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Acuden a terapia para intentar dejar atrás el comportamiento agresivo que les ha llevado a ser condenados por violencia género. Lo harán durante casi un año en sesiones grupales e individuales como alternativa a la cárcel. Hombres como ellos sumieron, solo el año pasado, a casi 88 de cada 10.000 mujeres de la Región en la asfixiante espiral de esta lacra.
La asociación R-Inicia-T cree que se pueden reducir los casos de violencia de género actuando desde uno de los frentes menos explorados: el del maltratador. Sus impulsores, los psicólogos Gustavo Tapioles y Felipe Martín, señalan la necesidad de atajar el problema «desde la raíz». Para ello, han firmado un convenio con Instituciones Penitenciarias que les permite, desde el pasado mes de septiembre, desarrollar en el área judicial de Cartagena el programa estatal de intervención para agresores (PriaMA) desde un local cedido por el Ayuntamiento de la ciudad portuaria.
«Vemos que la incidencia de la violencia de género va a peor y que una parte muy importante del problema se queda sin trabajar. Se destinan muchos recursos a las víctimas, algo que nosotros vemos imprescindible, pero muy pocos a las personas que realmente la ejercen», asegura el psicólogo Felipe Martín. «Si no se hace algo con los agresores vamos a tener más víctimas a las que dedicar cada vez más recursos. Creemos que hay que actuar para que el número de casos disminuya», apunta.
R-inicia-T, que presta el servicio sin dinero público y aportando sus propios medios, se ha convertido en pionera en una zona donde no existían opciones para la rehabilitación. «Costó mucho trabajo y muchas reuniones», recuerda Felipe Martín. Hoy ya son once los agresores que han llamado a su puerta para recibir terapia desde que iniciaron las sesiones hace tan solo dos meses. «Hasta ahora, los condenados tenían que desplazarse al Centro de Inserción Social de Murcia Guillermo Miranda, en Sangonera, con las dificultades que eso supone para mantener un trabajo, unos estudios o unos lazos familiares», subraya, «por lo que realmente no tenían una oportunidad para reinsertarse en la sociedad», recuerdan desde la asociación.
La iniciativa está destinada a condenados por violencia de género cuyas penas sean inferiores a dos años de cárcel y no cuenten con antecedentes. El acceso de los condenados a PriaMA depende del juez, que puede dictaminar que en lugar de ir a prisión acudan a esta terapia psicológica, que se prolonga durante once meses, y consta de sesiones grupales e individuales. En el año 2017, un total de 8.156 condenados por violencia de género participaron en el programa en España.
«Ellos tienen, en el propio auto judicial, el lugar al que tienen que acudir y las horas a las que se tienen que presentar. No deja de ser una forma de cumplir la condena. Deben respetar unas normas bastante estrictas en cuanto a la puntualidad, comportamiento y adhesión al programa. Si no muestran una predisposición al trabajo y al cambio, son expulsados», explica el psicólogo.
La corta vida del programa PriaMa, que el Ministerio de Interior impulsó en 2010, no permite analizar su efectividad a largo plazo, aunque los primeros estudios invitan al optimismo. El Informe de Reincidencia de Instituciones Penitenciarias, que elabora el propio Ministerio, señala que de una muestra de 678 agresores tratados desde 2010 en PriaMA, solo 46 volvieron a ser detenidos por violencia de género en los cinco años siguientes, lo que supone una reincidencia del 6,8% para un tipo de delito que suele rondar el 20%. Desde R-inicia-T recuerdan que la violencia de género presenta habitualmente una de las mayores tasas de reincidencia, y se muestran esperanzados con los primeros resultados de PriaMA.
Yolanda González, coordinadora del grupo de género del Colegio de Psicólogos de la Región de Murcia, que trabaja habitualmente con las víctimas, se muestra «totalmente partidaria de que se intervenga sobre los agresores», aunque guarda cautela sobre las posibilidades de éxito de este tipo de iniciativas. «Hasta ahora los programas de intervención con condenados por violencia de género no han dado los resultados que se esperaban porque, para empezar, ellos no tienen la conciencia de que tengan que cambiar nada. Y, si una persona no acepta que tiene que cambiar, no se puede llegar a ningún sitio», afirma.
Pese a todo, González apuesta por dar una oportunidad a «cualquier nuevo enfoque» para luchar contra la violencia de género: «Hay que probar. Lo que está claro es que este tipo de hombres son así en función de cómo han construido su identidad, y si no les damos herramientas para que valoren la forma en que eso es un perjuicio, incluso para ellos, difícilmente vamos a cambiar nada».
Los psicólogos explican que los primeros días de terapia, los agresores muestran mucha resistencia. «Al principio hay un grupo de personas que no se conocen, y tampoco nos conoce a nosotros. De primeras, lo habitual es que no acepten la responsabilidad de lo que han hecho. Muchos no creen que hayan hecho nada malo», señalan. Aunque la actitud cambia a los pocos días: «En lo que llevamos de trabajo con ellos, y fíjate que empezamos en septiembre -señala Felipe Martín-, hemos apreciado ya un cambio importante en el grupo: se empieza a asumir la responsabilidad de determinadas conductas, comienzan a participar muy activamente en el programa y a reconocer de forma muy explícita lo bien que les viene recibir toda esta información y trabajar activamente por un cambio respecto a sus relaciones».
Los psicólogos de R-inicia-T tienen ahora nueve meses por delante antes de concluir las primeras terapias, una labor que afrontan esperanzados: «Vemos que hay una clara evolución».
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Rocío Mendoza | Madrid y Lidia Carvajal
Álvaro Soto | Madrid y Lidia Carvajal
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