Atunes, bacoretas, peces luna y voladores, tintoreras y alguna que otra lecha luchan por sobrevivir en el copo que forma la almadraba.

Una 'levantá' de casi dos toneladas

La almadraba de la Bahía de Mazarrón, la única que queda en el Mediterráneo, prevé una temporada récord de bonitos y bacoretas

Fernando Perals

Sábado, 31 de mayo 2014, 00:32

En sus ojos se reflejan más de cinco décadas al frente de la única almadraba que queda en todo el mar Mediterráneo. Ha sido el capitán Ahab de sus marineros frente a Moby Dick durante años. «Es una lástima que este arte se esté perdiendo, es la forma de pescar más selectiva y que hace menos daño al medio ambiente», asegura Paco 'Marchena' Menchón mientras mira con cierta melancolía la torre vigía de Santa Elena, en La Azohía. Ahora jubilado, su padre le cedió el puesto lo mismo que él lo ha hecho con tres de sus sobrinos. También dos de sus vástagos se dedican al sistema del arrastre. Lleva en los genes el valor de los pescadores y la virtud de la sabiduría. Todo un artista.

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La almadraba de la Bahía de Mazarrón recogió ayer una 'levantá' o 'elevá' de casi dos mil kilos de bonito y bacoretas en su gran mayoría. Un gran logro, ya que se calcula que en la temporada pasada se superaron los 22.000 kilos, por lo que se prevé una campaña muy positiva para este año.

Este arte milenario llegó gracias a los romanos a las costas mazarroneras en el siglo I. También fue muy utilizado en distintos lugares de la Península por íberos, fenicios, cartagineses y griegos. Aunque tuvo su auge más significativo desde el siglo XIII al XIX.

Desde febrero hasta mitad de julio, los pescadores trabajan a destajo cada día cuando se reflejan sobre el mar los primeros rayos de sol. Hace cuatro años, 'Marchena' pensaba que la almadraba de La Azohía «podía correr peligro porque no había jóvenes para que perviviera en el futuro», pero hoy y tras una dura crisis, su opinión es totalmente contraria.

A diferencia del arrastre, cerco y trasmallo, este arte consiste en situar un laberinto de redes anclada al fondo del mar, por las que van entrando los peces, y que desembocan en un espacio sin salida llamado copo. Una vez que se cierra la parte principal en forma de cuadrado, dos barcos a cierta distancia van cerrando la salida al pescado. El entramado supera el kilómetro de distancia y los 15 pescadores de las embarcaciones los someten hasta recogerlos vivos y subirlos a la nave principal, desde donde se descartan peces lunas, tintoreras y aquéllos que no superan las medidas mínimas.

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Fue una jornada apacible la de ayer y el mar respetó el trabajo de los pescadores. El lebeche es su gran enemigo y una marejada complica las tareas marineras.

A la espera del 'fruto' de las aguas, permanecen Martín, con sus fornidos brazos; 'Carapipa' y sus interminables gritos de aliento, y María José, una observadora marítima perteneciente al Instituto Oceanográfico, que también manejaba con sus delicadas manos las redes en una faena que se ralentiza hasta llegar a unirse las dos barcazas. «Me embarco dos días a la semana y hago un seguimiento de los pequeños ejemplares de las distintas especies: atunes, melvas, caballas, bacoretas...», afirma tras pesar algunas piezas para conocer si maduran, crecen y se reproducen con la misma intensidad. Cree que es «un falso mito» que los peces estén desapareciendo de nuestros océanos, aunque el atún rojo necesitó hace pocos años ayudas de control para que no desaparecieran de la faz de la Tierra y calificar a la especie como protegida. A sus 22 años, lleva los cuatro últimos junto a estos fornidos marineros. Nieta de pescador, es una enamorada de su trabajo, «porque para esto hay que tener vocación».

Una ruda labor

«Es una faena dura, en la que solo se descansa los domingos y en la que los muchachos tienen que madrugar mucho y levantar las redes varias veces al día para poder ganarse un sueldo», explica 'Marchena'. Mientras, Martín, 'Carapipa' y sus rudos compañeros se encargan de recoger de la red los peces y ubicarlos en cajas de madera según su tamaño. Los más valientes muestran a cámara las piezas más grandes, que aletean sin parar hasta la muerte. Desconocen lo que les espera: ser servidos en los mejores restaurantes de la Región o de cualquiera del resto de España. Son manjares cada vez más apreciados por los comensales.

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«Si hoy pescaran, en una hora y media o dos están en la lonja vendiéndolo y rápido al barco otra vez para pescar más», aventuró 'Marchena' antes de echarse al mar. Y acertó. La lonja de la cofradía de pescadores de La Azohía recibió en este cronometrado horario más de 500 cajas de túnidos. Algunos forasteros compraron varias piezas, cuya recaudación se repartirá a final de semana.

Es raro que entren atunes en esta almadraba. «Ellos buscan las temperaturas cálidas y no tienen la necesidad de acercarse a la costa. Todo es cuestión de suerte», sigue 'pontificando' 'Marchena'.

El proceso del viaje de los atunes comienza cuando, en su emigración desde las aguas frías del Atlántico hasta el mar Mediterráneo, entran por el Estrecho, desovan hasta las costas más orientales y en su vuelta los 'pezqueñines' van cogiendo peso a su regreso al Círculo Polar Ártico.

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El alcalde de Mazarrón, Ginés Campillo, sabedor de la importancia de esta almadraba, ha impulsado unas jornadas sobre el atún rojo el próximo fin de semana. Maestros de la cocina realizarán demostraciones en un recinto que acogerá 25 'stands' de bares y restaurantes.

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