A finales de diciembre de 2019, a María Dolores Chirlaque, jefa del servicio de Epidemiología de la Consejería de Salud, le llegó una notificación del ... sistema de alertas del Ministerio de Sanidad en la que se hablaba, por primera vez, de unas neumonías de origen desconocido en la ciudad china de Wuhan. «Comentamos la alerta entre los compañeros, pero lo cierto es que todos los días llegan avisos por distintas vías, y normalmente no tienen trascendencia», recuerda. Aquello sí lo tuvo.
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Para cuando el servicio de Microbiología de La Arrixaca detectó el primer caso de covid en la Región de Murcia, en la madrugada del 8 de marzo, la enfermedad estaba ya extendiéndose sin freno por medio mundo. Los sistemas de vigilancia epidemiológica de España y de la Región de Murcia se vieron por completo desbordados.
Ni el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES) del Ministerio de Sanidad ni los servicios de Salud Pública de las comunidades autónomas tenían medios ni recursos para afrontar el tsunami. «La estructura era realmente famélica», resume el jefe de Medicina Preventiva de La Arrixaca, Alberto Torres. En la Región de Murcia, el rastreo del virus comenzó en una pizarra instalada en los despachos del servicio de Epidemiología. Allí se apuntaron las cadenas de contactos de los primeros casos: una chica de 27 años de Churra que se había infectado durante un viaje a Madrid y un bebé de cinco meses de Totana. Cuando la pizarra se llenó, se colocó otra. En pocos días se comprobó que la epidemia era «inmanejable» con los recursos existentes, confiesa María Dolores Chirlaque.
El virus iba muy por delante de la información epidemiológica disponible. A la falta de programas informáticos potentes e integrados se unía la escasez de test diagnósticos. Los informáticos de la Comunidad se pusieron a trabajar contra reloj para desarrollar el Sibre (Sistema de Información de brotes epidémicos).
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Cinco años después, los avances han sido significativos en este campo. «Los fondos de resiliencia de la Unión Europea nos han ayudado a tener herramientas mucho más potentes, más operativas, que permiten una mejor capacidad de respuesta», explica la jefa de Epidemiología de la Consejería. Entre otras cosas, la Región se ha integrado en los sistemas de vigilancia de las infecciones respiratorias que se coordinan desde el Instituto de Salud Carlos III. Ahora, una red centinela en Primaria permite contar con datos de forma mucho más ágil.
2.107 fallecidos
por covid se contabilizaron en la Región de Murcia entre diciembre de 2020 y febrero de 2022.
10.956 ingresos
por covid se registraron en la Región entre la segunda y la sexta ola.
Otro avance claro es el desarrollo de los servicios de Medicina Preventiva en los hospitales. Cuando irrumpió la pandemia, el Servicio Murciano de Salud solo disponía de preventivistas en La Arrixaca, Reina Sofía y Santa Lucía. Estos profesionales eran clave para afrontar la crisis sanitaria: había que elaborar protocolos y circuitos a marchas forzadas para evitar la propagación del virus en los centros sanitarios. «Ahora tenemos preventivistas en todos los hospitales de la Región», explica el jefe de este servicio en La Arrixaca, Alberto Torres.
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Entre las asignaturas pendientes sobresale una: la anunciada Agencia Estatal de Salud Pública. Los técnicos del Ministerio han ido trabajando en este proyecto, pero sigue sin ser una realidad un lustro después de la pandemia. En la Región de Murcia, el presidente de la Asociación de Defensa de la Sanidad Pública (ADSP), Abel Novoa, echa de menos una mejor coordinación entre Salud Pública y el Servicio Murciano de Salud. «Nosotros propusimos la contratación de médicos salubristas en las áreas, para que trabajasen junto con Primaria», explica.
Para Alberto Torres, uno de los mayores errores en los primeros compases de la pandemia fue la relativización de la importancia de la mascarilla. «El uso de esta protección debería haber sido obligatoria desde el minuto uno. No se entendió que, en salud pública, una medida no tiene por qué ser perfecta a nivel individual para que tenga efecto a nivel poblacional», lamenta. Es decir, aunque el uso de las mascarillas que entonces estaban disponibles (de tela o quirúrgicas, ante la falta de FFP2) tuviese una eficacia limitada, podría haber contribuido a reducir la velocidad a la que se transmitía el virus. Y eso, en aquellos momentos, era vital. Rubén Jara, jefe de la UCI de La Arrixaca, es particularmente crítico con la gestión de aquellos primeros momentos en España. «Se minimizó la pandemia», resume.
