Prométeme que si me dejas será por algo bueno / por jazz, por rock, por flamenco: una música que requiera talento'. Este verso de la canción 'Musa', del granadino Ayax, describe perfectamente el juramento que parece haber firmado Miguel Padilla (Lorca, 1959) con la ocupación a ... la que se ha dedicado en cuerpo y alma prácticamente desde que tiene uso de razón: la ganadería.
Y es que su corazón, más que latir, taconea y toca las palmas. Para desconectar de la presión y del «esfuerzo que requiere el oficio», a Padilla le gustaría poder rebobinar y escuchar dos viejas cintas, una de la Perlita de Huelva y otra de la Flor de Córdoba, que su madre le regaló cuando era pequeño, junto con un radiocasette «de los antiguos, de los que ya no se fabrican».
Flamenco y poesía
Haciendo honor a la ciudad que lo vio nacer, Miguel disfruta con la lectura de la poesía de García Lorca, aunque también la de Pablo Neruda. Padilla podría haber escrito los versos más tristes aquella noche, la del día que perdió a su madre. Imposible saber si tiritaban, azules, los astros, a lo lejos. Pero sí que él la quiso y ella, no a veces, sino siempre, también lo quería. «Una mujer positiva, animosa, vitalista; en definitiva, mi gran apoyo», recuerda Miguel. Todo un poema de amor que bien podría valer por veinte, pero ni rastro de la canción desesperada.
«Si tienes vocación por este oficio, no te puedes dedicar a otra cosa porque no genera tanta satisfacción», determina con seguridad
Él prefiere el «sentimiento puro» que transmite el flamenco, «una de mis grandes pasiones». Reconoce que, «si no lo vives, no lo entiendes», por lo que le encuentra «mucho parecido con la agricultura». Por eso le gusta visitar Jerez, una suerte de paraíso musical para sus oídos. Allí, en los barrios de Santiago y San Miguel, los acordes de las afinadas guitarras producen un curioso efecto amnésico que le hace olvidar, aunque sea por un momento, el trabajo que ejerce.
Pese a que no es ningún poeta en Nueva York, ahora sí que es un ganadero en Madrid. Concretamente, desde que el pasado miércoles 20 de octubre fue nombrado secretario general de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (Coag). La responsabilidad que ello implica la asume con gran naturalidad y entereza.
Por este motivo, los instantes de aislamiento e intimidad escasean, pues su ocupación le obliga a estar pendiente «las 24 horas del día». Un sacrificio que aprendió desde bien pequeño, cuando compaginaba sus estudios en el instituto nocturno con su labor en la explotación porcina de su padre. «No era nada frecuente que alguien de mi edad estudiara, pero siempre me dieron esa libertad».
Propietario de una granja de cerdos, su padre no domina solo el reino animal; es también un excelente agricultor. Sin darse cuenta, o quizá siendo plenamente consciente de ello, plantó una semilla en el seno de su hijo: la de la dedicación por un oficio. Ahora, ha germinado y ofrece unos frutos que recogen todos los trabajadores agrícolas adscritos a Coag.
«Eran otros tiempos», dice refiriéndose a sus inicios en el sector. «Antes casi todas las casas de campo tenían un pequeño cebadero, que servía de sustento familiar», dice con melancolía, «pero, ahora, excepto el relevo generacional, nadie quiere iniciarse» en un negocio que requiere tantas horas. Sin embargo, reconoce que «si existe vocación, la satisfacción de dedicarse a la producción de alimentos no la genera ningún otro trabajo».
Escalón a escalón
Quizá por ello piense que, «si no existiera Coag, habría que crearla». La representación sindical no es algo que haya adquirido por ciencia infusa, sino que se remonta a hace más de treinta años. Fue en 1990 cuando lideró la asociación de vecinos Sagrada Familia, en la pedanía lorquina de La Torrecilla.
Padilla se muestra orgulloso de alguno de los logros obtenidos durante esta etapa, que además le catapultó para su entrada en Coag Lorca. «He pasado de soldado raso a capitán general sin saltarme ningún escalón», dice mientras presume de ser el único en haber seguido este largo camino hasta el momento. Según reconoce, le ha servido como un «aprendizaje constante que ahora intento aplicar».
Decía Lorca que la poesía 'no quiere adeptos, quiere amantes'. Algo que Miguel Padilla aplica en su día a día. Un amante de su oficio, de su «incomparable» Región de Murcia y de sus pueblos y tradiciones. Al fin y al cabo, según Neruda, de todos los fuegos, el amor es el único que no puede extinguirse.