Javier Sancho Más / Jorge Martínez
Jueves, 10 de octubre 2024, 08:10
Dani está a punto de salir de aquí. En este lugar, la imprenta de Nostrum integra, de la fundación Diagrama, le han formado con un contrato de inserción que se acaba en breve. Ahora, tendrá que salir a buscar su primer trabajo en el «mercado laboral normalizado».
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No parece preocupado por ello. Tampoco es la primera vez que tiene que afrontar lo desconocido. Pero este es como un salto con red. Se llama Daniel Nicolás López, tiene 20 años y se crio en un centro de protección de menores, huérfanos o con familias desestructuradas, y ya ha sentido en sus propias carnes lo que es salir de un lugar protegido a buscarse la vida. Cuando cumplió los 18 años, fue a un piso tutelado. Por eso, también sabe que, sin la ayuda de otros, todo sería más difícil.
Y ahora hay que imaginar los ojos, achicándose, el temblor en el estómago, una especie de aire frío, como el primero de la mañana. Es imposible estar dentro de la piel de un muchacho de 18 años que sale de un centro de protección de menores a buscarse la vida ya como adulto. Pero todos hemos tenido una primera vez, un nuevo comienzo, y podemos al menos imaginar de lejos lo que un chaval siente al pisar la calle por primera vez sin volver al centro donde había pasado tanto tiempo de su vida hasta entonces.
«Eso fue una fiesta para mí», dice Dani, «porque adentro no se está mal, pero todo el mundo quiere salir de allí. Ya eres como más autónomo. Ya no tienes a nadie que te diga 'ponte a comer'. Tampoco tienes la comida hecha. Y un día, te sientes libre, por así decirlo. Daba un poco de miedo salir, pero en mi caso yo estaba centrado en lo que tenía que hacer y el tiempo que tenía para buscar trabajo». Un cierto miedo vino después: «Claro, tú sales del centro, con 18 años, no tienes experiencia en entrevistas de trabajo ni carnet de conducir. Hay autobuses, pero no la zona. Como te quede muy lejos el curro, a lo mejor no te cogen porque no tienes cómo moverte tampoco».
Antes de empezar la entrevista deja claro algo sobre su historia: «Todo ha sido normal y me ha ido bien». No quiere que, por el hecho de haber pasado por un centro de protección de menores, lo contemos con un tono lastimero o compasivo, «que no dé pena ni nada de eso», dice con su voz grave, algo soñolienta. «Me ha ido bien», insiste. Aunque él estudió electricidad, aquí ha aprendido artes gráficas y ha descubierto que le gusta y en eso puede consistir su oportunidad de establecerse laboralmente. Lleva tatuado en el antebrazo unos números romanos: «Es la fecha de nacimiento de mi padre». MCMLXXIV. Murió en abril del año pasado por un infarto». Tenía 49 años. Desde ese día, decidió recordar en la piel su fecha de nacimiento.
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Nostrum Integra nació de la mano de la Fundación Diagrama en 1999, y se constituyó como empresa de inserción en 2018, recuerda Matías González, su gerente, desde su oficina en el polígono de La Polvorista, en Molina de Segura. Ya antes empleaban a personas en riesgo de exclusión, antes de que empezara el registro de las EI y las leyes que las amparan. Gracias al apoyo público, se puede cubrir el 50% de los costes de contratación de cada trabajador de inserción, pero el resto lo tiene que asumir la empresa.
Aquí, Matías ha acompañado a jóvenes y mayores en condiciones vulnerables, o que vienen de problemas de adicción, o de conflictos con la ley, entre otras muchas problemáticas. En la imprenta, hay 10 empleados, la mitad con itinerarios de inserción. «Y la mayoría de los que han pasado por aquí, cuando acaban su período», añade Matías, «ya están trabajando».
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Para Dani, el de la imprenta ha sido su primer trabajo formal. Hace más de dos años que entró en Nostrum Integra. Aún recuerda ese otro primer día que afrontar: «No sabía nada. Había muchas máquinas, pero no sabía ni para lo que servían, ni cómo se llamaban. Los compañeros me explicaban de lo que iba. Todo eso se sentía un poco raro». Después de más de dos años en Nostrum Integra ya se ha hecho con el oficio, y afirma haber aprendido a nivel técnico y humano muchísimo. Más allá de hacerse con las máquinas, valora aprender a trabajar en los tiempos marcados. Y, por otro lado, «el compañerismo porque da muy buen rollo sacar los trabajos entre todos, trabajos en equipo».
Hoy se reúne con la orientadora laboral de Fundación Diagrama, Miriam Vivo, para preparar las entrevistas de trabajo, ya que se acerca al fin de su itinerario de inserción, que dura un máximo de tres años. Dani es consciente de que debe aún mejorar aspectos como la puntualidad y la disciplina.
