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Daniel [nombre ficticio], un menor de Murcia que sufrió acoso por transfobia. A. Molina / AGM
Infierno en las aulas al cambiar de sexo: «Deberías morirte por desviado»
Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia

Infierno en las aulas al cambiar de sexo: «Deberías morirte por desviado»

Los delitos de odio por orientación sexual e identidad de género crecen en España a pasos agigantados. Un joven relata el calvario vivido en un instituto de Murcia y profesores y educadores sociales alertan del acoso y el rechazo que prolifera en las clases

Viernes, 17 de mayo 2024, 01:30

Existen pocos sentimientos más libres, reparadores, y que hagan sentir a uno completamente lleno y afortunado con la vida que el amor. De la clase que sea. Pero hay veces, cada vez más, que esa misma emoción que inunda el alma puede convertirse en la puerta de entrada al infierno. Y los que se queman son siempre los mismos: aquellos que deciden amar a alguien de su mismo sexo. Los delitos de odio por orientación sexual e identidad de género crecen a pasos agigantados en España. El último informe del Ministerio del Interior revela que de 2020 a 2022 los casos se han duplicado: hace cuatro años se registraron 277 delitos y hace dos la cifra llegó hasta los 460. Es la segunda causa con mayor número de denuncias, solo por detrás del racismo. El odio y el rechazo germina en las aulas, un rincón donde las sensibilidades están a flor de piel y hacer daño es tan fácil como peligroso.

Víctima de ello es Daniel [nombre ficticio] aunque solo tenga 17 años. Este joven de Murcia vivió un calvario desde que comenzó a tener uso de razón. Nació mujer y en Primaria empezó a sentir que en su interior había encerrado un niño. «Con 9 años era el raro de clase por jugar al fútbol y estar con chicos. Recibía insultos todas las mañanas. La palabra 'travelo' era mi desayuno. Siempre supe que no era la misma chica que el resto. Después de investigar mucho me sentí en la necesidad de expresarlo, pero mi familia estaba viviendo un proceso de divorcio y decidí callarme». Sintió miedo y ansiedad, algo que le terminó arrinconando, pero encontró el sostén en una amiga de la infancia. Hasta que llegó la pandemia, momento en el que se armó de valor y sacó el hombre que llevaba dentro para presentárselo a su padre: «Tardó en procesarlo, pero su primera reacción fue dejarme unos calzoncillos y otras prendas suyas para probármelas. Desde ese momento fue un apoyo y buscamos todas las opciones para vivir el proceso de cambio de la mejor manera».

Daniel miraba a su lado y contaba con la luz de su amiga y de su padre, esas que le permitieron atravesar el túnel del terror que supuso mostrar quién era de verdad entre sus compañeros de instituto. Con 12 años empezó el verdadero infierno, aunque el camino hasta entonces fuese la antesala. Su tutora le cambió el nombre. Cuando participaba en las clases 'online' que trajo el coronavirus «el silencio era total, pero cuando pensaban que no me daba cuenta, los insultos no cesaban», asegura. Daniel fue la diana del odio más repugnante y algunos insultos dieron en el centro: «Deberías morirte por ser desviado; por mucho que te mutiles, biológicamente vas a ser lo mismo, o cosas como tú no deben existir. Esos fueron los que más me dolieron», confiesa.

Daniel (nombre ficticio), un menor de Murcia que sufrió acoso por transfobia. A. Molina / AGM

Una ayuda maestra

Entre las cuatro paredes del aula, la soledad del alumno al que consideran diferente se convierte en una sombra interminable que no le deja ver la luz. Conscientes de ello son cada vez más los profesores, que desde hace años cuentan con un protocolo de actuación por parte de Educación para proteger a aquellos jóvenes vulnerables y, por otra parte, para cortar de raíz cualquier caso de acoso. Elena [nombre ficticio] es profesora de un instituto de Murcia, donde ha impartido clase a chicos y chicas homosexuales y dos menores que vivieron un cambio de sexo. Asegura que los docentes están completamente preparados y tiene bien interiorizada la hoja de ruta a seguir cuando suceden episodios incómodos o simplemente algún alumno necesita ayuda. «Cuando el maestro u orientador detecta que existe un estudiante vulnerable se le informa al tutor. A veces hay informes sobre esa persona y se lleva a cabo un estudio de su situación. Se realiza una entrevista con los padres y se hace un seguimiento semanal de su evolución. Si este es negativo, se informa a sus padres y desde orientación se les comunica la necesidad de acudir a un profesional de la salud mental. Y a partir de ahí se sigue su caso según las directrices médicas».

Elena confiesa que en todos los centros hay varios alumnos que alzan la bandera de la mala educación con cualquiera que no sea como ellos «y precisamente siempre son los mismos, hablemos de homofobia, transfobia o racismo». Algo en lo que está muy de acuerdo Eva Illán, educadora social encargada de impartir charlas sobre diversidad afectivo-sexual de identidad de género y familiar por parte del colectivo No te Prives. Lleva desde 2010 peleando por educar las mentes de aquellos que no aceptan a los demás e intentando que el respeto y la tolerancia reinen en los centros educativos y, de ahí, viaje a casa. Señala que cada vez son más los institutos que solicitan estas conferencias y, en todos ellos, se pueden observar tres tipos de alumno: «Están aquellos que te miran con ternura y sabes que nadie les ha informado sobre esto nunca; otros que cuentan con una mente abierta y que están formados desde el respeto y la igualdad, y luego están aquellos que rechazan tu argumento, intentan boicotear la conversación, se ponen de espaldas a ti o te dicen que le estás intentando lavar la cabeza. Cada vez son más estos últimos, su discurso es más enérgico y defienden con rebeldía sus ideas, por muy irrespetuosas que sean».

Del miedo a la calma

Las lágrimas de Daniel se tradujeron en un trastorno depresivo que le castigó cuando su cuerpo y su mente parecían no aguantar más. A punto de cumplir 13 años, con los oídos agotados de tanto daño, inmerso en un proceso de cambio de sexo y con un corazón que se empezaba a sentir atraído por otros chicos. A Daniel no le pesaba la vida, le costaba vivir «en libertad», pero – otra vez – sus dos luces alumbraron su horizonte. La vuelta al aula fue «con mucho miedo», tanto que acabó cambiándose de instituto. Fue ahí, en otro centro, donde encontró el abrazo de otros compañeros que le hizo libre. «Ahora estoy en el mejor momento de mi vida, cuando más amigos tengo, feliz y tranquilo conmigo mismo. Un profesor me dijo una frase que me acompañará siempre: 'Los perros van a ladrar hagas lo que hagas, así que sigue tu camino'. Y en eso estoy, en seguir mi proceso de cambio para ser libre y vivir la vida que yo deseo y no la que quieren los demás».

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