Álex Casals, uno de los pacientes que ha pasado el coronavirus, toma oxígeno en su casa. Martínez Bueso

Las huellas que deja la Covid

Muchos de los pacientes que sobrevivieron al virus en la primera oleada afrontan todavía secuelas de todo tipo

Domingo, 27 de septiembre 2020, 08:08

La Covid ha provocado ya más de 40.000 muertos en España, según se desprende de las estadísticas de mortalidad, pero de la primera oleada ... nos quedaron sobre todo imágenes esperanzadoras, de pacientes abandonando los hospitales entre aplausos y globos. La realidad, sin embargo, es que la enfermedad puede ser devastadora, y que muchos de los que han vuelto a casa siguen sin estar recuperados. Las secuelas afectan a ancianos, a jóvenes, a quienes pasaron semanas en la UCI o incluso a personas que en su momento fueron considerados casos leves. Los médicos se enfrentan a un virus nuevo que da la cara con múltiples síntomas y cuyos posibles efectos a más largo plazo son todavía desconocidos.

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La pandemia ha sido el momento propicio para que el Hospital Reina Sofía pusiese en marcha un proyecto que ya tenía previsto: una unidad post-UCI para atender a los pacientes de las secuelas que muchas veces deja el paso por cuidados intensivos. En el caso de la Covid, la fibrosis pulmonar y la debilidad muscular suelen ser las huellas más habituales, pero también puede haber problemas cardíacos, por la aparición de miocardiopatías, o neurológicos.

«Han sido ingresos muy duros. Vemos cuadros de ansiedad, depresión o incluso estrés postraumático»

«Nos estamos encontrando con que algunos pacientes, incluso jóvenes, tienen déficit de memoria, o pérdida de rapidez mental. Es difícil saber si se trata de un efecto del virus o de semanas de sedación, con grandes dosis de analgésicos», explica Noemí Llamas, médica intensivista encargada de la consulta post-UCI junto a su compañero Julián Triviño. Destacan también las secuelas psicológicas. «Ha sido una situación muy dura tanto para los pacientes como para las familias porque no podían verse, permanecían aislados y sumidos en la incertidumbre. Vemos cuadros de ansiedad, depresión e incluso estrés postraumático. Gente que no puede dormir, que tiene pesadillas tras el alta». Los intensivistas trabajan en colaboración con psiquiatras, neumólogos y otros especialistas para atender todos estos efectos de la enfermedad o del largo periodo de ingreso.

Que la Covid no es una gripe ha quedado ya claro con la estadística de muertos pero, además, hay otros datos inquietantes. «Los estudios indican un mayor riesgo de ictus. Se ha visto, por ejemplo, en un amplio registro del Hospital de Albacete», destaca Ana Morales, jefa de Neurología de La Arrixaca. El virus podría favorecer la aparición de trombos durante la infección. Se necesitará tiempo para que la ciencia pueda arrojar luz sobre síntomas y secuelas. Mientras tanto, nuestra mejor arma sigue siendo la prevención.

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El médico Jesús Mellado, uno de los pacientes que ha superado el virus. Martínez Bueso

Por Javier Pérez Parra

«Salía a correr tres veces por semana, hacía deporte; todo eso se acabó»

El mes que pasó en el hospital es para Jesús Mellado un recuerdo borroso, aunque imposible de olvidar. «No solo notas que te falta el aire; te vas adormilando, te sientes como en una borrachera». Es el sopor que produce el exceso de dióxido de carbono en la sangre mientras los pulmones, atacados con saña por la Covid, son incapaces de hacer su trabajo. Pero en ese estado de irrealidad, Mellado no perdió la lucidez. Es difícil para un médico de 61 años con décadas de experiencia a sus espaldas engañarse a sí mismo. Sabía que su vida era en esos momentos una moneda lanzada al aire. «Estuve primero en planta, y luego me subieron a la UCI. Allí sentí que me moría; les dije: intubadme, porque no puedo más».

El médico Jesús Mellado sobrevivió a la infección tras un mes en el hospital, pero ni sus pulmones ni su corazón son los de antes

Todo había comenzado a principios de abril. Mellado es coordinador médico en el 061, donde se produjo uno de los brotes de coronavirus más graves entre el personal sanitario. «Cumplíamos con todos los protocolos, iba con guantes y mascarillas, pero me contagié». La Covid es una enfermedad traicionera. Al principo, las señales no son especialmente alarmantes. «No tenía tos, ni dificultad para respirar. Lo que notaba, al principio, era mucho cansancio. Luego, fiebre». Así estuvo una semana, hasta que el Domingo de Resurrección ingresó en el Reina Sofía con neumonía bilateral. Terminó intubado en la UCI. «Tuve fallo renal, hepático». Pero su organismo resistió, y poco a poco la inflamación fue conteniéndose.

