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Ya casi no hay albañiles en Los Narejos, pero Ana María García sigue levantando el cierre del bar El Chispazo cada día a las seis de la mañana para servir café caliente en la calle a los que enfilan al trabajo o retornan de una ... madrugada de guardia. Y eso que su marido le insiste en que cierre para no aumentar deudas. Tampoco queda ni la mitad del público que solía llenar el Chinguirito, en la costa de Punta Galera, pero Lena Lyden se liará la manta a la cabeza para servir caldo con pelotas y una copa de cava a todo el que recale por su templo del rock playero la tarde de Nochevieja.
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Apenas pueden acoger a la mitad de los clientes habituales en el restaurante La Tropical, en pleno centro urbano, pero los hermanos Méndez han encendido un bosque encantado de luces navideñas en el interior, donde no pueden sentar a ningún comensal por las restricciones de la epidemia. El comerciante Juan Pedro Martínez, a sus 68 años, ha rebajado este año los juguetes todo lo que ha podido para compensar la caída del 70% en las ventas. «Los Pinypon han sustituido a los Barriguitas», cuenta con un pellizco de nostalgia, debido sobre todo a que nadie ha sustituido a su clientela de otros municipios y a los turistas extranjeros. El vacío retumba en su tienda del paseo de la Feria, pero Juan Pedro sigue al pie del mostrador la mayoría de las horas que da el día. Tan convencido está de que «las muñecas nunca se dejarán de vender», como de que «no nos van a abrir hasta que pase el 6 de enero, ya lo verás», vaticina.
En cada local alcazareño, tienda o bar, bazar o terraza, se respira esa dignidad de la resistencia en el municipio murciano que soporta ya el confinamiento perimetral más largo de toda la Región. Mientras el resto de los ciudadanos de la Comunidad Autónoma se trasladan sin trabas de una localidad a otra para hacer compras, disfrutar del ocio o encontrarse con amigos y familiares, Los Alcázares sigue cerrado a cal y canto por una incidencia acumulada a 14 días de 619 contagios por cada 100.000 habitantes y 104 casos activos.
Como la famosa aldea gala, resiste con el consumo local, más famélico cada semana que pasa.
Después de haber derrotado a la ola de barro en varias embestidas, los vecinos saben lo que es volver a empezar. Todos los que han podido siguen en sus puestos después de los envites de la cadena de inundaciones, de la crisis del Mar Menor, el cierre del aeropuerto y la puntilla vírica. Los escaparates vacíos con un cartel de venta o traspaso han aumentado como manchas de sarampión en la trama urbana. Hay menos personal contratado, porque los dueños de los negocios intentan seguir a flote con menos gastos, pero también hay reaperturas. «Se están dando cambios de titularidad de algunos negocios, aunque los que mejor resisten son los comerciantes y hosteleros que tienen la propiedad de locales», explica el concejal de Comercio, Pedro Sánchez, que ha lanzado campañas de 'compras-reloj' y vales descuentos en las compras con cargo al Consistorio, para que no se deshilache el tejido comercial.
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El veto a comprar fuera del municipio ha beneficiado a algunos. En una tienda de lencería del centro comentan que «nunca habíamos vendido tantos pijamas», lo que hace pensar en que algunos olfatean ya un nuevo confinamiento doméstico para enero.
Mal de muchos o no, en los corrillos de Los Alcázares gravita la idea de que «nos tienen confinados por un tema político, porque aquí gobierna el PSOE, y en Murcia el PP», comentan.
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