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En el servicio en el que trabaja Miriam atienden a 52 chicos y chicas de entre 16 y 29 años. Son de perfiles variados, pero tienen en común que «están o han estado tutelados por la administración; que provienen de centros de menores o que cumplen medidas judiciales en libertad vigilada». Son beneficiarios de la iniciativa europea de 'Garantía Juvenil', un proyecto para facilitar el acceso al mercado laboral de jóvenes que lo necesitan. El equipo en el que trabaja Miriam les ayuda a crear un itinerario de inserción con base en los objetivos de cada uno.
La complejidad consiste en que muchos chicos y chicas no tienen claro por dónde quieren enfocar su futuro y algunos ni siquiera tienen estudios secundarios terminados. Es difícil empezar de cero. Pero «les orientamos a hacer la educación obligatoria o las vías de acceso a algo más profesional». Miriam asocia la etapa en que las personas menores de edad salen de los centros al miedo y la incertidumbre, pero también a las ganas de afrontar cosas nuevas. Dani es una muestra viva de ello. Miriam cree que se necesitan más apoyos para este colectivo de jóvenes que se tiene que buscar la vida demasiado pronto sin tener todas las herramientas necesarias.
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Miriam valora la continuidad de Dani. No todos aguantan la rutina y la responsabilidad del trabajo diario. Cuando salga del itinerario de inserción, el equipo de la fundación seguirá acompañándole hasta los 30 años, mientras él esté en 'Garantía Juvenil'.
Matías comenzó a trabajar aquí a los 18 años, a la misma edad en que Dani empezó. De eso hace ya 25 años. Tenía formación en diseño gráfico. «Hice las prácticas en la imprenta y me quedé a trabajar». Al principio, entró como diseñador; luego, responsable de producción y del departamento de diseño, hasta que, en 2010, asumió la dirección. «Yo empecé pensando que iba a estar dos semanas, porque un diseñador no quiere estar mucho tiempo en una imprenta». Sin embargo, su continuidad se relaciona en gran medida con sentirse parte de una historia de éxito. «Estas personas (en inserción) vuelven a la vida con el trabajo. Nos sentimos parte de su éxito. Es importante. Por eso llevo 25 años aquí».
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Cerca de Dani, trabaja Gabriel Serrano Sánchez, de 57 años. Con su rostro de ojos abiertos y media sonrisa, ataviado con el mono de la imprenta, le dicen que se parece al poeta Miguel Hernández en alguna de las fotos que se conservan. Antes había trabajado en supermercados, pero la adicción al alcohol se le fue de las manos. Bebía a escondidas, y perdió su trabajo. Su padre murió por la misma causa. Él pasó seis años en el paro. Ahora lleva dos años sin beber, y la imprenta le ha dado la oportunidad de reengancharse al mundo laboral. Hace deporte habitualmente, y se siente mucho mejor. Vive con su madre. La cuida. Ella tiene 80 años y padece cáncer. La voz de Gabriel suena franca, sin titubeos. No dice ni más ni menos que lo que se le pregunta. Cuenta su paso por la adicción con sencillez y no deja de expresar el agradecimiento al trabajo que le ha permitido estabilizarse de momento.
Nostrum Integra ofrece servicios de papelería corporativa, encuadernación, material para eventos y digitalización, entre otros servicios. Pero estas historias, estas personas, como las de Gabriel o Dani, son el valor añadido de las empresas de inserción. Cuando Matías compara su imprenta con otras de la competencia, ve dos desventajas aparentes: «Por un lado, muchos de nuestros trabajadores empiezan, prácticamente, sin la cualificación necesaria; y por otro, la competencia no suele incluir la inversión en formación que nosotros hacemos». Matías asegura que el modelo «funciona», solo que el problema para una empresa con este límite de los contratos de tres años es que, con cada nuevo trabajador de inserción «hay que volver a empezar, siempre».
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El ADN de las empresas de inserción es la formación. Se definen como estructuras de aprendizaje, en forma mercantil, para posibilitar el acceso al empleo de colectivos desfavorecidos, mediante el desarrollo de una actividad productiva junto con un itinerario de inserción. Las EI deben tener en su plantilla un porcentaje de trabajadores en inserción que, dependiendo de cada Comunidad Autónoma, oscila entre el 30% y el 60%. El 80% de los resultados económicos se reinvierte en la empresa.
La clientela de Nostrum Integra proviene en su mayor parte del sector privado (estudios de diseño, agencias de publicidad). Pero «nos gustaría que hubiera más contratación pública, porque estamos capacitados para ello».