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En la decisión de no instar al uso de la mascarilla pesó seguramente la falta de 'stock' disponible, que llegó a ser dramática. La pandemia dejó en evidencia tanto la falta de reservas estratégicas de material con las que afrontar crisis de este tipo como la ausencia de capacidad industrial para aumentar su producción.
Para afrontar el primero de estos problemas, el Ministerio ha puesto en marcha una reserva estratégica nacional. En la Región, la plataforma logística del SMS ampliará sus instalaciones con la vista puesta, también, en una reserva de la que echar mano en crisis sanitarias.
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El brote de covid en la residencia Caser de Santo Ángel fue uno de los episodios más trágicos de la pandemia en la Región. Dejó cerca de 35 muertes y una evidencia: las residencias no estaban preparadas para una crisis de esta magnitud. El SMS puso en marcha a toda prisa la Coordinación Regional para la Atención Sociosanitaria (Corecaas), que actuó para limitar el impacto de la covid en estos centros. Al frente de este equipo estuvo Abel Novoa, quien considera imprescindible el cambio de modelo de residencias a la luz de la pandemia. «La Región de Murcia no ha actualizado la legislación para mejorar las ratios de profesionales», lamenta.
Los avances en otros aspectos han sido lentos. Salud desmanteló Corecaas y creó una comisión de coordinación sociosanitaria que ha tardado años en concretar las primeras medidas. Por ejemplo, la interoperabilidad entre Salud y Política Social. Esto permitirá que los médicos de familia puedan activar el proceso para la valoración de la dependencia, aportando sus informes directamente al programa. En otros aspectos, sigue quedando mucho por hacer. Un reciente informe del servicio de Epidemiología de la Consejería de Salud revela que cuatro residencias no notificaron brotes de diferentes enfermedades transmisibles entre los años 2023 y 2024.
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En los hospitales, la pandemia obligó a buscar espacios para ampliar las UCI y a establecer nuevos circuitos. Se hizo todo un esfuerzo que representa un valioso aprendizaje frente a pandemias futuras. «Hemos aprendido a montar en poco tiempo infraestructuras que nos permitirían abordar este tipo de situaciones», explica Enrique Bernal, jefe de Medicina Interna del Reina Sofía y especialista en Infecciosas. De la crisis sanitaria ha quedado en este hospital una Unidad de Cuidados Intermedios (UCRI). En La Arrixaca, sin embargo, la ampliación de su UCI sigue pendiente.
La pandemia impactó de lleno en el sistema sanitario, y la recuperación ha sido lenta. La actividad se reanudó en los hospitales, pero las listas de espera aún siguen saturadas. En Primaria, surgieron «nuevas formas de relacionarse entre profesionales, como la interconsulta no presencial», así como las consultas telemáticas y telefónicas con los pacientes, recuerda Jesús Abenza, presidente de la Sociedad Murciana de Medicina Familiar y Comunitaria (Smumfyc). La crisis sanitaria fue un acicate para impulsar cambios organizativos que cristalizaron en una Estrategia de Mejora de la Atención Primaria (EMAP) que está por desarrollar. Más de 100 nuevas plazas comprometidas en este documento para 2024 siguen a día de hoy sin crearse. «Echamos en falta una apuesta decidida y valiente por la atención comunitaria», advierte Abenza.
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La pandemia supuso un importante «impulso a la investigación», destaca Enrique Bernal. Las vacunas de ARN mensajero, fruto de una nueva tecnología y conseguidas en tiempo récord, son el mejor ejemplo. «Ya se ha desarrollado una vacuna con esta tecnología para el virus respiratorio sincitial, y se está investigando en gripe», explica Jaime Pérez, jefe del servicio de Prevención y Protección de Salud de la Consejería y presidente de la Asociación Española de Vacunología.
La paradoja es que esta historia de éxito ha ido acompañada de un aumento de la desconfianza hacia las vacunas. La sociedad actual está más polarizada y divida que la de hace cinco años. Donald Trump ha sacado a Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), lo que puede suponer una reducción de cientos de millones en inversión sanitaria global. No es la mejor de las perspectivas ante la amenaza de una nueva pandemia. El riesgo que representa el nuevo virus de la gripe aviar H5N1 es cada vez mayor. De momento, los científicos ya han detectado transmisión entre mamíferos. Además, hay otros desafíos, como «el cambio climático y las bacterias multirresistentes».
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Lo recuerda el preventivista Alberto Torres, para quien la crisis de la covid ha representado una oportunidad perdida para mejorar la educación sanitaria de la población. «No hemos naturalizado el uso de la mascarilla cuando tenemos síntomas respiratorios, ni siquiera en los hospitales», recuerda. Son lecciones aún pendientes que urge abordar porque, como advierte el especialista en Infecciosas Enrique Bernal, «la duda no es si habrá otra pandemia, sino cuándo será».
