Borrar
África Bastida relata su experiencia con la enfermedad en una sala de la asociación Adaner. AGM N. GARCÍA /

África Bastida: «La anorexia es una lucha contra ti misma»

Acción Solidaria - Obra Social 'La Caixa' ·

África Bastida tuvo anorexia durante su adolescencia. Ahora cuenta cómo consiguió vencer la enfermedad en el centro de día de la asociación Adaner

Domingo, 7 de julio 2019, 08:13

Es viva, lista, atrevida, muy inteligente «y manipuladora, sí, eso también. Soy especialista en contarme películas y creérmelas, y hacer a todo el mundo que se las crea», reconoce. A sus 20 años, África Bastida está convencida de que cualquier potencial, por muy bueno que parezca, «puede utilizarse para hacer el bien o para hacer el mal. Y yo opté por ese segundo camino».

África apenas tenía 14 años cuando empezó a adelgazar, «pero en ese momento yo no era consciente de lo que me estaba pasando. En mi caso, no tenía nada que ver con la imagen. Yo empecé a dejar de comer por estrés y por un episodio de acoso», recuerda sin querer entrar más en aquel episodio. «Estaba tan obsesionada con estudiar, que empecé a no comer para no perder tiempo o para que no me diese sueño. Pensaba que yo podía con todo, que tenía el control, que no necesitaba ayuda de nadie».

Poco a poco, de forma paulatina, perdió entre diez y quince kilos durante tres años. «El verano de los 17, coincidiendo con el Bachillerato, fue crítico. Ahí perdí mucho peso y empezó a darme asco la comida. El cuerpo solo me pedía cosas fresquitas y líquidas. Y así podía pasar el día con unas natillas o con un batido de chocolate. Tenía muchas broncas en casa, porque no comía casi nada. Fue el momento que más delgada estuve. Me quedé en 43 kilos», recuerda.

Dos visitas al médico

Fue entonces cuando comenzó a «sentir satisfacción» cuando bajaba de peso, aunque solo fueran 200 gramos. Acostumbrada a los cuarenta y pocos kilos, «en cuanto subía un poco y me acercaba a mi peso normal, yo creía que aquello era sobrepeso». Y como ella siempre ha sido una chica inteligente, o al menos eso dice y le dijeron siempre los adultos que tenía alrededor, también advirtió ciertas señales de alarma que podrían no ser normales. «Yo quería que alguien me explicase por qué no podía comer, por qué me daba asco la comida, por qué era tan obsesiva con todo, por qué me gustaba bajar de peso». Así que fue al médico hasta en dos ocasiones.

«La gloria más grande bajando peso era la muerte, porque no podías pesar menos que en ese momento de morir»

«Recuerdo que el primero me preguntó si yo comía lo que quería. Y le dije que sí, pero, claro, lo que yo quería era nada o unas natillas. Sin hacerme ningún tipo de análisis, me dijo que bueno, que yo estaba flaca, pero que no me preocupase, que lo que me pasaba era que estaba estresada». En la segunda visita al médico sí que le hicieron análisis, «pero encontraron un desajuste hormonal y le dieron más importancia a aquello que al peso. Y, claro, si los médicos no veían nada raro, pues yo pensé que estaba loca».

Un intento de suicidio tras un «atracón» de comida fue lo que hizo reaccionar a la joven, que contactó con el centro por iniciativa propia

Y así, con su exigencia por bandera, fue como sacó mención de honor en Bachillerato. Obtuvo una beca para cursar el primer año de carrera y se marchó a Madrid a estudiar Terapia Ocupacional. «Fue un desastre».

La gota que colmó el vaso

Un desastre significa que su única amiga tenía anorexia crónica «y que entre las dos nos retroalimentábamos la enfermedad. Recuerdo que ella siempre me decía que la gloria más grande era la muerte. Porque llevarte hasta el límite con el peso era eso. No podías pesar menos que en ese momento de morir».

Comenzó a hacer ejercicio excesivo, a contar calorías, a tomar laxantes y drogas. «Comía 200 calorías al día y me aseguraba de quemar siempre más de lo que había comido. Mi vida me importaba una mierda. Todo giraba en torno a adelgazar. Incluso empecé a autolesionarme cuando comía, para decirme a mí misma que comer tenía un precio y un castigo». Entonces pesaba 46 kilos.

«Lo que más me ayudó en el centro de día fue convivir con otras chicas. Ni siquiera podíamos ir al baño solas»

Al llegar la Navidad de aquel año, África volvió a casa. «Y ahí sí que no podía inventarme excusas para no comer». Fue en su estancia aquí, cuando, «después de un atracón, me tomé una caja de pastillas entera. Ansiolíticos creo que eran. Como autocastigo, claro. Pero cuando me di cuenta de lo que había hecho, vomité porque no me lo podía creer». Ese fue el punto de inflexión que hizo reaccionar a África. «Y entonces pedí ayuda».

Llegó a Adaner porque se lo recomendaron, «y después de las dos primeras citas, cuando me dijeron que iba a entrar en el centro de día, hablé con mis padres y les conté todo».