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Según estipula la ley, las administraciones deben llegar a destinar un 10% del total de sus contrataciones a las EI, pero actualmente no llega al 1%.
Matías comenta que la labor social de Nostrum Integra no ha hecho necesariamente que la imprenta amplíe el volumen de clientes privados, «pero cuando les explicamos lo que hacemos y el impacto social sobre muchas personas, les parece un valor añadido».
Ello tiene que ver, en gran parte, con la responsabilidad social corporativa o empresarial (RSC o RSE) que las empresas pueden desarrollar mediante la contratación de los servicios y productos de las empresas de inserción. Para las compañías privadas es una opción contratar a otras empresas de la economía social. Y de hecho, desde la administración, ya se piensa en propuestas para incentivar que el sector privado contrate un volumen mayor de servicios con las EI. «Por ejemplo, una baremación favorable para las empresas privadas que hayan contratado a EI, a la hora de acceder a licitaciones públicas, puede ser una forma de incentivarlo», declara Tono Pascual, director de Economía Social de la Región de Murcia.
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Dani aún conserva un grupo de amigos con los que vivió en el centro de protección de menores y son su segunda familia. De ellos, dice que a la mayoría les va bien: «Cada uno con su trabajo y su vida; yo con mi trabajo y mi vida».
Ana Martínez, la directora del Hogar de Convivencia Los Pinos, de la Fundación Diagrama, en Molina de Segura, un centro distinto al que acogió a Dani, confirma que las chicas y chicos suelen generar vínculos estrechos en común y los mantienen después de salir. «Han compartido momentos delicados de sus vidas, conviviendo las 24 horas, algunos entre los 14 y los 18 años». En cuanto al centro que dirige Martínez, lo habitan 12 «menores de edad que están cumpliendo una medida judicial por haber ejercido violencia en su ámbito familiar. Se trata de un hogar donde conviven con un grupo educativo, a diferencia de otros centros que cumplen otro tipo de medidas que son privativas de libertad. Este no lo es».
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Las empresas de inserción suponen una ayuda fundamental para cuando los menores salen, según Martínez, «especialmente porque a los 18 años no dejan de estar en una situación vulnerable y las EI les ofrecen sobre todo una formación ligada al empleo».
Precisamente es en el área de la formación donde Martínez reclama más recursos. «Lo que nosotras vemos es que muchos de estos chavales han perdido la motivación para estudiar y llevan un desfase curricular de años. Entonces, un chico, con 16 años intenta, por obligación, reengancharse y no puede, o le cuesta mucho. Por eso, si hubiera más oportunidades de formación prelaboral supongo que sería más beneficioso para ellos y ellas, en general».
La Fundación Diagrama, que tiene su sede en Murcia, pero se encuentra en casi toda España, puso en marcha una iniciativa que apoya la formación de las personas en situación vulnerable. Por ello creó la red nodus, un lugar para conectar «ciudadanos, empresas e instituciones públicas y privadas con un compromiso social por el desarrollo integral de personas vulnerables o en dificultad social, especialmente jóvenes que necesitan apoyo, asesoramiento y empleo», según explica la organización. Cada año se realizan 500 prácticas formativas y se logran 700 nuevas contrataciones. Diagrama apoya con intervenciones sociales a personas vulnerables, con especial atención en la niñez, la juventud y las familias y personas en situación de dependencia.
Para Juan Antonio Pedreño, presidente de UCOMUR, la unión de cooperativas y de empresas de economía social de Murcia, recuerda una frase: «Este es el momento de la economía social». La dijo, en primer lugar, el presidente del Consejo Económico y Social de la UE, y él añade: «Tenemos que aprovecharlo». Solo en España hay 45.000 empresas que dan trabajo a 2,5 millones de personas en ese sector. Tanto a nivel nacional como internacional, hay legislación y acuerdos que apoyan el necesario desarrollo de este modelo. Y dentro de él, las EI son las que mejor lo representan porque hacen que «el capital esté subordinado a las personas». Pero Pedreño reconoce que aún son pocas las EI en Murcia y falta explicar bien el componente social que tienen. «Estas empresas dependen en gran parte de la contratación pública».
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Mientras tanto, Dani baraja las posibilidades de trabajar en alguna empresa del sector en el que ha aprendido tanto estos dos años. Matías, el gerente, valora de Dani que siempre tuvo la actitud de colaborar en equipo. «Es algo que siempre pido: ayudarnos mutuamente». Y también ve que él se toma las cosas muy en serio. «Algo no común en chavales de 18 años».
Dani admite que le gustaría quedarse en Nostrum Integra al finalizar su itinerario de inserción. «Pero si no sale, al menos espero trabajar de lo mismo, en imprenta y artes gráficas. Y vivir mi vida».
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