Los tres toreros salen a hombros de la plaza de Benidorm.

¡Qué grande es la fiesta!

Corrida para la historia en Benidorm, con Ortega Cano, que reaparecía, a hombros con Morante de la Puebla y Manzanares

Francisco Ojados

Sábado, 16 de julio 2016, 23:18

Los más de cuatro mil espectadores que acudieron este sábado a la plaza de toros de Benidorm se marcharon entusiasmados. El arte hecho toreo fluyo en tres manifestaciones distintas en una tarde para la historia de esta plaza. La corrida de Núñez del Cuvillo, a modo para la ocasión, colaboró en el gran espectáculo ofrecido por los toreros. De presentación acorde con la plaza, de parejas hechuras y recogida en bonita.

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Era la tarde de Ortega Cano, quien anunciaba una reaparición por un día, y esperemos que el éxito no abra una puerta a una reaparición con más continuidad de festejos. El respeto a una de las grandes figuras de la historia de la tauromaquia quedó patente tras romperse el paseíllo, en el que se guardó un minuto de silencio en memoria del torero fallecido Víctor Barrio. El respetable obligó al torero de Cartagena a salir al tercio para recoger la primera de las ovaciones de la tarde.

En ese ambiente de respeto a la veterana figura saltó al ruedo el primer toro de la tarde, que junto al cuarto, compuso un lote ideal para que Ortega consiguiera convertir esta vuelta a vestir a los ruedos en uno nuevo de sus milagros. Siempre creyó el cartagenero en ellos y ese fue uno de los motivos por los que llegó a la cúspide del toreo en las décadas de los años 80 y 90 del pasado siglo.

Como el que tuvo retuvo se desempeñó con oficio en el saludo de capa. Pero fue con la muleta cuando se afianzó. Acompasó con suavidad las embestidas, estuvo inteligente en los terrenos, junto a las rayas de picar, y toreó al natural con dulzura, abrochando una de las tandas con un fenomenal pase de pecho. Un ayudado por bajo tuvo sabor a toreo grande y además mató de una estocada hasta las cintas. Paseó las dos orejas del festejo que le aseguraban la puerta grande. Obtuvo otras dos de su segundo, incontestables en cualquier plaza de ferias. Con este, que brindó a su hermana en el día de su onomástica, toreó con una naturalidad tremenda.

Estoconazo

Las trincherillas y los cambios de mano resultaron sensacionales y el toreo al natural de torero de todos los tiempos. El estoconazo en toda la yema, el colofón a la buena actuación de un torero que sigue creyendo en el grial de la eterna juventud.

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Si la tarde era para Ortega Cano, tenía que serlo con el homenaje de los dos compañeros de cartel que torearon como los ángeles. Les había brindado Ortega su primer toro. El toreo de Morante, de barroca composición, fue arrebatador con el segundo de los Cuvillos.

La manera de acompañar con la cintura el toreo a la verónica y las trincheras con las que adornó la faena de muleta son por sí solos motivos para pagar una entrada. Arte puro. Como el toreo fundamental, con las zapatillas ancladas al albero. La faena, brindada al hijo pequeño de Ortega tuvo el premio de las dos orejas, como en el quinto. Este toro dio una voltereta que acusó en la faena de muleta y Morante en versión más fajadora, tiró del animal con fe. Salpicó su labor de detalles y el pellizco del sevillano volvió a calar en el respetable. Cumbre estuvo Manzanares. Arte puro, éste con aires del Mediterráneo. Como ligó las tandas a su primero y como se expresó estéticamente ante el toro bonancible lo superó ante el sexto, con un buen pitón izquierdo y otro derecho por el que lo tuvo que convencer el alicantino.

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