«Empecé a consumir en la tapadera de un váter en la comunión de mi hija»
Historias de Jesús Abandonado ·
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Historias de Jesús Abandonado ·
El médico que quiere curarse a sí mismo. Un acercamiento al universo de Jesús Abandonado a través de sus usuariosHay gente a la que hay que ir sacando las palabras poco a poco, con mano izquierda. Y gente como Juanjo, a quien basta con sentarse delante a escucharle.
Tiene ganas de hablar (necesidad, diría), y sabe hacerlo a la perfección, como corresponde a alguien que se ha pasado media vida estudiando, y la otra media, intentando traducir a los demás lo estudiado. «Cualquier labor humanitaria es digna de alabar», arranca a decirme, «pero la cantidad de gente a la que Jesús Abandonado da cobijo y calor humano es extraordinaria. Sientes que tienes un sitio en el que resguardarte mientras que te encuentras a ti mismo y solucionas tus problemas».
Me gusta esa idea de «encontrarte». Hay periodos de la vida en los que uno se pierde irremediablemente. Periodos en los que uno necesita tiempo para volver a encontrar el camino, y gente que te guíe.
-Yo lo que más admiro de Jesús Abandonado es que parece que hacen un cursillo de buenos modales ante el indigente. No ves una mala cara, siempre con una sonrisa, y eso es gratificante. Que te digan buenos días, que te saluden por la calle. Dejas de ser una sombra para sentirte persona, porque una cosa es ser persona, y otra, muy distinta, es sentir que lo eres.
-Me han contado que eres médico, le digo.
-Sí, terminé la carrera en el 82. He trabajado muchos años en Los Alcázares como médico de zona, y llevé la consulta de medicina interna en el Hospital de Los Arcos. ¿Y qué paso?, ¿Por qué estoy aquí?... (el solo se pregunta y el solo se responde). En la comunión de mi hija, un familiar me puso tres rayas de color blanco en la tapadera de un váter, y empecé a consumir. Ya había un trasfondo, una mala relación con mi mujer, y ese consumo nos arrastró a engañarnos. Creíamos que bajo el consumo de la droga, la relación mejoraba, pero era falso, en realidad todo iba a peor. Empecé a tomar de vez en cuando, después todos los fines de semana, y al final, mi vida se convirtió en casino, coca y trabajar en malas condiciones.
-Y se terminó de joder todo, ¿no?
-Se supone que la idea era darnos un tiempo, pero ese tiempo supuso en realidad poner tierra de por medio, hasta hoy. Ella rehizo su vida nada más separarnos. Eso me dolió mucho. Me fui aislando, empecé a darle vueltas a la cabeza, me rasgaba las vestiduras, me sentía mal y me refugié cada vez más en la cocaína, un mal refugio. Dejé de ir a trabajar y me suspendieron de empleo y sueldo.
-¿Y cómo vivieron tus hijos todo ese proceso?
-Yo nunca he estado enfadado con ellos, y jamás los he utilizado. Ellos están bien, tienen su vida. Mi hija me ha dado dos nietas. Conozco a una, la otra solo por fotos. Les ha dicho que estoy de viaje, en Nueva York.
(Si supieran sus nietas que su abuelo está, en realidad, a media hora de ellas...)
-¿Y saben tus hijos que su padre dormía en la calle?
-Sí, lo saben. Se lo he dicho a posteriori. Nunca he recurrido a ellos para que me ayuden o me den un cobijo. Nunca les he llamado para decirles «mira hijo, que antes que dormir en el suelo, me gustaría dormir en tu casa»...
-¿Y cómo diablos lo soportan? ¿no se sienten culpables?
-Nunca lo hemos hablado. El roce hace el cariño, y yo durante todos estos años no he estado con ellos, no me han visto. Ellos han seguido su vida y se han acostumbrado a vivir sin la figura de un padre. No es que estén enfadados, es que no están acostumbrados a que yo forme parte de sus vidas. Pero nos respetamos, nunca me han reprochado nada.
-Entiendo, pero aún así, ¿debe ser muy doloroso para un hijo? ¿no crees?
-Claro que están tristes, -me dice-, y lloran. ¿Y qué querrían? Pues ver al padre que han conocido siempre, que les llevaba al colegio, que les daba todos los caprichos. Hemos pasado buenos momentos juntos.
-¿Sigues consumiendo?
-No, lo dejé el día 8 de febrero, y aunque no puedes bajar la guardia en ningún momento, ahora estoy comprometido.
No hay compromiso más importante que el que uno alcanza consigo mismo, pienso.
-Me encuentro bien, y conforme te vas encontrando mejor, te vas dando cuenta de que la vida es bonita. Te empiezas a fijar en cosas que antes no veías, porque tu obsesión era alimentar la espiral. El mundo no existía.
-¿Cómo era tu vida cuando consumías?
-Consumía todos los días, siempre cocaína. La esnifaba, y últimamente la fumaba. Me levantaba por la mañana, y mi primer impulso era aparcar unos coches, o robar en alguna tienda para luego vender lo que robaba, e irme a pillar, porque mientras no te enchufabas, no le encontrabas sentido a tu vida. El problema es que luego estás drogándote y llorando. La realidad de la vida no te la soluciona la droga. La droga es efímera, pero te lleva a caer en un bucle en el que para no ser infeliz con tu triste realidad, tienes que drogarte. Yo me decía: sí, Juanjo, hoy te has drogado más que ayer, pero ¿eres más feliz? y la respuesta era siempre la misma: No.
-¿Echas de menos ejercer la medicina?
-Claro. La medicina es muy gratificante. Te enriquece interiormente. Uno nunca deja de ser médico, nunca dejas de creer en aquello que te llevó a serlo. Mi padre se esforzó mucho para que yo pudiera estudiar. Pero murió en un accidente de trabajo, muy joven.
(Se emociona...)
-No llegó a verme terminar la carrera. Yo le había prometido que conseguiría acabar medicina, y me hubiera gustado que lo hubiera visto.
-¿Cómo afrontas la Navidad? Imagino que debe ser una época muy jodida.
-Este año por lo menos, como estoy en el centro de acogida, tengo un sitio donde dormir, pero cuando dormía en la calle y veía pasar a las familias, el ambiente navideño, ese calor, esa sensación de confort, de hogar, de cariño... eso me hacía daño. Me hacía y me hace.
(Silencio...)
-Cuando me dijo mi hijo que a lo mejor nos veíamos estas Navidades, me ha levantado un poco el ánimo. He escrito un cuento para mis nietas, por si finalmente las veo.
-¿Y de que depende?
-Pues depende de que ellos quieran, de que me digan «papá, vente para casa». A mí me dará un poco de vergüenza, que me vean sin dientes, sin mis gafas de siempre. Volver al lugar donde antes era Don Juan y ahora soy solo Juan. Pero no me importa. Creo que, si eso ocurre, puedo volver a formar parte de sus vidas. A mí me gustaría, cuando cobre mi pensión dentro de dos años, poder irme a vivir cerca de mis hijos, sin presionarles, pero poder llevar a mis nietas a la guardería, que me dijeran abuelo, que no me lo han dicho nunca. Sentir ese calor de la sangre, de la familia. Ese es mi objetivo, seguir curándome, cerca de ellos.
Se nos acerca un muchacho para pedirnos unas monedas. Lleva una gran mochila a la espalda. Dice que es peregrino. Yo también, le digo. Me sonríe, y se despide de nosotros deseándonos «buen camino».
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