BARQUERITO
Martes, 23 de agosto 2016, 22:31
La sola excepción a la regla fue un primer toro en el son habitual de los juampedros de Garcigrande. O Domingo Hernández, que en lo mismo. Fragilidad solo aparente, creciente codicia tras un arranque rebrincado, ganosa nobleza y el fondo propio de la casta. Buen toro.
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Pero, para general sorpresa, un toro y solamente uno. Corrida de desigual traza -ganadería larga, sí, pero.- y, sobre todas las cosas, de impropia conducta. El cuarto, que galopó de salida, salió batido de un primer puyazo cobrado al relance, claudicó a pie de peto, se derrumbó, metió la cara entre las manos, apenas se tenía. Inválido y, a la vez, de nobleza pajuna. Con un «¡Aaanimalito!» de guasa se castiga en Madrid a toros de tal condición. En Sevilla se devuelven.
El quinto se pegó antes de salir los caballos dos estrellones contra dos burladeros distintos como si estuviera zumbado. La manera tan nerviosa de puntear engaño, gazapear o quedarse debajo, las tres cosas, delataron el aire tan impropio del toro, con el que hizo El Juli la faena de más y mejores méritos de la tarde. Los méritos, medidos en función de las dificultades de un toro incierto. Y de los riesgos corridos.
El sexto, bizco, castaño lombardo como el quinto, pero calcetero, también de salida se estampanó sin freno contra un burladero, romaneó en la primera vara, pareció descolgar y estirarse tanto como el primero. Pero también sufrió el síndrome del derrumbe y de mitad de faena en adelante embistió más a golpes que con celo. Una faena de López Simón con demasiados tirones, medicina contraindicada en el toro codicioso que flaquea. El segundo, de genio descompuesto, fue el de peor nota de los seis. El tercero, desinflado tras solo sangrar en la primera vara, abrió la boca en jadeo antes de banderillas, enterró pitones a las primeras de cambio y, tan flojito como noble, se empleó muy lo justo y sin mayor celo.
El gozo en un pozo, por tanto. Se esperaba otra corrida distinta y la desilusión se fue haciendo contagiosa. Hasta la presidencia tuvo un lapsus significativo: cambiar el tercio del quinto toro tras un solo puyazo. Para rectificar de inmediato, porque El Juli se volvió al palco pidiendo calma y la gente atenta reclamó. Razón del lapsus: la resaca del inválido cuatro toro recién arrastrado. Con él se tiró diez minutos de reloj Ponce en un trasteo por todo gratuito.
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Sería el deseo de redondear una tarde que se le había puesto de cara en la rifa de toros. El primero y, sin contar las calidades ocultas del sexto, el único que se prestó al baile. Muchos capotazos antes y después de varas, el toro cortó inesperadamente en banderillas y, al fin, sin más espera, en paralelo a las tablas y entre rayas, vino sin duelo ni freno ni recelo. Una faena de sello Ponce: pulso caligráfico, muchas pausas teatrales, la apertura de dos tandas, ¡ay!, con el doble molinete recostado, el gusto refinado para calibrar los cambios de mano en remates, toreo enroscado pero rehilado con la diestra y, en fin, muy poca fe con la mano izquierda. Un postre de cuatro casi genuflexos antes de la igualada y, a la hora de cuadrar, pareció que al toro le quedaban dentro unos cuantos muletazos más. Una estocada trasera, rueda de peones y la coreografía de una de esas vueltas al ruedo tan retóricas, el capote a rastras, reverencias y golpes de montera en el corazón.
Después pintaron bastos. El Juli tragó con el genio del segundo, al que llegó a pegar con la diestra una tanda de casi acariciar, y el toro respondió con un trallazo y un desarme de los de arrancar la muleta de las manos. Una estocada trasera. Con ella dentro se fue el toro al paso hasta la puerta de cuadrillas y, si se la abren, se baja hasta el Arenal. Cuatro descabellos.
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Lo bueno de El Juli iba a llegar en el quinto toro. Firme y sin perder pasos nunca fue el primer trabajo, tan laborioso. Más todavía lo fue el segundo. No una faena de público -podría haberla calentado la música, pero la negó el palco-, ni siquiera para el ganadero, pero sí faena de bien torear, de las que dejan cumplido al torero. El Juli en versión de querer, poder y gobernar, que, para algunos, es su versión original más elocuente y la menos habitual. El trato del toro fue matemático. El último muletazo antes de ir en busca de la espada, una joyita. Y media estocada trasera, y dos descabellos.
La curiosidad era el debut en Bilbao de López Simón. Dos tardes, puntal de la semana. Sin complejos, porque dando ya sus primeras bocanadas esta temporada de torear en todas, todas las ferias, vino a anunciarse con los dos santones de Bilbao y no le temblaron las piernas. No fue, sin embargo, su mejor tarde del año. Pesaba mucho la cosa cuando asomó el sexto, que ¡quién sabe.! En otro contexto, en otra plaza, amenazaba tormenta. Firme supo estarse y sujetarse. Y tesonero porque es torero de visible voluntad. En la corta distancia, su arrimón casi patentado, pero sin toro que asustara a nadie.
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