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Cuando su marido Sergio ya llevaba un año trabajando como obrero en España, Tetyana Shvydenko (Zaporiyia, 1973) decidió que había llegado el momento de abandonar su Ucrania natal y reunirse con su hombre. La ciudad de Murcia fue testigo, en aquel remoto 2001, del reencuentro de esta pareja, obligada a alejarse por la crisis económica que azotaba la joven nación desde su nacimiento. Una situación, la de las separaciones forzosas, que, desgraciadamente, se repite en la actualidad. Sea mediante el asfixiante abrazo de la escasez o del amenazante cañón de la guerra, la historia se repite.
En estos casos, huir es un verbo demasiado fuerte porque denota un cariz de cobardía y sería obviar la mayor motivación que Tetyana escondía bajo el brazo. Una motivación que surgió de sus entrañas, tenía tres años y respondía al nombre de Katerina. Tenía claro que con su sueldo, de apenas 150 euros en los mejores meses, no podía criar a su pequeña como merecía. Tetyana era profesora, pero, ante todo, era madre.
Tras aterrizar -siempre en el sentido figurado, porque llegó en autobús- en España, todo resultaba extraño: el idioma, el clima, la cultura... Ante las evidentes dificultades que presentaba la comunidad de su país para adaptarse, su amiga Larysa Ponomarenko registró en 2006 la Asociación de Ucranianos de la Región de Murcia. No obstante, reconoce que llevaba algún año más de funcionamiento extraoficial. Ahora Tetyana se ha convertido en un referente para la colonia ucraniana que reside en Murcia. No en vano, da clases de Geografía y Matemáticas &ndashcomo ya hacía en su ciudad natal&ndash en la escuela asociada a la organización y, además, ocupa el puesto de vicepresidenta. Debido a la situación laboral actual de su verdadera 'jefa', se podría decir incluso que es la presidenta en la sombra. Así lo aseveran los más cercanos a dicha agrupación: «Es la que se ocupa de la mayoría de asuntos». De hecho, mantiene el contacto con Larysa mediante videollamadas para que no se le escape ningún detalle. La conversación entre ambas es más que fluida, pues se conocen desde hace doce años.
Resulta curioso escuchar a Tetyana. Pronuncia las vocales cerradas con ese característico acento eslavo: el conducto por el que viaja el aire se estrecha hasta convertirse en apenas una rendija para que broten, tímidos, los fonemas. El sonido es agudo y metálico y recuerda, lejanamente, al que produce la pirotecnia instantes antes de la explosión. Desde luego, la rabia que contiene al referirse al conflicto armado de su país ayuda a reforzar la idea de que son cohetes y no palabras lo que expulsa desde sus cuerdas vocales. El hecho de no poder ver a sus sobrinos o sus primos, que permanecen en Zaporiyia, es un dolor difícil de esconder.
El carácter de Tetyana, pese a lo que el concepto tradicional del europeo del Este pueda llevar a pensar a cada uno, no se corresponde en ningún caso con el de alguien frío o introvertido. Le gusta disfrutar del sol murciano en Cabo de Palos y de la compañía de otros ucranianos asentados en la Región. De hecho, normalmente se erige en maestra de ceremonias en las reuniones que se celebran en la asociación para dar a conocer la cultura ucraniana a los más pequeños. Ataviada con el traje nacional de Ucrania, siempre tiene una sonrisa y una lección con las que deleitar a los presentes.
No obstante, la enseñanza más valiosa se la ha dado la vida. Hace más de veinte años que abandonó su país, su casa, su todo, con una criatura de tres años en busca de un futuro mejor para ella. Hoy, la no tan pequeña Katerina está finalizando sus estudios de Derecho. Seguro que valió la pena.
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