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Con veinte kilos menos

El 11 de mayo, Jesús volvió a casa con 20 kilos menos. Apenas se sostenía en pie. «Gracias a Dios tengo una casa en la que puedo caminar. Así que caminaba y rezaba el rosario». Fue ganando fuerzas pero, a día de hoy, continúa de baja y las secuelas persisten. «Antes salía a correr tres veces por semana, me podía hacer ocho kilómetros. Eso se ha acabado», confiesa. «Si intento correr, siento dolor torácico, disnea, mareos. Tengo una fibrosis leve-moderada, a veces me da taquicardia, sufro dolores de cabeza». En las revisiones le han diagnosticado una insuficiencia valvular aórtica. «Es posible que ya la tuviese y no me la hubiesen detectado. O quizá es consecuencia de la enfermedad. No lo sé, es cierto que el coronavirus puede afectar a la contractilidad cardíaca».

Mellado salió de la UCI entre aplausos de sus compañeros sanitarios, y el vídeo corrió por las redes sociales. Una imagen emocionante, y necesaria. Pero para él, como para cientos de pacientes, la lucha continúa. Es otra imagen diferente, y quienes estos días juegan a la ruleta rusa, poniendo en riesgo su salud y la de los demás, conviene que la vean.

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Dos pares de gafas. Álex, preparado para su paseo con sus gafas para la vista y sus gafas nasales, por las que recibe oxígeno de una máquina. Martínez Bueso

Por Daniel Vidal

«No puedo caminar más de 300 metros sin parar a coger aire porque me ahogo»

Atiende el teléfono con la respiración entrecortada, como si acabara de correrse una maratón. Pero Álex Casals, más conocido como 'el barquero del Segura', solo ha dado unos pasos y no ha llegado más que a la vuelta de la esquina de su casa, en el murciano barrio de Vistabella. «No puedo caminar más de 300 metros sin parar a coger aire. Me ahogo», admite este fornido exjugador del equipo de rugby de la Universidad de Belgrano. «Segunda línea nací y segunda línea moriré y yo no me voy a dar por vencido», recuerda entre resuellos.

Cinco meses después de superar la enfermedad tras pasar por la UCI del Reina Sofía, Álex Casals necesita la máquina de oxígeno a diario y le ha cambiado hasta la vista

Álex (Buenos Aires, Argentina, 1971) se enfunda todos los días sus zapatillas de deporte, sus auriculares con la música de Izal y Varry Brava y se lanza a las calles para seguir recorriendo «con un par de huevos» el sinuoso sendero que le señaló la Covid-19 a mediados de marzo, cuando ingresó en la UCI del Reina Sofía con casi 40 de fiebre y «un pronóstico muy complicado». Después de casi un mes y medio de lucha contra la enfermedad a vida o muerte, este paciente de 48 años salió del hospital en silla de ruedas, con 16 kilos menos y unos pulmones destrozados por la Covid-19. Hoy, Álex sigue lejos de recuperarse. «He perdido por completo la capacidad aeróbica», lamenta. De hecho, reconoce que «en los últimos días todo ha ido a peor, y no me puedo separar de la máquina de oxígeno. Estoy siempre agotado».

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Esto supone un verdadero trastorno para alguien con tanta energía y con tantas ganas de vivir como Álex, que lo mismo se marcaba una ruta en kayak y otra en bicicleta; se navegaba media costa regional en pádel surf; se recorría el tramo urbano del río Segura a bordo de sus barcas a diario y celebraba dos o tres cuchipandas por semana. Todo ello antes de contraer la enfermedad, claro. «El otro día salí por el monte con unos amigos y tardamos dos horas y media en hacer dos kilómetros», sonríe al recordar el esfuerzo que hacían sus compañeros de ruta por tratar de seguir el ritmo tan lento que imponían los castigados pulmones de Álex, que no ha dejado de disfrutar del mar. Solo que ahora utiliza la tabla de pádel surf para «el postureo» en redes sociales y la mochila que se lleva a la playa es la que tiene para guardar la máquina de oxígeno que le ayuda a respirar. Por si todo esto fuera poco, el barquero del Segura se ha tenido que cambiar las gafas «dos veces» desde que salió del hospital, porque su leve miopía se ha convertido ahora en una visión que no logra dominar con la ayuda del oftalmólogo ni con toda «la pasta» que ya se ha dejado en lentes. «Me van cambiando las dioptrías a medida que pasa el tiempo desde que salí del hospital, y ahora ya voy con bifocales. Pero sigo sin ver del todo bien», protesta.

