Se cumplen diez años desde que las entrañas de Lorca despertaron súbitamente. Al desperezarse, dos intensas sacudidas devastaron la tierra que me vio nacer. La ... ferocidad de los seísmos, insólita hasta para el más longevo de los lugareños, asoló construcciones e infraestructuras y arruinó comercios, establecimientos e industrias; amenazó incluso con reescribir la historia, reduciendo a vestigios los muros, torres y cúpulas de sus más insignes testigos.

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Todo era desolación en la legendaria villa de Elios y Crota: mientras sus moradores habituales, aterrados, buscaban lugares seguros donde guarecerse, la tragedia hacía jirones la ciudad convirtiéndola en territorio comanche, solo apto para que la Unidad Militar de Emergencias desarrollase su inestimable labor.

Como tantas veces, un capricho de la naturaleza nos ponía a prueba, sometiéndonos quizá al más difícil de los retos. Cualquier otro pueblo, exasperado por la gravedad del lance, hubiese claudicado. Pero los lorquinos, curtidos en mil batallas, luchamos sin cuartel por honrar la memoria de las vidas perdidas y sobreponernos a la añoranza de los recuerdos sepultados. Para ello, superada la conmoción inicial, nos impregnamos de la solidaridad y responsabilidad que demandaba la coyuntura y raudos –gracias a las indemnizaciones y ayudas públicas recibidas por una diligente gestión– emprendimos una lenta pero firme rehabilitación exterior e interior: por fuera, restaurando nuestro patrimonio, reedificando nuestras viviendas y desarrollando importantes obras de regeneración urbana en casi todos los barrios; por dentro, reconquistando la confianza en nosotros mismos y haciendo gala de la determinación, tenacidad y coraje que exigen las grandes empresas. Tanto fue así, que una década después pareciera como si nada hubiese ocurrido. Lorca ha renacido, y lejos de la devastación, es una ciudad que, conservando su atractivo tradicional, se exhibe en perfecto estado de revista: ávida de agua y dorada por el sol, sigue siendo fuente de ilusiones y oportunidades; franciscana y dominica, se apasiona en primavera, enjaezando su alma de oro y seda; huertana y barroca, es hospitalaria y patria de gentes valientes.

Y es que echando la vista atrás, solo dos sentimientos colectivos e intangibles permanecen inmutables desde aquel funesto 11 de mayo: el legítimo orgullo de haber sido acunados por la mejor tierra del mundo y el profundo dolor por la muerte de nueve de los nuestros en tan fatídico día. A ellos, mi recuerdo y oración. Descansen en paz.

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