lamenta la quiosquera. Este verano echa de menos a los vecinos habituales de julio y agosto. «Hay muchas casas cerradas, y la Omita (Oficina Municipal de Información y Tramitación Administrativa) está llena de quejas, pero no sirve de nada», explica.

Los Urrutias

Baño en fila india por el pasillo sin lodo

Playa de Los Urrutias con fangos que impieden el baño. Vicente Vicéns / AGM

En el flamante balneario que la Comunidad Autónoma construyó en Los Urrutias, con maderas hexagonales, apenas hay media docena de bañistas. «Cuando baja alguien a bañarse, se deja las zapatillas dentro del fango», cuentan Adrián y Jesús, que pasan la mañana a la sombra con una guitarra.

«A mí me ha impresionado el fango», cuenta María, recién llegada de Mallorca para visitar a un familiar. El socorrista de la playa mata las horas paseando por una playa desierta. Hay que acercarse al palmeral para encontrar compañía humana, aunque en abierto desacuerdo. «Esto es maravilloso», se apresura a defender una bañista con pamela y flor rosada, Bárbara, residente desde hace 22 años en Los Urrutias. «Hubo épocas malas pero el Mar Menor enseguida se recupera, lo que pasa es que siempre hablan mal de Los Urrutias, sobre todo los que vienen 15 días y de todo protestan», proclama a viva voz en su corrillo más afín. Al instante salta la réplica a su espalda. «Pero qué está diciendo, si hay que ayudar a salir a la gente porque se queda clavada en el barro», le responde Pilar, sentada a la sombra con Pepe, su marido. Ambos con 60 veraneos en Los Urrutias. Se une una voz desde detrás de una palmera. «¿Que no hay fango? Pero si hay zonas intransitables, señora», objetan Diego y Andrea, una joven pareja madrileña que veranea en la casa familiar. La calma que amparaban las palmeras rompe en una polémica playera entre negacionistas y críticos tras la proclama de la jubilada con pamela.

Bañistas disfrutan del sol en la pasarelas del balneario de Los Urrutias. Vicente Vicéns / AGM

Llama la atención el pasillo imaginario por el que los bañistas se remojan en fila india, donde aseguran que hay menos barro. El verano pasado clavaron dos estacas para señalizar el paso franco. Este año todos tienen ya las coordenadas del remojón libre de cieno.

Los Alcázares

Regreso al veraneo tras la DANA y la Covid

Piraguas y otras embarcaciones preparadas para su alquiler en Los Alcázares. Vicente Vicéns / AGM

Desde el muelle del puerto deportivo de Los Alcázares, el gerente, Manuel Díaz, calibra con preocupación el reverdecer del agua. «La gente lo acepta», afirma. En el Club Náutico Mar Menor tienen cada semana casi 60 menores en cursos de vela y la actividad de las familias se recupera tras el verano anterior, lastrado por las DANA y la pandemia. Un par de kilómetros al norte, en la playa de las Pescaderías, Isabel y Pedro se bañan en el tramo más concurrido «porque aquí no hay fango», aseguran. Veraneantes habituales, la pareja agradece que «hayan congelado este año los alquileres» -han pagado 1.500 euros por mes y medio-, pero consideran que «tiene el Mar Menor que mejorar mucho, y los que lo han contaminado, que lo paguen».

Los monitores del Club de windsurf Puntaolas van y vienen con las plataformas sobre las que imparten clases de yoga sobre al agua. Terrazas y chiringuitos funcionan a plena actividad frente a las playas.

La costa alcazareña ha recuperado este año a parte de los veraneantes huidos tras las riadas y a los que evitaron salir el pasado verano por el virus. Paquita, de Alcantarilla, reconoce que «el año pasado me fui a otro lado, pero este verano he decidido volver, y veo que hace falta que draguen la playa». Se queja de la desagradable sensación de pisar las algas.

