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«Yo era empresario. Me metí en la droga y ya todo fue cuesta abajo»

SOMBRAS ·

Un acercamiento al universo de Jesús Abandonado a través de sus usuarios

Sábado, 9 de enero 2021, 01:53

En la Fundación me han avisado de lo importante que es tomar distancia emocional con los protagonistas de estas historias. Me pregunto si existe una unidad de medida para ese tipo de distancia, si habrá sido definida y adoptada por alguna ley o convención. Si aparecerá, tal vez, en los libros de ciencias de mis hijos.

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El termómetro marca 3 grados centígrados, y bajo mi edredón, protegido por 600 gramos de plumas, pienso que a escasos 250 metros Fede y Paco duermen en aquellos soportales. Me cuesta conciliar el sueño. El cordón de seguridad emocional fracasa estrepitosa e irremediablemente.

Fede, Paco y él van siempre juntos. Pasan muchas horas en el centro de día, y han conectado. Por la noche, después de cenar en el comedor, se echan un cigarro y se despiden hasta el día siguiente. Él duerme en el centro de acogida, pero sus dos amigos duermen cada noche en la calle.

Yo estoy temblando, pero a mi protagonista no parece asustarle el frío. Se expresa y se muestra con una tranquilidad que me resulta reconfortante.

«San Jorge», me dice sonriente, «el patrón de mi pueblo»...

-¿Cuánto tiempo hace que no vas por Alcoy?

-19 años. Lo echo de menos. Ahora se celebra la cabalgata de Reyes, allí es preciosa, las caras de ilusión de los niños, las recuerdo perfectamente.

-¿Por qué te fuiste?

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-Yo era empresario, fabricaba hilo para Zara y Benetton. Tenía bastantes trabajadores, funcionaba bien, ganaba mucho dinero, millones de pesetas. Pero se fue todo al garete. Mi mujer se enamoró de otra persona, me metí en el mundo de la droga, y ya todo fue cuesta abajo.

-Nos separamos el día que mi hija hizo la comunión. Habíamos decidido aguantar hasta ese día para no darle un disgusto a la chiquilla. Fue horrible. Me gasté todo el dinero del convite en droga, no me importaba nada ni nadie. Desde entonces no he regresado a casa, ni he vuelto a hablar con mi padre y con mi hija; solo lo hago con mi madre, ella es mi único nexo de unión con ellos.

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-¿Qué pasó con tu padre?

-Él me había ayudado muchas veces antes, yo siempre le había defraudado. La comunión fue la gota que colmó el vaso. Herí su orgullo. Sé que está esperando a que suba a pedirle perdón, pero yo quiero hacerlo cuando sea capaz de demostrarle que he cambiado. Me angustia, porque padece del corazón y no quiero que le pase nada. No quiero llegar tarde.

-¿Y de qué depende que llegues a tiempo?

-De que me vea bien. Limpio de drogas y de alcohol, como estoy ahora, de que pueda tener mi piso, un puesto de trabajo, una relación formal. De que sea una persona normal y corriente, sin titubeos. Una persona como tú.

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-¿Y qué te cuenta tu madre de tu hija?

-Mi hija no se ha quitado el apellido, eso es una buena señal. Ella ha vivido mi problema con la droga, era consciente de todo, los niños son muy listos. Tiene la cabeza muy bien amueblada, creo que sabrá ver que he cambiado, que no volveré a recaer.

-¿Has recaído muchas veces?

-Muchas. Pero en Jesús Abandonado me han dado muchas oportunidades, con cursos para formarme y hacerme sentir útil, con trabajos, abriéndome los ojos.

-¿Cómo es abrir los ojos?

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-Yo les cuento que tengo ganas de tirarlo todo por la borda. Pero ellos me dan buenos consejos, me hacen ver que soy una persona que aporto cosas, que merece la pena seguir luchando, seguir limpio.

Le explico que en todas las historias que escribo hay un nexo en común: la desaparición de la red familiar, esa que nos sujeta si caemos. Le pregunto en qué momento desaparece esa red que presuponíamos irrompible.

«Tu has tenido una vida llevadera», me dice, «no has caído en las drogas, no has defraudado a los tuyos. Tienes la cabeza bien amueblada, tu trabajo, incluso eres una persona solidaria que colabora con los demás. Tu familia te tiene que adorar. Pero nosotros somos las ovejas negras. Poco a poco, la confianza en nosotros va desapareciendo, se va desgastando esa red, hasta que se rompe».

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Me habla de lo ilusionado que está con la idea de poder ir a vivir a un piso con sus dos nuevos amigos. Me explica lo importante que está siendo para él compartir un sueño y una esperanza con ellos.

-Los tres tenemos nuestros problemas, pero ahora mismo son mi familia, son esa red, ellos y Jesús Abandonado. Son la gente con la que comparto mis problemas. Luchamos juntos. Sin ese apoyo, te sientes solo, perdido, y es fácil volver a caer, una y otra vez.

Le pido que me hable del perdón.

-A mí me enseñaron que, para poder perdonar, tenía que perdonarme primero a mí mismo. Me ha costado años darme cuenta, pero lo he conseguido. Yo odiaba a mi mujer por haberme engañado, odiaba a mi hija por no querer hablar con su padre, por no responder a mis cartas. Odiaba a mi padre. Me preguntaba ¿cómo puede ser que todos me den la espalda?... pero el problema era yo. Cuando aprendí a perdonarme, los perdoné a todos.

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-No debe ser fácil.

-No, cuesta mucho. Yo vivo con esa espina de mi padre clavada, me quita el sueño. Pienso muchas veces, cuando suba y lo tenga delante, ¿qué le voy a decir? ¿cómo reaccionará? ¿me dará un abrazo? ¿me girará la cara?...

Me explica que tiene trastorno de la personalidad, que a veces está bien y otros días está triste, con ganas de llorar. Me dice que se ha intentado suicidar varias veces. Vuelvo a temblar y me quedo aún más gélido. Nunca he tenido depresión, pero he convivido con ella, y me trae recuerdos muy dolorosos.

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-¿Y por qué te querías matar?

-Pues porque no quería seguir viviendo, Jorge, porque veía la vida como una mierda, quería acabar con ella. Yo he sido consciente siempre de que lo estaba haciendo mal, y ser consciente de tu propia bajeza humana, de tu incapacidad para salir adelante, te lleva a sentir muy poco respeto por ti mismo y por la vida.

Le digo que la suya es una preciosa historia sobre el perdón, que es una palabra que nos da mucho miedo, y que, sin embargo, tiene un mérito y un valor extraordinario. Le digo que todo el mundo habla de amor, pero que no se puede amar si no se sabe perdonar, que él es la demostración de que se pueden recuperar las ganas de vivir.

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-Yo conozco a mucha gente que ha salido. A lo mejor, de cien salen diez, pero son diez que salen adelante. Personas en las que no creía nadie, y que lo han logrado. Esos diez merecen todo el esfuerzo del mundo.

-¿Qué pasa si tu padre decide no perdonarte?

-No pienso en el rechazo, prefiero pensar que mi padre me perdonará. Que, a partir de ahí, todo cambiará. Es mi padre, y un padre siempre perdona a un hijo arrepentido.

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No dejes de avisarme cuando ocurra, le pido. Y regreso a casa, temblando de frío, mientras viene a mi cabeza la parábola de Lucas que decido convertir en título.

«Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traer el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse»

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