La recuperación

En Adaner pasó todos los días durante nueve meses. Aunque dormía en su casa, allí hacía todas las comidas sin excepción. Allí se trabajó con el gabinete psicológico su enfermedad, «aunque una parte muy importante fueron las compañeras. Aquí estábamos todo el día juntas. Ni siquiera podíamos ir al baño solas. Era muy bueno para nosotras estar juntas, luchando para salir de aquello». Gracias a ellas aprendió a «tener mucha paciencia, convivir con los demás, no ser hiriente con mis palabras... a tener empatía, al fin y al cabo».

Tres etapas de tratamiento

En Adaner no se realizan ingresos permanentes, sino que se comienza con una primera etapa que consiste en pasar todo el día, de lunes a viernes, en el centro, realizando allí todas las comidas. Además de asistencia psicológica, también reeducan a los usuarios sobre cómo debe ser su alimentación. Tras esta, de duración indeterminada y que depende de cómo avanza la recuperación en cada caso, las chicas y chicos pasan a una segunda fase de tratamiento, en la que asisten medio día a la asociación y realizan allí la comida. «Después de eso, que te suelten te da mucho miedo, porque tienes que hacerte responsable de tus comidas. En el centro es muy fácil, pero luego todo depende de ti», cuenta África. La última fase, que en su caso apenas duró un par de meses, consiste en acudir dos mañanas a la semana al centro de día de Adaner, donde continúan con sus sesiones de tratamiento psicológico.

Tras pasar por esas tres etapas, África recibió el alta del centro de día en marzo pasado, aunque continúa yendo a tratamiento en Adaner una vez por semana. «Además, siempre que puedo me paso por aquí, porque al final los trabajadores de la asociación son como tu familia. Me gusta venir sin avisar, hacerles una visita, incluso almorzar o comer aquí».

En el centro de día, África inició una primera fase de contención absoluta. Dejó la universidad y no volvió a Madrid. «Mis padres tuvieron que adaptar la casa también a ese periodo de contención, porque yo pasaba allí las noches y los fines de semana. Vaciaron mi habitación de todo lo que me pudiera servir para autolesionarme. Siempre tenía que estar acompañada, incluso cuando iba al baño, y cuando salía con algún amigo o amiga, no podían perderme de vista y tenían que estar al corriente de mi situación», relata. «Hay quien piensa que hacer eso es perder un año de tu vida, pero qué va. He ganado años y vida».

Cuando recuerda cómo fue estar cada día en Adaner, solo tiene palabras bonitas, «porque aquí estábamos muy bien. No todo giraba en torno a la enfermedad. También hacíamos talleres de salsa, capoeira, teatro, defensa personal... ¡ese último lo propuse yo!», dice con cara de ilusión. Más allá de quedarse con lo bueno, África reconoce que superar la anorexia «fue muy duro, fue enfrentarme a mis errores, y eso me costó mucho, porque yo creía que era perfecta y que todo lo que me pasaba era culpa de alguien. Fue una lucha contra mí misma». Y la ganó. Ahora tiene una vida normalizada, ha vuelto a la universidad y está mejor que nunca, «aunque sé que nunca podré dejarme la terapia. Y lo agradezco, la verdad».

Un 15% de los usuarios de Adaner tienen menos de 14 años, «y cada vez son más»

Alrededor del 15% de las chicas y chicos que se recuperan en Adaner de este trastorno tienen menos de catorce años. Al menos así lo asegura Emilia Hernández, presidenta de la asociación desde 2003. «¡Y cada vez son más!», dice extrañada de que el dato pueda sorprender. La explicación, para ella, está en que «los padres están más concienciados con este tipo de trastornos, pero también porque cada vez empiezan a edades más tempranas. Desde hace dos o tres años, vemos más casos de niños y niñas muy jóvenes». En estos momentos hay unas doce chicas en el centro de día de la asociación, aunque en tratamiento permanecen unos 130 usuarios. De ellos, solo el 5% son varones. En torno a un 50%, según afirma Hernández, tienen entre 14 y 22 años.

Adaner funciona en Murcia desde 1997, y fue poco después de su fundación cuando Emilia entró en la asociación. «Mi hija tuvo un trastorno de la alimentación y en aquel momento nadie sabía muy bien lo que era esto. No sabíamos qué hacer ni cómo enfrentarlo», relata. Así fue como acabó en Adaner. Y una de las cosas que más ayudaron a Emilia fue tener contacto con otros padres y madres de chicas con anorexia, «porque encontrar a alguien que estaba pasando por lo mismo que tú, te aliviaba. Además era una forma de aprendizaje, porque ellos habían pasado por cosas que a ti te podían servir. Me ayudó mucho», recuerda.

El grupo de autoayuda para padres es uno de los servicios más clásicos e imprescindibles de Adaner, pero no es el único. En esta asociación, financiada por la Obra Social 'La Caixa' y por el Ayuntamiento de Murcia, también realizan terapia y psicoeducación familiar, y charlas de prevención en los institutos de educación secundaria de la Región.

África es una de las chicas que, a partir de septiembre, participará de forma voluntaria en estos coloquios sobre anorexia. «Yo no tengo ningún problema en contar mi historia», dice y, como estudia Terapia Ocupacional, piensa en un futuro y añade: «Hablar sobre esto puedo, tratar a personas con anorexia... eso no. Qué les voy a decir yo».

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

laverdad África Bastida: «La anorexia es una lucha contra ti misma»

Centro anorexia en Murcia | «Es una lucha contra ti misma»