María José y su marido, Ricardo, en su casa de Mula, con la bandera saharaui. ROS CAVAL / AGM

«Digo que son mis hijos porque lo siento así; ellos también me llaman mamá»

María José Jiménez es una vecina de Mula que ha acogido a niños saharauis cada verano desde el año 2005, algo que solo la pandemia logró frenar

Carlos Mirete

Murcia

Lunes, 28 de marzo 2022, 16:25

La primera vez que Sara vio una piscina, no pudo contenerse: fue corriendo a toda velocidad y se zambulló en el agua sin siquiera quitarse los zapatos. Acostumbrada a vivir en el desierto, le llamaba poderosamente la atención que existiera algo parecido a un ... mar en miniatura. «Cualquier curso de agua dulce les resultaba curioso», recuerda María José Jiménez Valera, de 48 años. Esta vecina de Bullas ha acogido junto a su marido, Ricardo, a niños saharauis desde 2005, y solo la pandemia frenó su conexión con esta esquina occidental del continente africano.

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Compartió siete veranos y no más con Hadrami, otro niño saharaui, porque existe un límite de edad, fijado en los 12 años, para este tipo de adopción temporal. No obstante, María José consiguió alargarla un par de años más gracias a un reconocimiento médico, que supone la excepción a esta norma. «Las dos últimas que he acogido son Sara y Nuna, que son hermana y sobrina de mi Hadrami...». Antes de continuar, ve necesaria una aclaración: «Digo que son míos porque los siento como mis hijos. Ellos también me llaman mamá», se excusa. Como si fueran necesarias explicaciones para el amor.

Llegó a oídas de María José que Nuna se quedaba sin venir a España porque su familia hasta ese momento ya no la acogía, así que pensó que, donde cabía una, cabía la otra. Ambas llegaron a Mula, donde reside esta bullense, por última vez en 2019. «Una es muy trasto y la otra muy buena, así que se compensan mutuamente», comenta entre risas. A María José le sorprendió «lo rápido que aprenden español: son esponjas». Esto ha permitido que, a día de hoy, mantenga una relación con los niños que acogió en su día a través de videollamadas. Algo para lo que no hay hora... ni lugar. «Un día me llamaron cuando estaba de viaje y les hice un tour por Baeza de dos horas», rememora. La instalación de wifi en los campamentos en el año 2014 ha facilitado mucho las cosas, pues «antes las llamadas internacionales costaban un 'pico'».

De niños a hombres

Ahora, aquellos niños que se despidieron por última vez de María José son ya hombres y mujeres. Es el caso de Hadrami. Pese a la insistencia de su 'mamá' en que no se apuntara al ejército, el joven saharaui lo intentó cuando tenía 17 años. «Gracias a Dios no podía porque era menor y ya se le ha quitado la idea de la cabeza».

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Este verano, tras dos años de parón por la pandemia, vuelve a ser posible acoger a saharauis. Sin embargo, es algo «acotado a los nacidos en 2014», se lamenta María José. Ella está tratando que Brahim, un chaval de 10 años, viaje hasta tierras murcianas para compartir unas vacaciones con él. Sin embargo, hasta que no le realicen el preceptivo reconocimiento médico, no sabe si le será posible disfrutar de su compañía y revivir momentos que el coronavirus obligó a guardar en el cajón sin fecha de regreso.

Como lo «alucinados que se quedaban con los lavaderos de coches y las películas 3D» del cine o la obsesión por evitar el cerdo a toda costa en las comidas. «Cuando Sara se portaba regular, la amenazaba con quitarle las salchichas de pavo, que eran sus preferidas». Un castigo tan duro como quitarle a María José 'sus hijos'.

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