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Isabel María Belmonte: «La curiosidad es el azúcar para aprender»
Innovadora Pública del Año

Isabel María Belmonte: «La curiosidad es el azúcar para aprender»

Intenta transmitir a sus hijos su filosofía del esfuerzo y el trabajo. Junto al mar encuentra la fuerza e inspiración necesarias para conseguir que su labor resulte digna de ser premiada

Carlos Mirete

Murcia

Domingo, 2 de enero 2022

«Azul. Líneas en el mar», susurraba el eterno Antonio Vega al micrófono en referencia, sin saberlo, a lo que más relaja a Isabel María Belmonte (Murcia, 1981). «Como buen escorpio que soy, el agua me calma», comenta la recientemente nombrada como Innovadora del Año en el Congreso Nacional de Innovación (CNIS). Se ve que ella sí se dejaba y todavía se deja llevar no por ti, como la canción, sino por él. Por el mar. La visión del inabarcable horizonte oceánico «me sirve de inspiración; la mayoría de trabajos los he hecho cerca de la playa». El reconocimiento le llegó en forma de premio el pasado 26 de noviembre, fruto del «esfuerzo y del trabajo de muchas personas», ya que en esta vida «no hay nada gratis».

Detrás de esa afirmación se esconde mucho más que una simple frase hecha: es toda una filosofía de vida. La suya, la de Isabel; la que trata de inculcar a sus hijos. «Trato de educarlos en el esfuerzo», dice en referencia a los dos pequeños, de 8 y 11 años. Al fin y al cabo, para ella «la curiosidad es el azúcar del aprendizaje». De ser cierto este mantra, se puede concluir que la infancia de Isabel fue de lo más dulce, pues curiosidad no le ha faltado nunca a esta reconocida y reconocible murciana: «Siempre me dicen que se me nota mucho el acento», confiesa. De pequeña ya trasteaba con los papeles cuando su padre entregaba las nóminas en la empresa de pintura que regentaba. Cosas de la infancia. Al llegar a la edad adulta, su interés fue más allá. De cursar Ciencias en BUP y que un profesor de Matemáticas tratara de convencerla para que estudiara Económicas, a todo lo contrario: escoger Derecho y ser uno de los mejores expedientes de su promoción.

La responsable del Parque Móvil Regional se define como una persona positiva: «saco enseñanza de todo, incluso de lo malo»

Mujer omnipresente

Viajando también ha saciado esa innata curiosidad. Antes de que el coronavirus cortara las alas de los aviones, Isabel ya había estado en París y Egipto. La capital francesa le robó el corazón y el otro destino le regaló su mejor recuerdo: la luna de miel. Más de cuatro mil años separan su viaje del levantamiento de las pirámides de Guiza. Y aunque existen tantas teorías sobre su construcción como granos de arena en el desierto que las rodea, una de ellas bien podría ser que alguna reencarnación de Isabel estuvo presente en su concepción. Su capacidad de gestión de grupos de trabajo le ha servido para estar al frente del Parque Móvil Regional, pero seguro que no habría desentonado en la época de los faraones. Eso sí, ella habría tenido más en cuenta el bienestar físico y mental de los operarios de aquellos tiempos, algo a lo que en su opinión «no se le suele dar toda la importancia que merece».

Pero mientras que los dioses egipcios tenían claramente acotadas unas competencias, Isabel parece tener el don de la omnipresencia, más propio de las deidades de religiones monoteístas. Solo así se explica que compagine su trabajo habitual con su labor de 'community manager' del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP) y sea miembro de la Asociación de Directivos Públicos Profesionales y la Asociación de Mujeres en el Sector Público.

Pese a alguna cualidad cercana a lo divino, Isabel, como cualquier mortal, también ha sufrido los duros reveses de la vida. Esa que golpea con la violencia de un mar embravecido y hace que traguemos agua cuando más abierta tenemos la boca, cuando menos lo esperamos. Esa que nos anega, que nos ahoga. Un trago amargo. O dos, o tres. Si la curiosidad es el azúcar del aprendizaje, quizá la dureza de la vida sea como la sal del agua del mar: desde fuera no se distingue de la dulce, pero una vez nos inunda solo queremos escupirla. Cuando tuvo a su hija, Isabel atravesó un problema de salud, del que aprendió a «valorar lo verdaderamente importante: mi gente». Fue un trago salado que no impide que, al igual que su infancia, la edad adulta continúe siendo azucarada: «Soy una persona positiva que saca enseñanza de todo, incluso de lo malo».

Ahora Isabel se relaja en la costa almeriense. Nada, se sumerge en el mar sin miedo a las olas, a la dureza de la vida. Ya «nada puede sufrir», canta Antonio Vega desde el cielo.

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