BARQUERITO
Viernes, 24 de junio 2016, 22:45
Las dos faenas de José Tomás fueron tan severas como brillantes. Las dos. Pero la categoría y las calidades de la segunda fueron tales que pudieron con la primera. Y no borrarla, pero casi. Cuvillo puso los toros. Sin margen de error. De más pies el segundo, con cierta tendencia a soltarse y bastante mejor son por la mano derecha que por la otra. De temple impecable el quinto, cuyo fondo bravo -prontitud, entrega, fijeza- no cesó de fluir. Desde que tomó engaño por primera vez -diez exquisitos mandiles de José Tomás, de tablas hasta la boca de riego, y una seca revolera de remate- hasta la hora de doblar, y de morir en los medios con una larga agonía tan resistida que hasta la muerte vino a ser un espectáculo.
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LA TARDE
Alicante. 3ª de Hogueras. 11.000 almas. Estival. Dos horas y cuarto de función.
Dos toros -1º y 4º- despuntados para rejones de Fermín Bohórquez y cuatro en puntas de Núñez del Cuvillo. El quinto de Cuvillo, Cacareo, número 175, premiado con la vuelta al ruedo.
Manuel Manzanares, silencio en los dos. José Tomás, una oreja y dos orejas. José María Manzanares, silencio y dos orejas.
José Tomás no consintió que la cuadrilla rodeara al toro -ni un capotazo- y, apartados todos, lo dejó caer sin rendirse. Lo había levantado el puntillero dos veces, sonó un aviso en plena agonía interminable, no hubo ni muecas ni gestos de José Tomás. Ligeramente ladeada la estocada, pero fue la bravura y no la colocación de la espada la razón de muerte tan singular.
Tan singular como la faena prodigio y pródiga que la gente vivió como lo que fue: un acontecimiento. La estrategia: la elección de terrenos, los medios y solo ellos. La resolución: todo el tiempo lleno. La medida precisa: la distancia -en las siete, ocho tandas abrió José Tomás dando metros y ventaja al toro- y la ligazón sin la menor violencia. El asiento: posado en todas las reuniones el torero de Galapagar, ni frágil ni rotundo, aparentemente risueño. Soberbia melodía: tanta pureza como abundancia.
Una apertura por estatuarios en los medios, siete de tanda, uno detrás del otro, la muleta alzada como un velo, y el broche del natural ligado con el de pecho. Se oyó el coro de "¡Torero, torero.!" que subrayaba el invento. Fue bueno el toro por las dos manos, pero por la izquierda planeó. Las dos tandas que siguieron a la de estatuarios fueron en redondo y con la derecha. La primera, de cinco y el cambiado, abriendo José Tomás al toro un poco. La segunda, de seis, con remate de trinchera, un cambio de mano y un irse sin más.
Y enseguida vino el cuerpo celeste de la cosa toda. Una detrás de otra nuevamente, cuatro tandas con la zurda por todo extraordinarias: el dibujo en semicírculo, una muñeca milagrosa, bragueta, la mano baja, muleta en vuelo raso. Toro soltado y tomado, y vuelto a soltar y a tomar. Una de cinco, otra de seis, otra más de cuatro y tres, y una penúltima casi igual. Remates distintos pero en cascada: la trincherilla cosida con un cambio de mano, o con un natural de propina y el de pecho a pies juntos, en dos tiempos, memorable.
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Pues, entre tanta cosecha, lo mejor estaba por llegar, y fue la coda de la faena a pies juntos, de perfil, intercalando muletazos por las dos manos, de una gracia muy particular, y al fin un desplante casi magnético, no encima sino separado José Tomás del toro. Entonces se vino abajo la plaza.
Más cosas todavía, unas cuantas más hizo y firmó José Tomás, pródigo también con la capa en quites -chicuelinas, la verónica a compás abierto, una mixtura de delantales y tafalleras de acento mexicano con serpentina en el remate- y plantado con sutil firmeza en la primera de sus dos faenas -un soberbio molinete de apertura en una tanda de la primeras, el molinete antiguo y no el de pega, un par de faroles vitistas previos al de pecho, cambios de mano por delante, preciosas trincheras, siete y ocho ligados como si tal cosa. Y una estocada.
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Salir a torear después de José Tomás y resistir las comparaciones era misión imposible. El primero de los dos toros de Manzanares se rajó a las primeras de cambio y solo cupo montar la espada. El sexto de corrida tomó engaños por abajo, se vino arriba en banderillas y repitió con calidad parecida a la del quinto. Manzanares se enfadó con el toro y antes o después lo acabó toreando a suerte cargada, con mayor primor por la mano izquierda, relajado al final de faena, cuando la tensión de las comparaciones había empezado a evaporarse. Una estocada recibiendo. De alto riesgo y caro acierto. Antes de precipitarse los acontecimientos, Manuel Manzanares no tuvo su tarde con los dos toros de Bohórquez escogidos para la fiesta. Era la tarde de San Juan. Cinco horas antes de prenderse las hogueras.
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