«A mí también me gusta la fiesta, pero toca quedarse en casa», dice quien antes hacía un par de cuchipandas a la semana

Entre secuela y secuela también ha caído una buena «cachetada de realidad» al saberse «un tipo que no ha cumplido los 50 años y parece una persona de 80». Así al menos le presentaron este mes en una televisión nacional cuyos colaboradores le pusieron como ejemplo de los estragos que puede causar la Covid en el organismo. «Tenemos un octogenario en el grupo», le tomaban el pelo sus amigos por Whatsapp. La risa como bálsamo del alma y para aliviar esa bofetada de cruda realidad que supone envejecer varios años en unos pocos meses. Como le ocurre a Jack, el personaje que Robin Williams interpretó en la comedia dramática dirigida por Francis Ford Coppola en 1996. La película que vive Álex tiene poco de comedia y mucho de drama, pero es un relato en primera persona que puede «aportar concienciación». Por eso también se ha ofrecido (gratis, que todo hay que decirlo) al Ayuntamiento de Murcia para «dar charlas en los colegios, los institutos, y donde haga falta, para explicar cómo te puede dejar el cuerpo esta maldita enfermedad». Este es un pensamiento recurrente cada vez que Álex pasea junto a su querido río Segura, hoy con sus barcas amarradas, y observa con estupor a grupos de «veinte y treinta chavales haciendo botellón, sin mascarillas y sin distancias. Sin cuidarse».

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«Cuídense» fue la última palabra que pronunció Álex Casals en el reportaje que protagonizó en este periódico cuando salió del hospital. Y este es precisamente el mensaje que sigue trasladando cinco meses después. «Si quieren a su familia, si quieren a sus amigos, si se quieren a sí mismos, se tienen que cuidar. Podrían acabar como yo. O, en el peor de los casos, ser solo un número más entre los miles de muertos».

Resonancia «normal». María aún espera cita con el neurólogo. G. Carrión / AGM

Por Daniel Vidal

«Sigo con cefaleas, y algunas son como puñales que se clavaran en la cabeza»

No recordaba María haber sufrido un solo dolor de cabeza en sus 51 años. Fue contagiarse de coronavirus esta enfermera, junto a otros once compañeros del turno en una de las interminables guardias de la primera oleada de la pandemia, y empezar a padecer unas cefaleas «invalidantes». Dolores de cabeza «más o menos intensos, más o menos prolongados», que se unieron a una serie de síntomas propios de la Covid-19 como «cansancio generalizado» y «peristaltismo intestinal», lo que traducido al idioma del paciente común se puede definir como «una centrifugadora en el estómago».

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El empresario José Méndez se contagió en Senegal; fue trasladado a Murcia en un avión medicalizado e ingresó directamente en UCI

María, que utiliza este nombre ficticio porque prefiere mantener su identidad en el anonimato, pasó 37 días en aislamiento domiciliario hasta que una de las PCR arrojó un resultado negativo. Sin embargo, esta profesional sanitaria está convencida de que nunca terminó de recuperarse por completo de la enfermedad. A los quince días de recibir el alta, «empecé con fuertes mareos, que tampoco había tenido nunca. Estuve quince días en cama porque no podía ni levantarme. Como si me acabara de bajar del barco vikingo».

Cinco meses después, María sigue sufriendo «cansancio generalizado, dolores articulares de tipo inflamatorio, y una constante pesadez en la cabeza». Las cefaleas diarias continúan presentándose «con más o menos duración e intensidad». A veces los dolores «son como puñales que se clavaran en la cabeza», hasta el punto de que tiene que parar cualquier actividad que esté realizando. Su médico le mandó una resonancia que salió «normal», y le pidió una cita con el neurólogo para julio... que le acabaron anulando. «Estoy pendiente de que me llamen», lamenta.

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Vértigos y «mucho ruido»

Además, los vértigos regresan cuando menos se lo espera y reconoce que tiene un problema «con el ruido» tras la otalgia que le trajo la Covid. «Es como si mi cabeza no filtrara bien el sonido y todo tuviera un volumen disparado». Su última analítica arroja índices elevados de LDH, «una enzima relacionada con procesos de meningitis y encefalitis».