La Ribera y Lo Pagán

Más bañistas, más terrazas y menos balnearios

En el paseo marítimo de La Ribera han aumentado las mesas para acoger la demanda de turistas desde el desayuno hasta la cena. «Nos gusta esta playa porque es segura para los niños y nosotros estamos tranquilos», comenta Amador, que carga con cuatro flotadores inflados y sus hijos de distintas alturas. Son una de las familias que prolongan la jornada playera hasta que cae la tarde, agrupados sobre todo en las playas Barnuevo y Colón. Las del Pescador y la del antiguo hospital Los Arcos se ocupan sobre todo para los partidos de voley playa. «No entiendo cómo dejan los pilares de los balnearios que se han roto, con el riesgo que tiene para los más pequeños y la mala imagen que da a una playa tan bonita», comenta Nuria, que acompaña a su madre frente a la desaparecida escuela de vela Los Arcos.

En el hotel Neptuno de Lo Pagán, confirman «la recuperación de un cliente de más calidad sin bajar los precios», explica el gerente, Enrique López. La playa de La Puntica se ha convertido en la mejor orilla al norte del Mar Menor. Peor les va en la cercana Villananitos, donde Malina y Diego, del chiringuito Campoamor, se quejan de que «el verano ha sido corto por las obras del paseo, que aún no han terminado». El ruido y el polvo de las máquinas ahuyentó a la clientela. En la orilla, Natalio y Gema aseguran que «otro año más nos decepciona la playa», así que se trasladarán a La Curva en busca de un baño con menos fangos. Lo lleva mejor Catherine, de vacaciones con una amiga en el Mar Menor: «No nos bañamos, solo tomamos el sol», corrobora su piel de camarón.

Imagen tomada esta semana donde se aprecia la proliferación de la caulerpa y el grado de turbidez del Mar Menor en el kilómetro diez de La Manga. Isabel Rubio (Pacto por el Mar Menor)

Pérez Ruzafa: «La transparencia ha bajado de golpe; siguen entrando muchos nutrientes»

«Se ha perdido calidad del agua. Hemos estado casi dos años con una transparencia de 4,5 y 5 metros, y de golpe ha bajado a 3,5 y 2, dependiendo de la zona. Ahora nos encontramos sin duda en un pico de clorofila», advierte Ángel Pérez Ruzafa, catedrático de Ecología de la Universidad de Murcia, que está procesando los datos de la última campaña de medición de los parámetros del Mar Menor, realizada los días 2 y 3.

Abunda en que se ha perdido bastante transparencia en el corto intervalo de una semana. Explica Pérez Ruzafa que estos días de verano se está produciendo exactamente lo que sucedió en el año 2017, cuando se registró un mes de julio muy bueno, y de repente fue empezar agosto y ponerse mal la transparencia del agua y la clorofila. «Ocurrió algo parecido en 2019, antes de la DANA, pero ese año se recuperó muy rápido porque el ecosistema tenía entonces mayor capacidad de reacción, mientras que en 2017 tardó más tiempo».

¿Qué factores influyen en estos momentos? Aparte de la temperatura, considera que el elemento más preocupante es la entrada de nutrientes al Mar Menor, que no se ha cortado. «El nivel freático está cada vez más alto y no se ha hecho nada en ese sentido. No sé a qué están esperando. ¿A que la presión social vaya en esa dirección? Realmente hay que bajar el freático», enfatiza el catedrático de Ecología.

Recalca que el agua no solo entra por la rambla del Albujón, sino también por la de Miranda, La Maraña y el resto. «En la playa de Los Urrutias se nota la arena mojada del agua que va por debajo. Incluso crecía carrizo en la orilla, algo que no había visto en la vida», señala.

«La entrada de agua se mantiene intacta. Está llegando incluso más que en 2016. El Mar Menor posee capacidad de adaptarse, pero podría romperse otra vez si no se corta esa hemorragia, que es lo primero que hay que hacer, poniendo a funcionar los pozos para bajar el nivel freático y controlar lo que se extrae, eliminando la salmuera y los nitratos. Y una vez bajado el freático, empezar a construir infraestructuras de control. Hay que tomar medidas para implementar todo esto, de lo contrario no va a tener solución», apunta Pérez Ruzafa.

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