El día a día en Lorca, diez años después de la tragedia sísmica que asoló la ciudad, coincide con una pandemia cuyos efectos van atenuándose ... gracias al maná de las vacunas y la labor impagable de los sanitarios. Como en aquella luctuosa ocasión, pasarán años para enjugar el duelo por la pérdida de seres queridos, por la necesaria restricción de libertades y movilidad social, por el feroz mordisco a la economía y los trabajadores.

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Cicatrizan las heridas de ambos terremotos, aunque el recuerdo de las vidas humanas perdidas tardará en abandonar a sus deudos. Se han reconstruido edificios, monumentos y barrios asolados, y, gracias a las ayudas –europeas, nacionales y locales–, la ciudad parece despertar de un mal sueño y, en algunos aspectos, luce esplendorosa, abierta al futuro, aunque las cruces rojas, verdes y amarillas de algunos viejos edificios aún despiertan el recuerdo de la clasificación por peligro de derrumbe.

Hoy, como entonces, se refuerza la cohesión ciudadana. Las preguntas repetidas son: ¿estáis bien?, ¿alguna novedad en la familia? Indicio de que, aunque el dolor golpee con dureza, aún existe la solidaridad vecinal frente al individualismo, ese mal de nuestra época.

Inevitablemente, las conmemoraciones traen recuerdos. Yo me veo, tras el primer seísmo, buscando a Nuria a la puerta del trabajo para comprobar si estaba indemne, y sacar el coche del garaje y circular por la Avenida entre cascotes para ver al resto de la familia. La segunda sacudida me sorprendió recogiendo lo que se vino abajo en la primera: muebles, libros, menaje de cocina... Y la angustia de no encontrarla hasta la noche en medio de aquel caos, pues los teléfonos habían enmudecido.

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De toda tragedia se obtienen enseñanzas. Una de ellas, que la Naturaleza tiene sus propias reglas, que no coinciden con nuestros deseos. Hay, pues, que respetarla, estar atentos a sus signos y no desdeñarlos con indiferencia o menosprecio. Otra lección sirve para rebajar nuestra soberbia, y es la de que somos profundamente vulnerables, no solo individual sino colectivamente. Con tales enseñanzas, quizá podremos recorrer con cierta serenidad el camino de la vida.

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