Seguir adelante. José Méndez, esta semana en Mazarrón. Pablo Sánchez / AGM

Por Javier Pérez Parra

«Llevo un marcapasos y un 'stent'; era un paciente de alto riesgo»

Cuando el empresario murciano José Méndez, de 66 años, se vio el pasado mes de julio en un hospital de Senegal postrado por el coronavirus, sintió que ese era el final. Había comenzado con síntomas un par de semanas antes, tras contagiarse pese a todas las medidas de seguridad implantadas en su empresa de perforaciones y sondeos, a 60 kilómetros de la capital, Dakar.

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Era un paciente de riesgo, porque padece una cardiopatía y tiene implantados un marcapasos y un 'stent' coronario. Así que desde el principio estuvo claro que la cosa podía complicarse mucho. Desde La Arrixaca, el cardiólogo Juan Ramón Gimeno estuvo monitorizándole a distancia, junto a Elisa García, médica de Enfermedades Infecciosas, y el neumólogo José Antonio Ros. A todos ellos les está inmensamente agradecido.

El empresario José Méndez se contagió en Senegal; fue trasladado a Murcia en un avión medicalizado e ingresó directamente en UCI

José necesitaba cuidados intensivos, pero los vuelos desde Senegal estaban suspendidos y las fronteras cerradas. Gracias a las gestiones de la embajada de España, el empresario pudo salir del país en un avión medicalizado. Ya en La Arrixaca, fue directo a la UCI. «Después -recuerda- pasé a planta una semana y me fui a casa, donde tuve que permanecer quince días en cuarentena».

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«No me tenía en pie»

El proceso fue duro y lento. «No podía ni caminar, no me tenía en pie. Pero me he ido recuperando y ahora me encuentro bastante bien. Me fatigo, aunque eso también me pasaba antes, por la cardiopatía, y no noto ya tanta dificultad respiratoria», relata.

El empresario sigue bajo seguimiento en La Arrixaca, para vigilar su evolución y las posibles secuelas, especialmente las cardíacas. «Esta semana he tenido consulta con el neumólogo, y tengo otra con Infecciosas. El día 2 de octubre vuelvo a Neumología». José aguarda esperanzado el momento del alta definitiva, para volver a disfrutar de su jubilación y de sus dos hijas, que se infectaron al mismo tiempo que él, aunque en su caso con síntomas más leves. Con la familia espera celebrar pronto su 67 cumpleaños. La vida sigue, y el empresario espera dejar el coronavirus atrás.

Estudiando. Belén del Amor, en el salón de su casa de Cehegín. Antonio Zarco

Por Daniel Vidal

Sin evidencia científica para las «manchas sospechosas» que se resistían a marcharse

Belén del Amor García (Cehegín, 1993) pasó unos meses de marzo y abril «bastante malos» después de haber contraído la Covid en una reunión con amigos. Tras superar la enfermedad y celebrar con su novio y con su perrita 'Mika' el alta del médico, a las pocas semanas empezó a notar Belén cómo le salían «unas manchas en la cara y en la cabeza que me picaban muchísimo».

Esta estudiante de judicatura reconoce que «no había manera de dar con la causa concreta de su aparición ni con el remedio para su desaparición». Las erupciones rojizas, abultadas, situadas cerca de los ojos, la cara y la nariz, se fueron al cabo de un mes y medio de tratamiento y con la firme sospecha de que podrían responder a una de las muchas secuelas aún desconocidas de la Covid-19. Así lo piensa Belén y así lo llegó a plantear el dermatólogo privado al que tuvo que acudir para encontrar una solución al problema.

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Después de pasar marzo y abril «bastante mal», Belén del Amor tuvo que acudir al dermatólogo para erradicar unas molestas erupciones

«A una mujer que conozco y que también pasó la enfermedad le ocurrió exactamente lo mismo, y el médico me dijo que por aquellas fechas atendió a muchos pacientes con el mismo tipo de manchas sospechosas», relata esta joven. Algunos de esos pacientes habían pasado la enfermedad, como ella, y otros «no sabían si la habían pasado». Lo que está claro es que, según explicó el especialista y según recuerda ella misma, «no hay evidencias científicas de que la Covid-19 provoque este tipo de afecciones sobre la piel». Lo que seguro le ha dejado la pandemia, de momento, es «una gran incertidumbre por unas oposiciones aplazadas 'sine die'».

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