Ana Belén Muñoz Enfermera
Cuenta Ana Belén Muñoz, enfermera de la Unidad de Enfermedades Infecciosas del Reina Sofía, que todos los profesionales que lucharon contra la pandemia en los hospitales guardan en su memoria a «su» paciente de covid. En su caso, un hombre de unos 50 años al que dejó en la puerta de la UCI en los primeros compases de aquella pesadilla. Ya no salió de allí. «Estuvo en planta unos días, antes de que empeorase y tuviésemos que llevarlo a la UCI. Se pasaba el rato con el ordenador, pendiente de su empresa. Y me decía: 'No puedo dejar sola a mi mujer, con una hipoteca'». Sus pulmones fallaron, y hubo que intubarle. «Le transmitía ánimo, le decía: vamos a hacer todo lo posible. Es un paciente al que nunca podré olvidar».
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Ana tampoco ha podido olvidar a tantos otros a los que acompañó hasta el último minuto. Durante las primeras olas, los familares no podían acceder ni siquiera para despedirse de sus seres queridos. «Cuando veías que llegaba el momento, te ponías el EPI [el traje de protección], pasabas a la habitación y le cogías la mano al paciente. Y allí te quedabas, acompañando. No podías hacer otra cosa».
Fueron meses de agotamiento físico y, sobre todo, mental. En muchos profesionales, las secuelas han aparecido después. «En Infecciosas del Reina Sofía somos un equipo , llevamos muchos años trabajando juntos. Hemos llorado, hemos reído, la terapia la hicimos aquí, entre nosotros», confiesa Ana. Lo cuenta emocionada, con la voz algo quebrada. Después del «sobresfuerzo» que supuso la pandemia, en muchos sanitarios ha quedado un cierto poso de amargura. Los aplausos en los balcones se olvidaron y, en su lugar, se ha producido un paradójico aumento de agresiones, con un deterioro del clima en los centros sanitarios. «Es como si no tuviéramos memoria. Hicimos nuestro trabajo, y lo seguimos haciendo, pero eso no implica que tengan derecho a chillarme, o a gritarme». También quedan sobre la mesa las promesas de refuerzo pendiente: «Sigue habiendo una falta de reconocimiento de la profesión enfermera».
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Francisco Javier López Paciente
Francisco López, químico de 50 años, dio positivo a covid el 14 de febrero de 2021. «Tenía una reunión de trabajo al día siguiente en Barcelona, y me hice el test por precacuación: me encontraba con una sensación extraña, aunque sin fiebre». Se quedó en casa respetando la cuarentena, y confiando en que aquello pasaría pronto. Al fin y al cabo, ni siquiera tenía afección respiratoria. Era un caso leve de covid, como tantos otros. El periodo de aislamiento acabó y volvió al trabajo. Apenas aguantó unas horas. «A mediodía, mis propios compañeros me preguntaron qué me pasaba. Me sentía fatal, y me fui a casa». Los siguientes once meses estuvo de baja.
Una fatiga extrema le mantenía 'KO'. De correr medias maratones pasó a no ser prácticamente capaz de levantarse del sofá. «Me parecía estar en el cuerpo de otra persona. Empecé a sufrir unos dolores de cabeza muy intensos. Estaba al límite, me sentía con la vitalidad de un anciano de 90 años», relata. Sus tres hijos y su mujer asistían a su situación impotentes.
Su médico de familia, al ver que no mejoraba, le derivó a la consulta de covid persistente del Reina Sofía. Se encontró allí con Enrique Bernal, especialista en Infecciosas y jefe de Medicina Interna, que le sometió a todo tipo de pruebas. La comunidad científica seguía estudiando el comportamiento del virus, y varios estudios apuntaban al desarrollo de problemas metabólicos en algunos pacientes que habían pasado la covid. Bernal pensó que podía ser aquello, y acertó. Unos análisis revelaron que Francisco sufría una «disfunción mitocondrial». Las mitocondrias son claves en el suministro de energía a las células.
No hay un tratamiento que permita corregir este déficit, pero para Francisco ha sido muy importante entender lo que le ocurre. «No es que mejores, pero te adaptas. Aprendes a manejar la situación», explica. Ahora puede afrontar, además, la incomprensión que sigue rodeando a la covid persistente. La pandemia quedó atrás, pero él no ha podido pasar página. «Para la mayoría de la gente, la covid es el pasado. En mi caso, sigue siendo parte de mi vida».
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